In memoriam…
En recuerdo de… En memoria de…
Me pregunto ¿cómo acumulas a una persona en un solo recuerdo? ¿Cómo guardas en la memoria un singular?
La gramática falla en las cosas importantes, no sirve para definirlo todo, será porque el dolor se come a las palabras. A su favor, al favor del dolor, debo decir, que es como un viaje en una compañía aérea de alto coste. Me regala un trayecto de larga distancia al pasado, puedo recuperar todo eso que ha permanecido guardado durante años. Vivencias mohosas que, por no darles la luz, comienzan a verdear.
La memoria tiene distintas texturas según la época en la que te encuentres. La de ahora raspa, exfolia y arranca la piel como una garlopa, como el esparto de tus zapatillas negras en verano.
Mi cabeza se vuelca por el esófago hasta alcanzar el último estrato, los comienzos de mi civilización, mi edad de piedra. La distingo ahí, en el fondo de las tripas, rebuscando, y ahí también, te encuentro. Puede ser una casualidad o solamente una imagen inventada, no lo sé, pero apareces sentado en las rocas, viendo como nos bañamos en el río. Llevas una camiseta con rayas rojiblancas y un pantalón corto; las orejas un poco despegadas y tus ojos de falso chino al que no se le escapa nada. Seguramente, sería entonces cuando escribías sobre los pájaros, entre nuestras afinidades esa gran disonancia. Tú adorabas a las aves y a mí me daban aversión, aunque siempre he envidiado sus alas, al igual que las envidiabas tú.
Escuché hace días, mientras me dejaba sostener por la nevera, que me tomo la amistad muy en serio, que no para todo el mundo es así. Tengo mis dudas sobre eso, como las tengo últimamente sobre todo aquello que escucho, oigo o veo. Mi atención está en el fondo, en la adolescencia rozando la niñez, probablemente ahora, sentada a tu lado.
Regreso contigo a lugares que no había vuelto a visitar: un concierto de Sabina cuando no cobraba entrada, una chaqueta de lana, o dentro de un Simca verde metalizado en el que me llevaste a ver a aquel amor que ni siquiera recordaba mi nombre.
También en un tapete de billar y en un litro de cerveza; en las volteretas de un futbolín, en la estación de tren donde nos hicieron esa foto, haciendo el ganso en una discoteca y en aquella pradera, también verde. Hasta en un bocadillo de turrón y una borrachera donde amanecimos a los pies de una fuente de piedra sin poder dejar de reír… En los abrazos, en las conversaciones que duraban horas, en la admiración mutua.
En todo con lo que se pueda rellenar tantos años de vida; en lo bueno y en lo malo, en lo que se ha ido y no volverá.
Hoy, mi comedor, ese lugar donde ocurre todo lo importante, donde recibo las buenas y las malas noticias, está sembrado de primeras veces, y yo le hablo a una foto postrada ante un reloj parado detrás de nuestra juventud.
Te miro y solo puedo darte las gracias. Es lo único que me ha quedado pendiente, en cuarenta años, tampoco el balance está tan mal.
Gracias por todo en general, no se me ocurre un solo motivo para no dártelas: por haber estado a mi lado, por tus risas, por aguantar mis llantos; por quererme sin excusa y sin condición, por dejarme devolvértelo, por ayudarme a ser quien soy.
Regreso a la gramática y pienso por qué Dios se escribe con mayúscula y amigo no. Será porque queremos enfatizar algo en lo que en muchos casos no creemos y en cambio, condenamos a lo común la relación más excepcional.
Nunca el futuro ha estado más claro, Amigo, te echaré de menos, hoy, mañana, así hasta que nos volvamos a ver, y mientras, lo haré por ti, daré de comer cada día a todos los pájaros que aniden en mi pecho.
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Una gran despedida. Me encanta cómo escribe esta mujer.
Gracias, Martín, por tus palabras. Un abrazo.