Suele ser habitual relacionar la idolatría con la adoración, veneración, exaltación o devoción a la deidad, sin embargo, este culto transciende dentro del comportamiento humano el ámbito de los místico, existiendo muchas y muy variadas manifestaciones en el mundo profano que ponen de relieve un amor, cariño o reverencia de manera exagerada, vehemente y excesiva a alguien o algo, elevándolo al lugar más alto en nuestra vida, siendo muchos y muy variados los ejemplos de aquellos que hemos convertido en nuestros ídolos modernos, encaminados a nuestra propia complacencia y comodidad emocional, lo que convierte la idolatría en un conflicto potencial en nuestro propio crecimiento personal, en un ataque a nuestra propia subjetividad, creando una dependencia objetal.
Existen muchos ídolos en el mundo moderno, siendo lastimoso ver como muchas personas hacen depender su bienestar personal de ficticias realidades producto de su imaginación generando ante ellos una actitud de absoluto temor, afecto o confianza, muestra de su grado de infantilismo al reducir a su limitación mental todo un universo infinito de realidades, provocando un conflicto que trasciende de lo personal a lo social y viceversa.
Los ídolos fragmentan a las personas pero también las relaciones que hay entre ellas, producen división y fanatismo, con un sometimiento vital que lejos de alcanzar la felicidad la hacen depender de alguien o algo sobre el que se manifiesta un amor excesivo y vehemente, cuyo problema radica fundamentalmente en la limitación de la capacidad cognitiva del ser humano, fragmentando la realidad y reduciéndola a percepciones personales.
La idolatría es la absolutización de cualquier realidad reduciéndola a nuestra sistema de limitaciones conceptuales, de ahí que se conviertan en ídolos a aquellos que venden la felicidad en paquetes publicitarios, en ficciones televisadas, en “docu-series”, en productos que nos hacen sentir más guapos, más vigorosos, más poderosos y mejores que el resto.
Es suficiente ver los millones de seguidores que tienen los influencers en las redes sociales, políticos convertidos en “salvapatrias”, artistas convertidos en modelos o ejemplos de vida por su ficticia y manipulada interpretación de la realidad, para darnos cuenta de nuestra pobreza intelectual, de nuestra incapacidad de investigar nuestras posibilidades, inquietudes y metas en relación a la sociedad, la vida, la naturaleza y el universo del que somos parte.
En definitiva, podemos limitar y perder nuestra existencia en adorar a becerros de oro o en seguir un camino hacia la luz, hacia el conocimiento de nosotros mismos y de la realidad de la que formamos parte, de otra manera, nos convertiremos en nuestros peores enemigos intentando ser como los ídolos a los que veneramos de manera excesiva y hemos creado ayudados por la artificialidad de una existencia que, en realidad, es infinita como lo es el universo.