Yo también he sido joven y me creía que los mayores eran muy mayores y muy carcas, que estaban fuera de onda y no se enteraban de nada. Me comía el mundo y me rebotaba contra todo aquello que era inmovilismo. Que lo que hacíamos y pensábamos a nadie ante se le había ocurrido y que todo giraba a mi alrededor. También cometí excesos, más de un día me toco dormir en un banco del parque para pasar mi estado de embriaguez antes de volver a casa. Y mira que esto ha sido hace dos días, porque el tiempo pasa volando.
Sí, queridos jóvenes… ni nosotros en aquel momento inventamos el mundo y tampoco vosotros ahora.
Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido lo único que diferencia a una generación de la pasada, aparte de ciertas innovaciones, progresos tecnológicos y científicos y modas pasajeras, son pocas cosas, pero las hay, sobre todo la perdida de respeto a nosotros mismos y a los demás.
El ser humano ha evolucionado muy poco, incluso diría involucionado puesto que la rebeldía propia de esa edad en la actualidad sobrepasa en ciertos casos la línea roja de la ilicitud, pasando de comportamientos de rechazo a lo arcaico a la rebelión de la masas, con la impersonalidad propia de manadas sin ideas, subyugadas a ideologías manipuladas de un pseudo anarquismo capitalista mantenido por padres que no quieren enterarse de su error en consentirles todo y de su obligación de ejercer como educadores y de no escudarse en que la calle es la que los pervierte.
Es cierto que la educación es muy difícil y que la calle o grupo social puede pervertir, sobre todo cuando no se educa en el rechazo a la presión social, o en una personalidad única y consciente, diferente a la impersonal del grupo, con capacidad de decir no a lo que la sociedad impone, incluso en contra de nuestra voluntad.
Esa es la verdadera rebeldía, la del rechazo a lo enquistado. La que tiene como finalidad extirpar los tumores que corrompe a la sociedad o provocan su involución, el resto no es más que libertinaje o lo que es lo mismo una libertad excesiva y abusiva en lo que se dice y hace.
Estamos en un momento en que vemos a muchos jóvenes perdidos en la convicción que para ser aceptados socialmente deben seguir e imitar al grupo social, ya sea en cosas buenas o malas, sin diferenciar entre lo debido o lo indebido, porque a sabiéndolo no les importa porque su falta de carácter que les lleva a actuar de manera errónea, agresiva e incluso destructiva para con ello mismos y los demás.
También son muchos los jóvenes que creen que todo lo malo que les ocurre es culpa de los demás, afrontando la falta de oportunidades cayendo en la desidia en vez en la búsqueda de salidas a través de una formación y esfuerzo continuo, perdiéndose en el vicio y en la drogas o en una diversión destructiva de ellos mismos y de los grupos en los que se integran, con repercusiones negativas para la sociedad en general.
La diferencia generacional nos tendría que llevar a esforzarnos a educar a nuestros jóvenes, a luchar junto a ellos por la injusticia social, a implicarnos en sus problemas, haciéndoles comprender que no están solos pero que se les exige cierta reciprocidad, un esfuerzo y personalidad propias, lejos del borreguismo, del gamberrismo, porque ser jóvenes es algo más que hacer botellón, destruir el mobiliario urbano, no aceptar las normas de convivencia o convertir en diversión la agresión a policías que tratan de poner orden al desorden de su incivismo.
Menos mal que todavía hay jóvenes con cabeza, jóvenes rebeldes con causa, jóvenes que no necesitan estímulos químicos o sustancias estupefacientes y alcohol para divertirse, jóvenes en los que confiar un futuro mucho mejor que el que hemos hecho nosotros.