IA e IH

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Hablando de tecnología, hablando de inteligencia artificial como punta de lanza de esa tecnología, es raro encontrar a alguien que se haya parado a pensar que uno de los grandes problemas de esta cuestión es que la mayoría de las preguntas que nos planteamos aún no las hemos resuelto a nivel humano, y sin embargo ya pretendemos resolverlas a nivel máquina.

He oído hablar, este fin de semana en una conferencia sobre IA, de la roboética y de sus limitaciones e implicaciones, de sus miedos, de sus contradicciones y de sus atisbos hacia un futuro aún revisable, aunque creo que ya por poco tiempo, y me preguntaba cómo se podrían resolver muchas de las cuestiones que se planteaban respecto a la tecnología si aún no las habíamos resuelto para nosotros mismos.

Image by Jonny Lindner from Pixabay

Efectivamente, como brillantemente exponía la conferenciante, María Jesús González Espejo, la aplicación y desarrollo de la tecnología, y más concretamente su rama IA, es un tema en el que de momento solo hay preguntas, preguntas tecnológicas, en muchos casos, pero sobre todo preguntas éticas y morales, preguntas que tienen que determinar no solo el hasta dónde puede llegar el desarrollo, si no para quién, para qué, de qué forma y administrado por quién.

Perturbadoras cuestiones si tenemos en cuenta que esa preguntas, determinantes a la hora de enfocar un futuro en el que pretendemos seguir teniendo un papel importante, que tenemos miedo a perder a manos de unas criaturas creadas por nosotros y que parecen tener la capacidad de superarnos, ya marcan una de las cuestiones fundamentales a plantearnos, ¿competitividad o colaboración? ¿sometimiento o complementariedad?

Pero esta pregunta es la consecuencia de que el pensamiento, en esto como en todo, suele ir más rápido que las resoluciones y que las acciones. El problema de base sigue sin resolverse, porque aún no hemos sido capaces de planteárnoslo con la solvencia necesaria. ¿Cuál es el sistema idóneo de convivencia del hombre? ¿Cómo podemos plantearnos como convivir con unas máquinas creadas por nosotros y con unas potencialidades enormes, si aún no hemos sido capaces de plantearnos con rigor, con sinceridad, con limpieza, como debería de ser nuestro sistema más beneficioso para convivir entre nosotros mismos?

Podemos observar que existen tres grandes caminos, aunque solo dos de ellos parecen ser contemplados en la realidad política y social en la que nos movemos. Para ello debemos de plantearnos una pregunta más, tal vez la primera de todas: el ser humano ¿es una especie de individuos sociales? Parece evidente, nuestra historia así lo avala, que la respuesta es sí, pero también parece evidente que ese sentido social, gremial, colaborativo, que es característica del hombre, ha servido para crear intereses piramidales de poder que anteponen el colectivo a la individualidad. Según todos los síntomas, según todos los desarrollos y tendencias actuales, el hombre debe de sucumbir en aras de la humanidad, aunque esa humanidad siempre esté representada por hombres en situación de privilegio, que crean una especie de casta superior. ¿Es ese el mundo ético, político en el que deseamos movernos? ¿Van por tanto las máquinas a convivir con un hombre sometido a otros hombres y a su vez han de buscar su sitio en esa estructura social? ¿Estarán, por tanto, las máquinas, al servicio de las clases dirigentes que determinarán a que parte de la tecnología y bajo qué condiciones tienen acceso el resto de los hombres a sus beneficios? ¿Habrá, por tanto, dueños de la tecnología y arrendatarios de sus beneficios? ¿Es ese el sistema que nos estamos planteando, que estamos consintiendo? ¿Somos siquiera conscientes de ello?

Este planteamiento, y no parece que de momento se contemple ningún otro, que busca como trasladar las estructuras actuales, con la menor variación posible en cuanto al poder y el privilegio, a un futuro con mayores posibilidades, nos enfoca hacia dos distopías posibles, hacia dos futuros en los que la brecha social, económica, de oportunidad, será cada día más amplia, más insalvable.

Una es la distopía estatalista, una distopía del formato “Gran Hermano”, en la que un poder omnímodo, representado por una estructura de poder político, es dueño y señor de los designios de todos los individuos no pertenecientes a la élite dirigente, e incluso dueños de la tecnología y sus servicios. La anulación total y absoluta del individuo como concepto que se pueda poner en valor y un sistema rígido de moral y un pensamiento uniforme que permitan su control parecen ser sus características fundamentales.

La otra distopía es la corporativa, de formato “Blade Runner”, en la que las grandes corporaciones, sus clases directivas, obsérvese la diferenciación entre clase directiva y clase dirigente, como representantes de la iniciativa privada llevada a su máxima expresión, sobrepasan la labor de los estados y se hacen con el mismo control omnímodo, pero ejercido con diferentes objetivos y estrategias, que le aplicábamos a la distopía estatalista. En este caso, tal vez, no se anule tan absolutamente al individuo porque es necesario como contribuyente o consumidor, y una moral estricta y un pensamiento único no sean tan evidentes, pero si quedan mermadas claramente la igualdad y el acceso a  las oportunidades en función de la utilidad del individuo para el sistema.

Sí, es verdad, a nada que nos fijemos, estas distopías se corresponden con las ideologías imperantes en la actualidad que se enmarcan en un dialéctico eje izquierda-derecha, e incluso podríamos señalar a sus grandes representantes en nuestro cotidiano devenir. China, tal vez Rusia de otra forma,  pertenecen a la tendencia estatalista y EEUU, Japón  y Europa están más cerca de ese mundo corporativo ya apuntado. Y a nada que reflexionemos veremos que el triunfo de cualquiera de ellas, su aplicación en el extremo, supondrán una perspectiva nada halagüeña para el futuro de la raza humana, en realidad para el futuro ético del ser humano y para el futuro moral de la especie.

Pero apuntábamos tres posibilidades a la hora de plantearnos la pregunta. Y nos falta la posibilidad no jerárquica, la posibilidad colaborativa, que prime al individuo por encima de la colectividad. Curiosamente a este sistema pertenecería uno de los mayores logros de la humanidad en todo su transcurso: la Declaración de los Derechos Humanos. Los derechos que cada ser humano, como individuo, debe de tener y que sistemáticamente son coartados, matizados, cercenados por las leyes y privilegios, hasta convertirlos muchas veces en simple letra invocada, que los sistemas jerárquicos necesitan imponer para perpetuarse. Su denominación ya nos pone en la pista de su uso, “declaración”.

La tecnología, la IA, pone al alcance del hombre unas criaturas creadas por él y que utilizadas de forma correcta podrían liberarlo de la mayor de sus maldiciones bíblicas: ganar el pan con el sudor de su frente. El trabajo, ese concepto de actividad imprescindible para poder sobrevivir en la que interesadamente han convertido el trabajo, al menos sus aplicaciones más duras, podrían ser realizadas sin problemas por máquinas, en la acepción de seres construidos, más cualificadas para esas tareas que el mismo hombre. Eso nos llevaría a una sociedad en la que cada hombre se preocuparía de desarrollar aquella labor para la que se sintiera preparado, aquella labor por la que se sintiera gratificado, sin tener que preocuparse del sustento, ni de ninguna otra necesidad básica. Una sociedad en la que el trabajo individual se considerara una aportación comunal y no una obligación vital. Una sociedad colaborativa inmersa en una civilización del ocio.

Pero esta sociedad tendría un inconveniente que la invalida en los planteamientos actuales: estaríamos hablando de una sociedad libre, de una sociedad que no podría ser chantajeada con ningún valor de compensación, una sociedad madura, formada y avisada contra estructuras jerárquicas de poder.

En ese tipo de sociedad la mayoría de los dilemas éticos o morales que se plantea la IA quedan automáticamente resueltos porque resueltos estarían los dilemas éticos de la IH, inteligencia humana, al menos los más inmediatos y acuciantes que somos capaces de identificar en la actualidad, aunque no podamos descartar la generación de otros propios de una realidad diferente.

Esta simple conclusión, este simple planteamiento, simple en su concepción y simple, por poco frecuente en la historia, desarrollo, nos lleva a plantearnos dos preguntas que tal vez deberían de haber sido las primeras.  ¿Es la IH una IA que escapó al control de sus creadores hasta alcanzar la consciencia? ¿Deberá existir una ética diferente entre la IA y la IH? Porque si la respuesta a esta última pregunta es sí, preparémonos a un conflicto permanente entre la moral humana y la moral robótica. Preparemos nuestro mundo para contemplar cómo se pueden hacer convivir dos sistemas morales, con sus derivaciones jurídicas, penales y sociales,  diferenciados y si estamos preparados para ello. Y si la respuesta es no, el conflicto vendrá marcado por la permanente reivindicación de la diferenciación entre desarrollos y posibilidades.

Nanotecnología aplicada a la medicina. Imagen de archivo.

El tema es muy complejo y un artículo como este apenas puede asomarse a lo más elemental. Apenas nos permite hablar de cuestiones más específicas como las inteligencias mixtas, derivadas de los desarrollos biónicos (hombres con implantaciones mecánicas que sustituyan a sus partes originales), de las nanotecnologías médicas (elementos inteligentes implantados en el interior del hombre con autonomía de actuación), de los ciborg (seres mixtos hombre-máquina), o de las posibilidades de inteligencias globales producidas por la capacidad de interconexión de las individualidades de la IA, e, incluso, la ni siquiera prevista inteligencia emocional producida por causas que aún no hemos ni contemplado. Pero vamos a dejar algunas preguntas para que cada cual se vaya componiendo su propio futuro:

¿Puede la IH permitir que la IA desarrolle una inteligencia emocional?

¿Tiene, éticamente, la IH el derecho a reservarse la posibilidad de “apagar” la IA si se siente amenazada?

¿Debe prepararse, legal, ética, moralmente, la IH para enfrentarse a una reivindicación de equiparación de la IA?

Portada libro “Yo, robot” . Fuente: Popularlibros.com

Recuerdo que cuando leí Yo Robot a principios de los años 60 mi sueño fue poder ser Susan Calvin. Ni los tiempos, ni las circunstancias, me han permitido cumplir laboralmente mi sueño y, aunque la programación me permitió convertirme en maestro de máquinas, en el elemento que le explicaba a la máquina que es lo que tenía que hacer y cómo, la frustración de aquella vocación me ha llevado a reflexionar, a leer y escuchar todo aquello que cayera en mis manos y que tuviera que ver con la IA, con la robótica y con las similitudes de estructura y funcionamiento, cada vez mayores, entre la IA y la IH.

Concluyendo: avanzamos a pasos agigantados en la evolución de la IA. No sé si es una amenaza, una frustración o una soberbia seguir adelante sin antes haber resuelto todos los conflictos que la IH aún no ha sido capaz de resolver para ella misma.

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