INK: del Inglés Tinta.
Tres horas. Abro los ojos antes de la entrevista. Hoy no he recibido la visita de Morfeo, las ideas se arremolinan en mi mente tras repasar cada uno de los puntos que se van a tratar hoy y de todo lo que está en juego. Me auto animo con pensamientos positivos, mi futuro profesional puede cambiar hoy mismo, y no dejaré escapar la ocasión así como así. Trago con desgana un café preparado la noche anterior con las prisas que entran sin motivo y trato de ordenar mis ideas bajo el agua helada de la ducha. Me miro en el espejo y observo un rostro por el que parece que no han pasado los últimos años, un rostro que a pesar de ello muestra una confianza total en sí mismo. Observo casi inconscientemente, como cada día, los pequeños dibujos que cubren mi cuerpo antes de enfundarme con mi corbata y traje preferidos.
Dos horas. El tiempo parece no correr. Deambulo por las calles de una ciudad extraña, a pesar de que se ha convertido en mi hogar desde hace un pequeño puñado de años, una ciudad aún sumergida en el sueño y por la que apenas llegas a observar las escasas almas más madrugadoras. Caminas sin rumbo fijo, recordando los buenos y malos momentos que pasaste hasta llegar a donde estas y no puedes evitar sentirte feliz. Al fin lo has conseguido, todo te ha llevado hasta aquí.
Una hora. Tomas tu segundo café del día, esta vez con grandes pausas entre sorbo y sorbo, leyendo la frase moralizante de turno que aparece en el azucarillo, y eres tan inocente, tan inmaduro, como para creértela. Remueves incansablemente la cucharilla, mirando fijamente el líquido que se arremolina mientras tu mente empieza a despertar y vuelve al mundo real.
Apareces teletransportado a una pequeña sala con tres sillas aparte de en la que estás, notando como cada célula de tu cuerpo se concentra en permanecer allí, en procurar que el nerviosismo juegue en tu favor y que tu reciente cara afeitada deje de picar tan desagradablemente. Una voz grave y amable proveniente de mi espalda dice mi nombre y me saca del trance. Observo el cuerpo de un hombre, también trajeado de arriba abajo, no mucho más mayor que mi padre. Me indica que acceda a su despacho, increíblemente iluminado dada la temprana hora y me señala un pequeño sillón frente a una enorme mesa de madera.
Cero. Ahí estás, todo o nada. El hombre bonachón cierra la puerta tras de tí y con su amable voz te indica que te sientes mientras sostiene una hoja de papel donde alcanzas a ver una pequeña foto tuya de hace algún tiempo, enfundado en el mismo traje que llevabas contigo en ese momento. El hombre ocupó su lugar en el lado opuesto de la mesa y antes de sentarse extiende su enorme mano hacia tí. Con calma, le devuelves el saludo con un firme y amigable apretón de manos. Justo antes de separarnos, sus pequeños ojos recorren tu mano y se detienen sobre una pequeña nota musical dibujada años antes, reflejo de un amor por este arte. Su rostro cambió, su voz parecía cada vez más y más apagada mientras te habla de cifras, sin quitar ojo a la pequeña corchea negra.
De pronto, sin saber cómo, apareces teletransportado de nuevo a una ciudad extraña, a pesar de que se ha convertido en tu hogar desde hace un pequeño puñado de años, deambulando sin rumbo fijo.
Peor fue lo mío… no me cogen en trabajos cara al público, por estar gordo
Desgraciadamente ahora nos exigen mucho para trabajos mal pagados, la presion que se soportas es enorme