Poco después de terminar la guerra de Bosnia, el organizador de la realidad me llevó a aquel país para rodar una película.
Mar Outsiders (Campillo). Periodista
En aquella ocasión, escribí el guión y realicé un mediometraje sobre la poética de la creación, y el viaje interior y exterior de un joven y reputado director escénico, que había formado parte del jurado del prestigioso MESS International Theatre Festival de Sarajevo, el mítico Festival que sobrevivió al asedio.
Como mi protagonista fue invitado a realizar un montaje en el antiguo baño turco de la ciudad, incluímos en el rodaje su performance cosmológica, en la que integraba música de G.I. Gurdieff con textos que versaban sobre música y astros, desde Pitágoras a Pessoa.
“La Armonía de las Esferas” se llamó esta joya, que discurría lanzándose sobre los propios muros y bóvedas de ese templete laico que es el antiguo baño turco de Sarajevo, a media noche y con la sola luz de las velas, proyecciones de video-arte, mientras un actor declamaba en bosnio las citas de quienes a lo largo de la historia han mirado al cielo y han tratado de encontrar allí la razón de la vida, una música para el alma, o una guía espiritual. El piano acompañaba cuando no trascendía por sí solo en las almas de los asistentes.
“Olvidé dónde me hallaba. Olvidé el tiempo y el espacio, el cuerpo y el cansancio, las fronteras y los idiomas… y volé a otros paisajes, con otras músicas y otros lenguajes, con otras galaxias y un tiempo infinito para perderme en lugares aún no inventados. Y la música me condujo al universo, como antes el universo me había conducido a la música”. Gurdjieff
Asímismo, filmé largas secuencias y emociones en lugares emblemáticos como los cementerios repartidos por la ciudad (que parecen parte del mobiliario urbano), la avenida de los francotiradores, la Biblioteca Nacional -cuya fachada estaba siendo reconstruida por España en ese momento-, el puente viejo de Mostar -que volvió a levantar el Ejército español y de gran valor simbólico como lugar de sabiduría, y el Santuario de Tekija, -antiguo monasterio de los derviches.
Desde entonces le he dado vueltas a “La Armonía de las Esferas”: ¿qué es?, ¿dónde está?, ¿cuál es su música?
Todos observamos el mismo Universo, un lugar «objetivo», en cierta forma abstracto, habitado pero desconocido, donde flota la revelación de la trascendencia de las esferas-planetas y sus niveles, que se encuentran entre el espacio, el mundo terrestre y el bajo mundo (el alma humana). Esta es la armonía de las esferas que pertenece al pensamiento eterno, y que se encuentra entre lo alto, lo medio y lo bajo, en un espacio ordenado, cosmificado.
Aparece el gigante Atlas sosteniendo el globo terráqueo sobre sus hombros en mi imaginación, mientras Hermes Trimegisto me susurra: “como es arriba, es abajo”. Entonces Atlas me engaña como a Hércules… y siento todo el peso del mundo sobre mi ensueño.
La esfera, al poder girar libremente hacia cualquier dirección, es una forma completamente dinámica; se considera la más perfecta parábola material de la esencia divina. Nos conecta con el mundo espiritual, representando el proceso de la vida y de la muerte al girar incesantemente. Es la máxima expresión de simetría y ambivalencia.
Durante siglos, científicos y filósofos han concebido el universo como un mecanismo esférico, fijo, matemático y musical. Pero de nuevo, ¿qué significa la armonía de las esferas y cuál su música?
Orígenes de Alejandría, en 185 D.C., decía que las almas cuando entran en el paraíso lo hacen rodando, “pues la esfera es el más perfecto de todos los cuerpos”.
Anteriormente, la cosmología de Platón ya había presentado el universo en forma de esfera. Para él, el cosmos forma una escala y un número musical y los planetas crean una armonía divina moviéndose a distintas velocidades, semejante al cambio de la altura musical cuando se hacen vibrar cuerdas de diferentes longitudes.
La “Armonía de las Esferas” es el concepto con el que Pitágoras define la relación perfecta de los elementos astronómicos, y cómo en ellos pueden encontrarse las normas que regulan la música como ciencia matemática, al ser ésta un reflejo de lo que existe en el mundo superior. Todo lo que existe en la Tierra es un reflejo de lo que se halla en el Cosmos. La música terrenal es, por lo tanto, una evocación de las leyes, proporciones rítmicas, alturas de sonidos, timbres y silencios que se manifiestan en la evolución de las galaxias y los astros.
Según Aristóteles, la tierra, los astros y el universo son esféricos, eternos, inteligentes y divinos: “los astros son esféricos y … no se mueven por sí mismos”. Para poder explicar la acción del motor inmóvil como causa, se ve obligado a dotar de alma a las esferas. Parte del pensamiento antiguo planteó una relación entre esfera y alma o entre esfera y conciencia, modelizando poéticamente el pensamiento simbólico.
Los seres humanos no podemos escuchar la melodía del barco cósmico porque hemos crecido acostumbrados a ella, lo mismo que el herrero se ha acostumbrado al ruido de sus martillos. Nos es congénito, pero no lo podemos oír, ya que el sonido y el silencio se perciben por mutuo contraste. En realidad la música de los hombres no es más que un eco de la música de las esferas. La vida en la tierra se ve afectada por la música de las esferas porque ésta gobierna los ciclos temporales de las estaciones, los ciclos biológicos y todos los ritmos de la naturaleza.
Esta es una breve síntesis de la doctrina pitagórica de la “Armonía de las esferas”, desarrollada de forma clara y crítica por Aristóteles en su obra “Del cielo”.
En China también se asociaba con el simbolismo de los números y los planetas, la idea de lo que se denominó “la armonía de las esferas”.
Dante describe al cielo como a un conjunto de esferas concéntricas centradas en un universo en cuyo centro se sitúa la Tierra. En su “Divina Comedia”, el alma parte de los infiernos e inicia su travesía por el monte de la purificación. La cima de este monte conduce a nueve esferas concéntricas que llevan al paraíso, donde el alma encuentra su morada y es inundada de luz divina.
Una gran cantidad de grabados medievales nos muestran cómo Dios creó nuestro universo a partir de una primera y única esfera, dividiéndola en dos partes iguales, creando la dualidad en la que todo nuestro mundo esta basado: luz y tinieblas, cielo y tierra, hombre y mujer,…
A la doctrina de la “armonía de las esferas” aluden Platón, Plinio, Ptolomeo, Cicerón, Plotino, Jámblico, San Agustín, Boecio, Filón, Casiodoro, San Isidoro, Shakespeare y otros muchos. Pero quizá sea en la “Oda a Salinas” de Fray Luis de León donde la mística pitagórica alcanza la más bella descripción poética de la música de las esferas.
Kepler basó en ella su inspiración en la búsqueda de la armonía del movimiento planetario: una ferviente combinación de mística pitagórica y meticulosa experimentación, le permitieron encontrar sus famosas leyes.
Boecio, en su tratado teórico separa la praxis de la teoría y los tres niveles que incluyen la Harmonia Mundi.
Según las doctrinas Emanistas, el universo está compuesto de esferas. La noción de esfera expresa dominio, totalidad y perfección. Un ser perfecto, es un ser que simbólicamente es imaginado como una esfera.
El misticismo judío enseña que toda la creación proviene de cuatro mundos espirituales, conteniendo cada uno de ellos el sistema de 10 esferas -sefirot. Estas esferas unidas a 22 senderos, componen el Árbol de la Vida: dibujo que intenta arrojar luz sobre todos los elementos fuera del conocimiento humano, y que aporta una explicación para el nacimiento del cosmos, así como para la evolución de la vida; también simboliza las estructuras internas del hombre, su conciencia en su triple dimensión: biológica, mental y espiritual.
Nuestro pensamiento no está encerrado en el cráneo. Puede ser considerado como una disposición compleja de elementos. Si existiera esa relación profunda entre la naturaleza, también la humana, y la música, eligiendo los sonidos correctos y sus evoluciones, las proporciones de los tiempos y las alturas de los sonidos, se podría restablecer la armonía en el mundo y en las personas.
La música puede ser el camino de la filosofía interior del ser humano hacia su esencia: el alma.
Todas esas ideas que dormían en mi desde hacía tiempo, comenzaron a reaparecer con fuerza y los dos territorios, la astronomía y la música, las dos patrias en las que me hubiera gustado desarrollarme, los dos oficios que hubiera querido ejercer, han ido conformando este discurso poético, en el que ambas realidades se funden y se alimentan.
“La música puede convertirse en matemáticas, cabe añadir que con resultados sorprendentes – dijo Bach-. El arquitecto que diseñó el universo la creó de esa manera: la música tiene el poder de crear el universo o de destruir la civilización”.
Las personas somos el eco de la música de las esferas. La búsqueda del conocimiento, la aproximación a la realidad trascendente no es meramente intelectual.
“Un cielo estrellado es una partitura para el cosmos. Lo que nunca llegaremos a saber es si es el cosmos quien sigue sus notas y sus silencios, o si estos y aquéllas están escritas al dictado de los astros y sus movimientos. Yo, sea lo que sea, solamente trato de leerla y transformarla en música“. Gurdieff
Ese cielo estrellado de Gurdjieff se transformó en música a través de las melodías que él aprendió de sus largos viajes por Asia, desde la mítica Persia al Tibet. Esa música, inspirada en las enseñanzas espirituales y en la reflexión sobre el universo y el hombre vino trufada de breves textos sobre la música y el cosmos. Y así se plasmó en la propuesta cosmológica con proyecciones, piano y un actor bosnio, ante un público maravillado en el 48º Mess Festival de Sarajevo de 2.008.
Poco después, en septiembre de 2.013, el científico Don Gurnett, dedicado a la física espacial, aseveró durante una conferencia de la NASA que había escuchado y grabado los sonidos del espacio interestelar: