Si contara los dedos de mis manos tres veces, llegaría a la conclusión de que he desperdiciado, al menos, una cuarta parte de las auténticas posibilidades que proporciona la vida. Un número impar y múltiplo de cinco, que me hubiera abierto, eligiendo debidamente las coordenadas de espacio y tiempo, cualquier puerta, cualquier vagina, cualquier subasta de cuerpos inertes. Supongo que algún francotirador de aviesas intenciones disparó contra mí un proyectil cargado con tópicos e innecesarias previsiones, acertándome de lleno en la cabeza; convirtiéndome en un timorato con ganas de incesante rutina. Ahora la mesura gobierna un destino provisional que acabará como era de esperar; tumbado en una cama de matrimonio, con los calzoncillos bajados, esperando que el viento de octubre hinche los visillos del dormitorio