En estos días lo habitual sería disfrutar de unas fechas festivas y familiares, criticar, o ensalzar, la iluminación navideña y preparar los regalos para que SSMM los Reyes Magos, o Papá Noel, según conveniencia familiar, los dejen en el salón de las casas donde niños y mayores esperan con ilusión, con nervios, y con expectación, la mañana señalada para abrir los paquetes y empezar a disfrutar de la magia de los mágicos presentes.
Lo habitual sería olvidar las penas y las penurias y lanzarse a la calle, a los brazos de la familia, a la reunión con amigos y compañeros para festejar, como si fuera un presente sin pasado, un presente sin mañana, con un punto de histrionismo, de histerismo, de ansia de felicidad, unas navidades llenas de tradición, llenas de necesidad de descargar las preocupaciones cotidianas, llenas de ansias de momentos dulces y felices, empezando por el día nacional de la salud, que casualmente coincide con el día del sorteo de Navidad. Eso sería lo habitual, pero este año veo, en realidad entreveo, porque es difícil observar una sonrisa, ver perfilarse un beso, insinuar con un gesto, ojos cansados, ojos con rabia, ojos con miedo. Y en esta panorama, en este mundo entrevisto que se oculta, porque eso permite pensar que existe una certeza que nadie tiene, nadie, me resulta difícil pensar un mensaje de esperanza, intentar imaginar un año en el que la siembra de terror con la que nos han amargado durante dos años, con la que nos siguen amargando sin fin justificable, no siga dando sus frutos a conveniencia de industrias, de gobernantes, de fanatismos de todo signo.
Nadie nos cuenta, y a los pocos que lo cuentan o no se les escucha, o se les insulta para callarlos, que las vacunas, necesarias pero cuestionables en su explicación y desarrollo, eficaces pero no definitivas, no podían ser una solución de erradicación, y son solo un intento, parece que eficaz, necesario por cronificar, por asumir, por integrar, un mal que irrumpió con una mortalidad que hacía décadas que no sufríamos, y que sembró el terror, posiblemente interesado pero incuestionable, en la sociedad. Nadie parece tener interés en escuchar que ahora ya es el tiempo de los tratamientos que empiezan a surgir, el tiempo en el que el COVID como agente mortífero no supera a la gripe, a las enfermedades cardiovasculares, o al cáncer, el tiempo en el que intentar no contagiarse ya no tiene que ser una obsesión, debe de ser una precaución. Un tiempo en el que su estacionalidad será continua, en el que los protocolos de aislamiento no pueden paralizar a un país, no pueden desmembrar a una familia, no pueden separar a los amigos, a las parejas. Un tiempo en el que corresponde a la inversión en medicina y no a las medidas coercitivas, cercenantes, tomar el relevo del combate. Más sanidad y menos restricciones, de la mano.
Han vuelto los abrazos, pero cuesta apretarlos, cuesta prolongarlos, cuesta disfrutarlos. Han vuelto algunos besos que se quedan enredados en telas que separan los labios de la piel ajena, en telas ávidas de sentirse piel deseada, de creerse labios entreabiertos. Han vuelto los apretones de manos, pero algunos revolotean y en el camino se convierten en puños que chocan, o en gestos incompletos.
Me han contado, no lo puedo dar por cierto, parece ser que sucedió en algún país del norte, tal vez lo he imaginado, que en cierto hogar en el que se esperaba a Papá Noel con todo preparado para recibir los regalos, oyeron en el tejado el tintineo característico de los renos, y que, incluso, a través de la chimenea se filtró el destello rojo de la nariz de Rodolfo. Todos corrieron a esconderse, a sus camas, todos simularon el sueño, y en esa empezaron a oír que por la chimenea se deslizaba alguien. Todos los oídos esperaban, atentos, el característico “JO,JO,JO” de Santa Claus, pero en medio del silencio expectante resonó como un aldabonazo siniestro en un castillo caucásico y desierto un “cof, cof, cof” de una tos ahogada. El “pater familias”, espantado, se incorporó de un salto en su lecho y corrió a la chimenea, llegó justo para ver como un rostro orondo y barbudo, sobradamente conocido y esperado, asomaba junto a un cuerpo rotundo, un saco, y… ¡dios mío!, sin mascarilla. El padre, escandalizado, le exigió con un gesto, todo fue gestual en el encuentro, que se pusiera el adminículo, Papá Noel intentó explicarle que los entes mágicos no sufren enfermedades y por tanto no llevaba medidas preventivas, ni tenía el pasaporte COVID porque no se había vacunado, no lo necesitaba. Todo fue inútil. Tras los aspavientos, las exigencias, los intentos de explicación y las conminaciones, Papá Noel y sus regalos emprendieron, resignados, el camino de vuelta chimenea arriba hasta su trineo, no sin antes, por el camino, volver a oírse el mismo “cof,cof,cof” que se había escuchado anteriormente.
El padre, triste pero orgulloso, se volvió a la cama y le explicó a su esposa, que por primera y única vez en su matrimonio le dio la razón, lo sucedido, y la tristeza que sentía porque sus hijos ese año no tuvieran regalo. La noche transcurrió con la lentitud propia de las noches de tristezas, de agobios, de renuncias, y al llegar la mañana, al oír a sus hijos prepararse para acceder al salón y ver sus regalos, el padre se sintió en la obligación de explicarles que posiblemente, debido a la pandemia y a las restricciones, Papá Noel no hubiera llegado.
Abrieron el salón y… allí estaban los regalos de los niños, incluso más de los que habían pedido, pero ni uno solo para los padres. Para los padres solo había un sobre, manuscrito de Papá Noél. El texto era escueto:
“Para el próximo año os deseo una limpieza completa de la chimenea, porque ni los más mágicos podemos pasar entre tanta porquería sin que se nos congestionen las vías respiratorias”
Al texto acompañaba una tarjeta de una empresa de nombre “Supercalifragilisticoespialidoso” especialistas en limpieza y deshollinado de chimeneas.
Y hasta aquí lo que me han contado, hasta aquí lo que yo puedo contaros pensando en la próxima llegada de los Reyes Magos, no les vayamos a hacer el feo de olvidar que son magos pero humanos, que pueden toser, estornudar, aunque no estén enfermos, y no nos vaya a arruinar las navidades un golpe de tos inoportuno. No echemos esta historia en saco roto, apréciese el doble sentido, y dejemos que la vida, que la magia, que la razón, presidan nuestras fiestas.
Felices fiestas A TODOS, TODOS, Y TODOS.