INFINITÉSIMA REALIDAD.

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Una de las cosas que te das cuenta con los años es que nadie somos imprescindibles, nadie.

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Sólo hace unos días, un icono de la  monarquía británica, la Reina Isabel II, fallecía, la mujer eterna de 96 años y 70 en el trono, aunque no se si pasó o no a mejor vida, porque dudo se puede vivir mejor que un rey o reina, aunque no conlleve siempre la felicidad; pero el caso es que, a rey muerto, rey puesto, como es el ascenso al trono, estando todavía de cuerpo presente aquella de su hijo Carlos que, por supuesto, no goza ni gozará de la misma simpatía que su madre y tampoco creo supere  su reinado, entre otro  motivos,  por su edad , que le mantendrá en el trono durante mucho menos tiempo, ni por el momento histórico y, porque según los cronistas, tiene el defecto de opinar de política en público lo que le puede situar en una posición parcial para quienes realmente gobiernan y mandan.   Pero, como no quiero extenderme en algo que solamente mantiene cierta complementariedad con lo que pretendo exponer, que no otra cosa que la levedad de la existencia, o lo que es lo mismo, la condición volátil de nuestro peregrinar por este mundo de los mortales, intentaré ir al grano.

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De manera que, por muy longeva que sea la existencia de un individuo o individua, siempre hemos oído a nuestros progenitores que la vida es muy corta, que si bien  de joven no acababa de entender por el montonazo de años que tenían quienes hacían tal afirmación, puedo garantizar habiendo superado el medio siglo que, efectivamente, así es, la vida inexorablemente pasa volando, y cuando queremos darnos cuenta, las arrugas, el pelo cano o una salvaje alopecia y la presencia de una salud cada vez más quebradiza se imponen como una realidad. De pronto, nos hecho viejos y de qué manera.

Disculpen los lectores, tanto jóvenes como los menos jóvenes, porque parece dar la impresión que lo que puedo pretender poner de manifiesto es la poca importancia de nuestra existencia, cuando en realidad es todo lo contrario.

Todos y cada uno de nosotros somos seres únicos, no hay uno que se repita, eso sí, para bien o para mal,  pues algunos somos insufribles, pero lo que no puede negarse es que, al igual que  no hay estrella en el firmamento que sea igual a otra, por mucho que al mirar al cielo nos parezcan que sí lo son, sin embargo no es así, las  hay de enanas amarillas, enanas blancas‎, enanas marrones, enanas naranjas, enanas rojas, estrellas blancas de la secuencia principal‎, estrellas de carbono‎, estrellas de neutrones‎, estrellas de tipo K, estrellas de tipo S‎, estrellas de Wolf-Rayet‎, estrellas binarias, estrellas por tipo espectral‎, estrellas variables, gigantes azules‎, gigantes naranjas‎, gigantes rojas‎ e hipergigantes, según wikipedia, porque yo de astronia, se más bien poco ‎, en fin una gran variedad en el inconmensurable universo; exactamente lo mismo que sucede con nosotros, blancos, negros, amarillos, altos, bajos, rubios, morenos, y otras muchas cualidades que nos diferencian a los unos de los otros, aunque lo fundamental, no es lo físico, sino algo esencial e intangible, nuestro espíritu o alma, entendida como la esencia inmaterial que define la individualidad y su humanidad, así como su conexión con ese mismo universo de las estrellas, de los planetas, de los agujeros negros…, con lo infinito.

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En definitiva, aunque no podemos negar la importancia de nuestra existencia, de nuestra individualidad, tampoco podemos obviar que no somos más que una mota de polvo, incluso algo infinitesimalmente más pequeño, si lo comparamos con el infinito universo, de manera que, nuestra trascendencia, al margen de en otro plano diferente al que nos encontramos ahora, conforme pretende poner de man⁸ifiesto la física cuántica, sólo va a depender de los recuerdos que de nosotros guarden los que nos sobreviven, recuerdos en los que de manera evidente, nuestro buen hacer, nuestra bondad, nuestras obras buenas,  van a propiciar que  nuestro recuerdo se prolongue o no en un futuro de una manera positiva, conmemorando lo que fuimos o, por el contrario, cuando la herencia dejada es la peor cara del ser humano, el deseo del olvido será el fatal legado a nuestros sobrevivientes, a pesar de ese buenismo con los difuntos, de que Dios los tengan en su gloria, cuando lo merecido es todo lo contrario y que, he podido comprobar, se sustenta en cierta superstición sobre el inframundo.

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Creo que ya lo he contado en otras ocasiones, alguien me dijo una vez, ante mi pasotismo en relación a la consideración por los demás, que no entendía esa falta de ambición o deseo ardiente de conseguir algo, como  poder, riquezas, dignidades o fama y que, lo que trataba de transmitir era una farsa, pues todos deseamos tales cualidades y reconocimiento social. Por supuesto que, no trate de demostrarle lo contrario, como es el hecho, y ello me hace volver de nuevo a los años vividos, de la experiencia que el estar más arriba o más abajo en lo que materialmente viene considerándose como una exitosa vida, no da la felicidad, al menos por sí sola, es más, añade un plus de esfuerzo y preocupación por mantenerse en lo que finalmente viene a ser una consideración social temporal o de  mera apariencia,  no de unas cualidades proyectadas hacia el exterior para, o con el deseo, de conseguir hacer un mundo mejor,

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No es mi deseo que me recuerden por lo que soy, sino por lo que he sido y pretendí ser, con lo bueno y con lo malo, pero sí con el deseo de vivir, por mi amor a la vida, con éxitos o sin ellos, con fracasos, con aciertos y desaciertos, porque llevar coronas o no, al final a rey muerto, rey puesto, y lo que hoy es el cetro de tu sustento, mañana puede ser sólo un mero bastón para poder mantenerte de pies.

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