Introducción
Durante la pasada primavera, en el actual año 2023, me quedé muy sorprendido cuando mi profesora de Deontología mencionó a John Money durante la clase. Mencionó su nombre como ejemplo de un investigador y profesional que presumiblemente había llevado a cabo algunas investigaciones perspicaces en los frentes del sexo y la identidad de género. Mi sobrecogedor asombro tenía una razón de ser: sabía, en aparente contraste con mi profesor de Deontología, que la investigación de John Money era un fraude absoluto, especialmente si se tenía en cuenta la realidad del caso de David Reimer, que fue engañosamente anunciado allá por los años 60/70 como los fundamentos clínicos, centrales e inflexibles de su investigación profesional supuestamente pionera (para más información, véanse las respectivas biografías y documentales, varios se encuentran en la sección de bibliografía al final de Wikipedia, n.d.); y no sólo un fraude, sino también un claro ejemplo de pedofilia institucionalmente encubierta. Por aquel entonces, levanté la mano y comenté todo esto, instando a mi profesora a que no me creyera en absoluto, sino que buscara ella misma la información que yo estaba compartiendo. Su cara era un mosaico disonante; restó importancia a mis comentarios y pasó rápidamente a otros contenidos de su lección sobre igualdad de sexo/género, como si lo que yo acababa de compartir no fuera lo suficientemente relevante y digno de consideración y debate dentro del tema de su lección.
La cuestión de esta experiencia pasada mía, aunque tal vez no sea absolutamente concordante con el tema del presente texto, puede ser una de las razones por las que me interesé cada vez más en los campos de la identidad de género; en mi caso, más específicamente, me siento personalmente interesado en reconocer cuál es la realidad del número exponencialmente creciente de niños y adolescentes que, durante la última década, han informado y están informando, ya sea en forma de dudas leves o de fuertes convicciones, con respecto a su identidad de género fluida, no binaria, de otro sexo, queer y/o transgénero (ver Haarer, 2022; p.1). La entrevista de Jordan Peterson a Chloe Cole (véase The Dr. Jordan B. Peterson Podcast, 2023) también desempeñó un papel importante a la hora de desarrollar mi interés por las experiencias vividas por los jóvenes que decidían detransicionar. El origen de mis preocupaciones está constituido por mi propio sentido común personal, mi sentido de la prudencia y mi compasión hacia esta cohorte vulnerable, que ha estado y está expuesta, entre otras cuestiones, al desarrollo de graves riesgos relacionados con la salud al convertirse en pacientes (cronificados) de intervenciones biomédicas como los bloqueadores hormonales de la pubertad, los tratamientos hormonales entre sexos y las intervenciones quirúrgicas importantes [por ejemplo, sólo a nivel genital: penectomía, orquiectomía, vulvoplastia, vaginoplastia, para los varones al nacer; histerectomía, salpingooforectomía, alargamiento uretral con metoidioplastia o faloplastia, vaginectomía, escrotoplastia, para las mujeres al nacer; etc; para una lista más completa sobre los procedimientos quirúrgicos para el tratamiento de la disforia de género (DG), véase Pérez y Errasti, 2022, p.188], cuya eficacia se encuentra continuamente como insuficiente, o débil, a través de varios estudios y revisiones, así como su potencial de daño, como mínimo, como alarmante (véanse todas las referencias que se encuentran en Cohn, 2023, p.605; también Jorgensen, 2023, p.2180).
Afortunadamente, no sólo yo, sino gran parte de la comunidad científica se dedica a estudiar qué son y qué constituyen la identidad de género, la transexualidad, la DG, etc., así como todos los individuos, jóvenes o mayores, aunque especialmente los que componen las cohortes jóvenes, que encarnan los numerosos y diversos casos que se encuentran detrás de los datos sobre estos conceptos y categorías relacionados con la identidad, el género y el sexo, junto con sus experiencias únicas y sus motivaciones y necesidades compartidas (véase, por ejemplo, Haarer, 2022). A este respecto, Cohn (2023, p.599) afirma que, por un lado, las influencias etiológicas de la DG son variadas (y, plausiblemente, contingentemente entrelazadas), incluyendo “factores biológicos, culturales, sociales y psicológicos” [por ejemplo, procesos madurativos y transitorios, abusos y traumas sexuales, cuestionamiento de la orientación sexual, autismo, incongruencia de género establecida desde hace mucho tiempo, etc.] y, por otro lado, que el estado actual de la cuestión presenta diferentes “vías de resolución”, que van desde la DG resuelta sin transición y la DG resuelta debido a un establecimiento de la sexualidad hasta la fluidez de género continuada, la transición social y la transición médica y/o quirúrgica.
Para el presente documento, realicé una búsqueda de estudios en Google Scholar con la restricción de búsqueda a partir de 2022, haciendo uso del siguiente enunciado de búsqueda: “detrans*” AND bio* AND psych* AND longitudinal. Recorrí los estudios resultantes y, teniendo en cuenta el objetivo de este documento, reuní un total de ocho (N=8), que están debidamente referenciados al final del presente texto. También incluí un par de estudios que ya había recopilado hace unos meses en relación con el tema que nos ocupa.
El presente documento pretende ofrecer un resumen conciso de los puntos más relevantes basados en la evidencia encontrada en estos estudios, tratando de presentar una imagen enriquecedora, basada en hechos, objetiva y concisa de las cuestiones actuales que constituyen y rodean la realidad de los (jóvenes) detransicionistas de género.
Breve historia de los jóvenes (de) transicionistas: Algunos datos, teorías y tipologías
El estudio de las personas transgénero no es exactamente lo mismo que el estudio de los denominados detransicionistas, que pueden describirse como aquellos individuos que han dado marcha atrás, o incluso han intentado revertir, los procesos de transición de género, ya sean sociales y/o médico-quirúrgicos, que previamente habían iniciado, desarrollado, recibido y/o atravesado. La literatura suele diferenciar a los individuos que experimentaron DG durante la infancia en función de si se identifican [es decir, suelen denominarse “persisters”] o no [es decir, “desisters”] como transgénero durante la edad adulta. Según los datos, la mayoría de los individuos que experimentan DG durante la infancia no se identifican como transgénero cuando son adultos; como se afirma en Haarer (2022, p.18) “según un estudio de seguimiento realizado por Ristori y Steensma (2016), los sentimientos relacionados con la DG remitieron alrededor o después de la pubertad en el 85% de los niños estudiados. Esta cifra es consistente con los hallazgos a través de múltiples estudios (Steensma et al., 2011).” Asimismo, el estudio de Cohn (2023, p.1) amplía esta noción documentada al afirmar que “el inicio [de la DG] en la infancia (…) típicamente se resuelve y se asocia con la orientación homosexual adulta (Ristori & Steensma, 2016; Singh, Bradley, & Zucker, 2021), una condición (parafilia) observada en hombres mayores (Blanchard, 1989; Bailey & Blanchard, 2017), y otras presentaciones menos comprendidas que parecen estar asociadas con enfermedades mentales comórbidas, trastornos del espectro autista, trauma u otros problemas de salud mental (Bockting, Knudson, & Goldberg, 2006; Churcher-Clarke & Spiliadis, 2019; Evans & Evans, 2021; Evans, 2022; Lemma, 2018; Parkinson, 2014; Withers, 2020).”
Sorprendentemente, Haarer (2022, p.5) explica que “el estudio de las personas transgénero o transexuales en las sociedades occidentales (…) se remonta al menos al siglo XIX (Drescher et al., 2012). Los médicos en Europa comenzaron a realizar cirugías de reasignación de sexo (CRS) o lo que hoy se conoce más comúnmente como cirugías de confirmación de género (CCS)”. En este sentido, se puede observar que la forma de referirse a este tipo de cirugías ha cambiado su enfoque de su naturaleza biológica/fisiológica a la psicológica. Tal y como yo lo veo, esto puede ser problemático en algunos casos, en el sentido de que la etiqueta de este tipo de cirugías [i.e., CCS] no se está refiriendo en absoluto a la realidad contingente que encarnan [i.e., el proceso quirúrgico físico en sí mismo], sino sólo a su significación mental/psicológico, un detalle que, si se acompaña con el hecho de que los consentimientos informados de muchos profesionales han sido reportados acumulativamente como no suficientes ni precisos (Levine et al., 2022), e incluso como engañosos (Jorgensen, 2023), como veremos al final del presente texto, puede contribuir a, o inducir a error a los individuos hacia, una mala interpretación de la esencia fáctica de este tipo de procesos, ya que la etiqueta que se refiere a ellos no evidencia en realidad su naturaleza más fundamental ni su impacto más evidente: el fisiológico. Dicho directamente: “debemos ser cautos a la hora de adoptar eufemismos que puedan enmascarar daños iatrogénicos”. (Jorgensen, 2023, p.2180)
Además, es muy importante reconocer que el estudio de la transexualidad y, más concretamente, de la llamada neurociencia transgénero también, están amplia y profundamente influenciados por un marco de pensamiento reduccionista, biologicista/innatista, que se puede etiquetar como “esencialismo de género”, que asume que los cerebros humanos están inherentemente ligados a un determinismo biológico binario del sexo y, por lo tanto, también del género; según estas ideas, los cerebros masculinos o femeninos, y los géneros, son las dos únicas opciones disponibles en los cerebros de los seres humanos (Chávez, 2023, p. 1, p.40). La hipótesis del cerebro mosaico de Daphna Joel desafía estas suposiciones y postula que los cerebros humanos son multimórficos e intersexuales (Chávez, 2023, p.8-10), y no sólo masculinos o femeninos, negando directamente la convicción de que el sexo divide los cerebros humanos en dos poblaciones diferentes. En otras palabras, la hipótesis de Daphna Joel rechaza la noción, presente en los marcos de pensamiento esencialistas, de que las personas transgénero son hombres con cerebros de mujer y viceversa. Es más, esta hipótesis explica que los cerebros de todas las personas son multimórficos, independientemente de que los individuos adopten una personalidad transgénero, cisgénero o cualquier otra. Esta hipótesis se basa, por un lado, en la evidencia de que existe un alto grado de solapamiento entre las características cerebrales de mujeres y hombres, lo que sugiere, como ya se ha dicho, que no hay una división clara entre cerebros masculinos y femeninos y, por otro, en la prevalencia del llamado mosaicismo dentro de los cerebros y entre ellos, lo que significa que los cerebros humanos son heterogéneos en términos de características cerebrales, mostrando una variedad de características que se distribuyen de forma única en cada individuo, idea que se basa en estudios que han demostrado que los cerebros humanos se componen en gran medida de mosaicos únicos de rasgos típicos femeninos y típicos masculinos (Chávez, 2023, p. 4-10). En resumen, como lo afirma explícitamente el autor: “La transexualidad es un fenómeno biosociocultural, y el reduccionismo y el determinismo biológico que dominan su estudio, impiden explicarlo.” (Chávez, 2023, p.18)
Aunque el estudio de las personas transgénero no es el tema más novedoso en el ámbito de la investigación científica, es cierto que en los últimos años se ha prestado una mayor atención al tema, especialmente a la luz del hecho de que “existen pruebas de que un número cada vez mayor de adolescentes, en particular mujeres asignadas al nacer, buscan tratamiento en clínicas de género” (Haarer, 2022, p.1). En realidad, este “brote” específico y contemporáneo ha dado lugar al nacimiento y la exploración de una nueva etiqueta categórica, denominada disforia de género de inicio rápido (ROGD, por sus siglas en inglés), que intenta describir este fenómeno explosivo y reciente (Haarer, 2022, p.24-27; for an extended analysis of this hypothesis, see Lampe, 2023; and Littman, 2018; 2019).
Sin embargo, el estudio (de la historia) de las personas trangénero, obviamente o no, y quizás ligera pero significativamente, difiere del estudio (de la historia) de las personas que detransicionan. Como expresa Haarer (2022, p.2) “se ha investigado muy poco para explorar y contar las historias de los que acaban detransicionando, o de los detransicionadores. (…) falta literatura cualitativa que cuente la historia de la población detransicionada. (…) Los detransicionadores son una población desatendida y en cierto modo pueden ser vistos como extraños tanto a la población LGBTQ+ como a la cisgénero-heterosexual. Sin una investigación y comprensión adecuadas, los detransicionadores permanecen desatendidos y sin apoyo (Expósito-Campos, 2021).” Una posición similar puede encontrarse en Jorgensen (2023, p.2174 ), un estudio en el que “las cuestiones clínicas y de investigación emergentes relacionadas con el arrepentimiento de la transición y la detransición [se discuten] (…), mediante la descripción de los cambios recientes en la epidemiología de la disforia de género, la conceptualización de la identificación transgénero y los modelos de atención, [así como] (. ) el impacto potencial de estos cambios en el arrepentimiento y la detransición; la prevalencia del desistimiento, el arrepentimiento y la detransición; las razones de la detransición; y por último, las necesidades médicas y de salud mental de los detransicionistas, [y cuyo] objetivo es dotar a los clínicos de la información más reciente en este campo en rápida evolución para que puedan apoyar a los pacientes que navegan por los retos del arrepentimiento y la detransición”; las principales preocupaciones de este estudio están comprendidas por los hechos de la falta de conocimiento suficiente sobre las “necesidades de atención médica y mental de estos pacientes”, así como la falta de “orientación sobre las mejores prácticas para los clínicos involucrados en su atención”.
Por estas razones, entre otras que muy probablemente queden por cubrir dentro del presente texto, es de suma importancia tratar de entender cuál es la realidad (histórica) de todas aquellas personas que tanto decidieron como están decidiendo detransicionar, así como cuáles son los principales retos a los que se enfrentan en la actualidad. Se recomienda encarecidamente la lectura del extenso y profundo trabajo de Haarer (2022) en este sentido, cuyo objetivo es “comprender la experiencia vivida de las personas que se sometieron a una transición de género social y/o médica y que posteriormente detransicionaron [mediante] la exploración de sus experiencias vividas” (p.3), explorando “los factores, motivaciones e influencias en torno a las decisiones de los participantes sobre la transición y la detransición, (…) examinando cómo el uso o la ausencia de intervenciones médicas impactó en los participantes, en su transición y en su detransición (…) [e intentando] identificar y comprender las necesidades primarias de los [diez] participantes en el momento de la entrevista” (p.37).
Principales preocupaciones, enfoques para la práctica profesional y más datos
La transexualidad se entendía generalmente, hace décadas, como una manifestación de psicopatología. Con el tiempo, un cambio en los manuales de clasificación DSM y CIE se hizo cada vez más evidente en este sentido, presentando una tendencia continuada que acabó por considerar y describir la experiencia transgénero como una cuestión de diversidad más que de salud mental. Dentro de estos manuales, el concepto de transgénero difiere del de disforia de género (DG); el primero se conceptualiza como una forma de ser/expresarse, el segundo como “un término diagnóstico específico [caracterizado por] angustia relacionada con la propia experiencia del género” (Haarer, 2022, p.8-12).
Numerosos estudios han demostrado que la población transgénero suele presentar tasas más elevadas de problemas de salud mental internalizados, y es más vulnerable a padecerlos, en comparación con la población general, como ansiedad, depresión, autolesiones y suicidio. Los factores más estudiados que contribuyen a estos resultados negativos relacionados con la salud mental suelen explicarse mediante la teoría del estrés de las minorías, que expresa que “los problemas de salud mental de las poblaciones minoritarias (…) surgen de su experiencia de discriminación, prejuicios y estigma en su entorno social” (véase Haarer, 2022, p.13-16). Algunas de las características reportadas de los niños que presentan problemas de identidad de género son: presentar inconformidad de género, ser especialmente vulnerables a internalizar problemas psicológicos, presentar una sobrerrepresentación del trastorno del espectro autista en comparación con la población general, una tendencia a las dificultades con las relaciones de apoyo entre pares que puede promover problemas en el funcionamiento de la salud mental, una asociación con una identidad gay, lesbiana o bisexual en la edad adulta, entre otros (Haarer, 2022, p.17-18).
Para hacer frente e intentar resolver las cuestiones, problemas y síntomas psicológicos de los niños con disforia de género, se han utilizado a lo largo del tiempo diferentes enfoques para el tratamiento de los niños y adolescentes transgénero con el objetivo principal de reducir la DG de los niños, más que de cambiar su identidad de género; sin embargo, existen algunas diferencias entre los profesionales e investigadores sobre cómo tratar y atender mejor las necesidades de estas poblaciones jóvenes. Algunas de las áreas que actualmente son objeto de debate, e incluso de controversia, son: el uso o no de bloqueadores de la pubertad, a qué edad empezar a fomentar/aconsejar la transición social, la presencia o ausencia de derechos de los padres en relación con las intervenciones médicas de los niños, y la filosofía del tratamiento aplicado en sí [por ejemplo, psicoterapia de afirmación del género frente a psicoterapia exploratoria]. En cuanto a la última área de debate mencionada, históricamente se han aplicado tres enfoques principales hasta la fecha, con el objetivo de abordar y ayudar con la DG de los niños; estos son:
I) Esfuerzos para cambiar la identidad de género: su objetivo es reducir el comportamiento y la identificación entre sexos ayudando a los niños a identificarse con el sexo/género que se les asignó al nacer, comparable a los esfuerzos para cambiar la orientación sexual, considerados poco éticos por diferentes organizaciones profesionales internacionales, ya que se ha expresado que la angustia y la disfunción de los niños aumentan cuando se reorientan o desalientan sus preferencias y comportamientos;
II) Espera vigilante: dirigida a permitir que los niños se desarrollen de forma natural, segura y saludable sin tratar de manipular la expresión de género, animando a los padres a mantener la mente abierta con respecto a todos los resultados posibles, incluida la desaparición de la DG, puede incluir psicoterapia y el abordaje de cualquier problema o diagnóstico comórbido, normalmente desaconseja la transición social completa y la intervención médica/quirúrgica debido a la alta tasa de desistimiento reportada, propuesto por algunos autores como tratamiento de primera línea para todos los jóvenes con DG, ya que aborda directa y profundamente los problemas centrales de disforia del individuo y no promueve automáticamente ninguno de los procesos que suelen alentarse rápidamente en los enfoques afirmativos del género, como los tratamientos/procedimientos/intervenciones médicos/quirúrgicos (véase también Jorgensen, 2023, p. 2179); y
III) Atención Afirmativa de Género: dirigida a proporcionar un entorno de apoyo donde permitir a los niños expresar plena y libremente la identidad de género deseada, educando a los niños, por ejemplo, en las ideas de que las identidades de género constituyen un ejemplo de la diversidad humana, en lugar de implicar ningún trastorno mental, se ha convertido en el enfoque más habitual recomendado por las directrices oficiales e implementado en la práctica psicoterapéutica, recibe críticas en relación con una aparente a menudo “precipitación” en los procesos afirmativos de género que hace caso omiso de una exploración psicológica más amplia y profunda de la etiología de la DG y de otros factores asociados como el trauma, el autismo, las presiones sociales y diferentes factores ambientales (Haarer, 2022, p. 19-22).
Cabe destacar que la preocupación más prominente y compartida de la que se informa y que se encuentra en la literatura científica consiste en “si los proveedores de servicios médicos y de salud mental están explorando y abordando adecuadamente la disforia de los clientes antes de facilitar las intervenciones médicas, incluidos los bloqueadores de la pubertad, las hormonas sexuales cruzadas y las intervenciones quirúrgicas” (Haarer, 2022, p.2-3). Esta misma idea se expresa con mayor claridad en las siguientes líneas: “(…) que la amplia aplicación de un enfoque de afirmación de género equivale a validar cualquier autoinforme de DG y apoyar las solicitudes de transición médica sin una evaluación adecuada. (…) Este aumento en el número de pacientes transgénero, [el reciente] vuelco en la proporción de sexos, y el aumento del enfoque biomédico del tratamiento está causando preocupación en algunos padres, profesionales y legos preocupados por el hecho de que niños y adolescentes estén realizando cambios irreversibles en sus cuerpos de los que más tarde puedan arrepentirse, incluso causando infertilidad, quizás sin una evaluación adecuada y sin la precaución de los profesionales implicados en su cuidado” (Haarer, 2022, p.1-2).
Aunque algunos autores alientan y fomentan la aplicación del denominado ‘Dutch Protocol’, un modelo de tratamiento que hace hincapié en la supuesta necesidad imperiosa de aplicar el uso secuencial de bloqueadores de la pubertad, hormonas sexuales cruzadas y cirugía en los niños disfóricos de género, argumentando que este procedimiento evitará que pasen por la pubertad y desarrollen características sexuales no deseadas que, bajo este punto de vista, exacerbarían la disforia y, por tanto, elevarían el riesgo de suicidio, muchos otros autores expresan y enfatizan que seguir dicho protocolo, cuyos partidarios pretenden aplicar sistemáticamente a todos los niños con disforia de género, podría resultar más perjudicial que beneficioso para ellos, ya que, por un lado, aún se desconocen los efectos a largo plazo de los bloqueadores de la pubertad y, por otro, ya existen pruebas de que su uso puede provocar efectos negativos relacionados con la salud, como osteoporosis, deterioro del desarrollo social, emocional y cerebral, disminución del placer sexual y disminución del coeficiente intelectual (Haarer, 2022, p. 23). En esta línea, Chávez (2023, p.22) destaca que “el biologicismo puede poner en riesgo la salud de las personas transgénero, ya que puede conducir a la sobremedicalización de la identidad de género y a la prescripción de tratamientos hormonales y quirúrgicos innecesarios o inapropiados”. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de los sentimientos disfóricos de género de los niños remiten durante o después de la pubertad (Haarer, 2022, p.18) y que “el 80% que no reciben bloqueadores de la pubertad desisten (Withers, 2020)” (p.23), estas preocupaciones parecen bastante razonables y prudentes, teniendo en cuenta que las intervenciones médico-quirúrgicas son intrínsecamente, dicho llanamente y en todos los aspectos, muy impactantes (e incluso plausiblemente peligrosas) en términos de salud, como se ha señalado recientemente. Este hecho parece ser una de las razones por las que algunas políticas gubernamentales sobre transexualidad, en Finlandia, Suecia, Inglaterra y Noruega, se han detenido muy recientemente, dando lugar “a un retroceso legal de la permisibilidad de los tratamientos hormonales/quirúrgicos que supuestamente resolvían la depresión de las personas transexuales”. (Chávez, 2023, p.22; see also Richardson, 2022, p.2506; Haarer, 2023, p.24; Cohn, 2023, p.601, p.605).
Así, para superar el marco biologicista tanto en el ámbito científico, en primera instancia, como en el debate político, en consecuencia, parece estrictamente necesario adoptar una perspectiva social que tenga en cuenta la complejidad y diversidad de las identidades de género y que reconozca el derecho de los individuos a expresar su identidad de género de forma autónoma y sin ser discriminados o excluidos. Con este objetivo, es necesario que los trabajos tanto empíricos como teóricos que adopten una perspectiva social que considere la complejidad y diversidad de las identidades de género y que evite narrativas sesgadas, como la hipótesis del cerebro mosaico de Daphna Joel, sean tomados en serio, y muy probablemente adoptados, por las comunidades científica y social (Chávez, 2023, p.1). De lo contrario, los marcos de pensamiento biologicista y esencialista de género permanecerán en las mentes de las personas en forma de creencias ideológicas sesgadas sobre la naturaleza de los cerebros humanos (transgénero), las cuales tienen la capacidad de mantener algunos de los prejuicios hacia las poblaciones transgénero y detransicionistas, entre otras, lo que puede llevar a perjudicar en lugar de ayudar.
Implicaciones para los profesionales sanitarios y sobre el consentimiento informado clínico
Por desgracia, muchos detransicionistas han afirmado que no se les informó adecuadamente sobre las implicaciones sanitarias de los tratamientos antes de su adopción y aplicación, y muchos consideraron que no se exploraron suficientemente sus problemas psicológicos y emocionales preexistentes; algunos ejemplos de factores a los que los destransicionistas atribuyeron finalmente un papel causal, parcial o total, en el desarrollo de su disforia o deseo de transición, y que los participantes consideraron sistemáticamente que, en general, no se tuvieron debidamente en cuenta durante las sesiones de evaluación/terapia, incluyen “abuso sexual infantil en forma de incesto de hijas, reacciones a los estereotipos de género en forma de misoginia y sexismo, sensación de fracaso relacionada con el género asignado al nacer, homofobia interiorizada, una relación problemática entre padres e hijos, atención sexual no deseada y autoerotismo” (véase Haarer, 2022, págs. 228-229). Además, algunos “creían que el sistema médico les había fallado al permitirles, e incluso animarles, a hacer la transición sin una evaluación adecuada o un debate sobre otras formas de abordar, tratar o vivir con la disforia de género (Exposito-Campos, 2021; Sanders et al., 2023). Para muchos, el apoyo necesario y la experiencia clínica simplemente no estaban disponibles (MacKinnon et al., 2022b; Vandenbussche, 2022)”. Además, muchos de los que abandonan la transición no siguen visitando a los clínicos con los que llevaron a cabo sus procesos de transición, lo que dificulta la necesaria evaluación de seguimiento; por esta razón, es muy difícil reconocer los datos predominantes sobre arrepentimiento y detransición (Jorgensen, 2023, p.2178-2179).
Diferentes autores señalan “la necesidad de desarrollar e implementar nuevas guías clínicas para los clínicos que trabajan en el campo de la DG” (Expósito-Campos, 2021, p.274; ver también Jorgensen, 2023; Levine et al., 2022; Lampe, 2023; Pérez y Errasti, 2022; Chávez, 2023; y Haarer, 2022). En esta línea, tras entrevistar en profundidad y explorar y analizar las motivaciones e influencias de diez participantes voluntarios que les condujeron a sus procesos de detransición, así como sus necesidades personales durante estos momentos, Haarer (2022, p.228-235) extrajo y resumió las implicaciones más relevantes para los profesionales sanitarios y de asesoramiento a la hora de asistir adecuadamente a los individuos de esta población específica. En resumen, por un lado, se subraya la necesidad de una psicoterapia exploratoria para la población transexual/transgénero, en la que los clínicos deben respetar la autonomía del paciente, llevar a cabo un proceso de consentimiento informado reflexivo, paciente y sin prisas que cubra la gama más completa posible de riesgos, beneficios y opciones de tratamiento, y llevar a cabo un proceso de evaluación profundo y exhaustivo dirigido a comprender todos los diferentes factores que influyen en el desarrollo de cada caso individual y, por otro lado, que se fomente el desarrollo exhaustivo de protocolos clínicos específicos y adecuados destinados a ayudar, cuidar y tratar a las personas que llevan a cabo respectivos procesos de transición de género, en quienes la soledad y la alienación se aborden de forma compasiva y directa, se trabaje el duelo, se construya y fomente el apoyo relacional, se tengan en cuenta y se reconozcan las enfermedades mentales concurrentes cuando estén presentes, se ofrezcan apoyos prácticos e ingeniosos, y se fomenten y construyan de forma consciente y cooperativa la resiliencia y el optimismo.
En cuanto a la comunicación continua de un consentimiento informado necesario, extenso y profundo, los clínicos y profesionales de la atención psicológica deben ser éticamente responsables e informar claramente sobre cada aspecto de las acciones y los tratamientos que pretenden implementar con sus pacientes; reconocer, compartir y asegurarse de que las posibles consecuencias de los diferentes tratamientos que se implementarán son comprendidas adecuadamente por los pacientes es un deber ético. Por ejemplo, Jorgensen (2023, p.2179) afirma que “al obtener el consentimiento informado, los clínicos deben asegurarse de que los pacientes entienden que la transición médica no es un antídoto para las consecuencias duraderas de la adversidad infantil, las desventajas físicas o fisiológicas coexistentes o las circunstancias familiares desafortunadas (Levine et al., 2022). Además, no discutir alternativas a la medicalización y promover afirmaciones infundadas de que el suicidio es la alternativa inevitable a la transición médica (Biggs, 2022; Kirkup, 2020) roba a los pacientes la oportunidad de explorar otras estrategias de manejo.” A su vez, Pérez y Errasti (2022, p.192) destacan que “el consentimiento debidamente informado debe ser un proceso y no un acontecimiento”, lo que significa que los clínicos deben proporcionar continuamente a sus pacientes durante el proceso clínico con toda la información disponible sobre las cuestiones implicadas en los procesos de evaluación y/o tratamiento [por ejemplo, los factores que influyen en la disforia/angustia, los posibles resultados durante/después de las intervenciones y los respectivos datos actuales fiables sobre estas cuestiones, etc], para que los pacientes puedan tomar decisiones plenamente informadas, autónomas y verdaderamente deseadas con sus propias vidas.
Conclusiones
Hay que seguir investigando sobre las cuestiones que rodean a la atención sanitaria de las personas transgénero/transexuales, así como de aquellas que emprenden procesos de transición de género. Existe una clara falta de orientación profesional adecuada sobre las mejores prácticas para los médicos implicados en la atención de los detransicionistas, y hay que esforzarse por llenar este vacío. Para ello, es necesario comprender y tener en cuenta la realidad histórica de quienes decidieron y deciden detransicionar. Con este objetivo, parece necesario adoptar una perspectiva social que reconozca la complejidad y diversidad de las identidades de género para superar el marco biologicista tanto en el ámbito científico como en el debate político. Además, se requiere que los clínicos y los profesionales de la atención psicológica asuman una responsabilidad absoluta sobre el proceso del consentimiento informado, una parte indispensable dentro de la práctica profesional, proporcionando a los pacientes un repertorio de conocimientos más matizado y basado en hechos. Es necesario que la comunidad científica adopte un enfoque multifactorial y socialmente informado de estas cuestiones, haciendo hincapié en la importancia de la responsabilidad ética y el consentimiento informado en la prestación de asistencia sanitaria a las poblaciones transgénero y en proceso de detransición.
Referencias
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Cohn, J. (2023). Some Limitations of “Challenges in the Care of Transgender and Gender-Diverse Youth: An Endocrinologist’s View”. Journal of Sex & Marital Therapy, 49(6), 599-615. DOI: 10.1080/0092623X.2022.2160396
Expósito-Campos, P. (2021). A Typology of Gender Detransition and Its Implications for Healthcare Providers.
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Haarer, M. L. (2022). A Phenomenological Study of the Experience of Gender Detransitioning. Regent University ProQuest Dissertations Publishing, 29395093.
Levine, S. B., Abbruzzese, E., Julia W. Mason, J. W. (2022): Reconsidering Informed Consent for Trans-Identified Children, Adolescents, and Young Adults. Journal of Sex & Marital Therapy. DOI: 10.1080/0092623X.2022.2046221
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Pérez, M., Errasti, J. (2022). Psychology and gender dysphoria: Beyond queer ideology. Papeles del Psicólogo, 43(3), 185-199. https://doi.org/10.23923/pap.psicol.3001
Richardson, A. (2022). Biologisms on the left and the right. Ethnic and Racial Studies, 45(13), 2496-2518. DOI: 10.1080/01419870.2022.2102933
The Dr. Jordan B. Peterson Podcast. (2023, January 3). Detransition: The Wounds That Won’t Heal | Chloe Cole
| EP 319 [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=6O3MzPeomqs&t=4502s
Wikipedia. (n.d.). David Reimer. https://en.wikipedia.org/wiki/David_Reimer
En resumen: transicionar en sufijos de la “a” a la “u”, para después detransicionar a la “a” . Todo con dinero público…
Mientras pagamos miles de euros al dentista y en impuestos.
Me encantan el mundo actual y el que viene!!!