Falleció Dios una fría mañana de enero. Aquel hombre le cogió desprevenido mientras iniciaba los preparativos para la primavera de aquel año. No hicieron falta cuchillos o afiladas palabras escupidas; la insulsa indiferencia de Genaro del Río, un medio hombre elegido por votación popular, fue suficiente para que aquel creador de realidades se desplomara sobre el renegrido suelo con formas geométricas del prostíbulo.
Enseguida, un círculo de carne, pupilas y pezones se formó entorno al todavía tibio cadáver.
– ¡Pero qué has hecho insensato! ¡Qué has hecho!
Genaro quería responder, pero un gusano gordo metido en la garganta le impedía pronunciar palabra alguna.
– …eh, uh…
Sólo un gilipollas podía ser elegido por una mayoría absoluta para tal fin.
Mientras que Ingrid Hellman, la única votante que eligió el pasado en contra de la nueva realidad, lloraba por su insignificancia, una legión de moscas verdes proponía un nuevo Génesis sobre la generosa carne del Creador, iniciando así los cuatro días de la creación del Nuevo Mundo.
El Viejo fue envuelto en una jarapa y depositado sin honor alguno en el vertedero de Pinto. A su lado, una sola frase disimulada en la etiqueta de una
Náufraga botella de “Anís del Mono”, hacía mención a su pasada existencia “Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento”.
En la desolación del Cuarto Día, a I. Hellman se le cortó la mayonesa. En el piso de al lado, un pintor hiperrealista de apellido
Espantoso, contemplaba embobado como la desbordante menorragia de su última modelo, dibujaba en el suelo dos labios perfectos.
Y es que todos los Génesis comienzan de la misma manera: manipulando la materia oscura de la noluntad.
Este tío es un genio en sus relatos