#EnCasaconPlazabierta
Saber lo que nos pasa es el gran saber. Cuando menos, importa que intuyamos lo que nos sucede de veras. El ser humano se hace y rehace de acuerdo con sus circunstancias; y cuando son malignas, hay que acertar al combatirlas.
El psiquiatra francés Boris Cyrulnik, máximo expositor de la idea de resiliencia, ha publicado un nuevo libro: ‘Escribí soles de noche’ (Gedisa). Escribir también es una oportunidad para transformar el dolor y recomponerse. Hablar para tejer vínculos, en busca de apego y evadirse del horror de lo real. Aunque, a menudo sucede lo contrario: reforzamos el dolor con las representaciones de la realidad.
Estamos recluidos unos días, huyendo del contagio en cualquiera de las dos direcciones. Es un asunto obsesivo que lo inunda todo, en forma totalitaria. Ahora podemos apreciar, a la fuerza ahorcan, la brutal desprotección que nos ocasionan los recortes sanitarios, su malignidad; en especial, en Madrid y Cataluña.
Vivir con indiferencia a los peligros que nos acechan es suma inconsciencia, pero vivir agobiado por las posibilidades adversas nos instala en la manía persecutoria y nubla nuestra inteligencia.
Cuando Cyrulnik escribió este libro, no habría oído hablar del corona virus que a estas horas nos lleva a la excitación de un estado compulsivo. Pero en él reitera la necesidad de tomar el gusto de ‘dudar, debatir y verificar’. Es lo propio de alguien sano: aceptar con solidez la incertidumbre, partir de esa zona segura es el mejor escenario.
Este hábito es el gran antídoto contra los vendavales de frases hechas y prejuicios, disparatados y perniciosos, que se prodigan y nos afectan. Es la puerta que cierra a cal y canto la cerrazón del relato totalitario, el cual jamás admite matices ni discrepancias.
Hay un párrafo en este libro que me parece oportuno recoger. Dice así: “la memoria sana es evolutiva, apta para alimentar relatos cambiantes, mientras que la memoria traumatizada está paralizada, condenada a la repetición neurótica, a la reflexión depresiva”.
Ayer acabé su lectura y hoy escribo estas líneas. Entre tanto: rehúyo los informativos, leo, hablo con los míos y, al no poder ir al cine, veo películas en casa; hoy, dos: ‘Hiroshima mon amour’, de Alain Resnais, y ‘El proceso de Billy Mitchell’, de Otto Preminger.