Seamos claros, estudiar siempre ha sido caro para la mayoría de la población. Y aprender, adquirir una buena formación, realmente difícil en un país en el que la aspiración suprema es ser funcionario. ¿Por qué? Sencillo, de los malos resultados la culpa siempre la tendrá el sistema (no el profesorado) porque como profesionales sometidos a un corporativismo mal entendido ¡nunca habremos roto un plato! Ese es nuestro nivel de autocrítica
Salí del metro de Plaza de Cataluña. Para ser diciembre no hacía demasiado frío y, a pesar de lo temprano de la hora, el sol te cegaba mientras bajaba las Ramblas. Con paso apresurado giré a la derecha. Tenía que estar en unos minutos en la Galería Carles Poy. Hoy ya no existe (como tantas y tantas que hemos visto pasar). Iba a ser la última exposición antes de cerrar y convertirse en un recuerdo. Estaba muy cerca del MACBA que en 1998, con más pena que gloria, justo iniciaba renqueante una vida de sobresaltos. Un cuarto de siglo más tarde la cosa no ha cambiado demasiado.
De Richard Wentworth[1] sabía lo justo. Su obra (lo poco que había visto) me dejaba realmente indiferente. No acababa de entender su aparente simplicidad. Estaba seguro de que tenía que esconder un montón de cosas que yo era incapaz de aprehender… pero no tenía ni idea de por donde empezar. Eso sí,… me mataba la curiosidad.
El año anterior, en Londres, después de la inauguración de Sensation –la exposición que consagraba a nivel mundial a toda una generación de artistas, los YBA (Young British Artists)- todos pronunciaban su nombre con una mezcla de devoción y respeto. Oír elogios a Damien Hirst, a Sam Taylor-Wood o a Tacey Emin no era fácil… Pero entre insultos –hacia unos- y la más absoluta indiferencia por la mayoría de sus antepasados creativos surgía su nombre asociado a ideas, a posicionamientos, estrategias.
¡Que envidia –pensaba-! Más que de un profesor hablaban de un mentor.
Me habían contratado como asistente, lo que quería decir que iba a taladrar paredes, construir mamparas de madera, clavar alcayatas, etc. Hacer, construir una obra es (siempre) la mejor manera de comprenderla. Crear para un espacio físico determinado conlleva imponderables, consideraciones, problemas que hay que solucionar. Suele ser un reto apasionante… cuando sabes qué y porqué. Pocas personas en el mundo lo explican mejor que Wentworth.[2]
Lo de la puntualidad británica no es un mito ¡es una obsesión! A pesar de llegar con antelación ya estaba esperando en la puerta con Carles Poy (el galerista). No entramos, me pidió que le acompañara (era la excusa) a desayunar.
Tras una hora larga de preguntas –con una educación, amabilidad y corrección abrumadora- y un copioso y bien regado almuerzo, esbozó una enorme sonrisa y dijo: “¡Has aprobado el examen de acceso. Nos vamos a divertir y voy a aprender un montón!”. No creo que él aprendiese mucho. A mi me va a resultar imposible sintetizar aquí una pequeña parte de todo lo que –generosamente- me aportó… pero baste decir que empecé a ¡ver!.
Tras explicarme de manera minuciosa, con detalle y pasión, la idea qué quería plasmar físicamente nos lanzamos a la búsqueda de materiales (¡platos!). Adelanto aquí que hay artistas que necesitan el taller. Es su hábitat, el ecosistema en el que nacen las cosas. Richard Wentworth necesita la calle. La ciudad es su laboratorio, su biosfera,… el lugar en el que los seres humanos generan huellas de una existencia plasmada en objetos (grandes como los edificios, o pequeños –más fáciles de desechar, de abandonar-) y que él encuentra, observa, colecciona y atesora. Una manera eficaz de hacerlo es por medio de la fotografía.[3]
“El acto de tomar imágenes es una forma de posesión. (…) muchos de los objetos parecían estar esperándome, como una emboscada.”[4]
Caminando como flâneurs (él,… yo sorprendido y asombrado por sus observaciones, sus comentarios, las relaciones que establecía entre las cosas) era capaz de encontrar los noviazgos, las relaciones improbables -¿imposibles?- entre elementos dispares, a priori incompatibles, inconciliables y, sin embargo, ahí estaban, como conversaciones entre personas escuchadas de manera fortuita. O peor aún, relatos que nadie debería oír jamás,… por siniestros. Tesoros sacados a la luz para ser mostrados en un grado de máxima alerta, de sorpresa y extrañeza. Como esa mesa a punto de alzar el vuelo,… empujada por una maravillosa hélice dorada (Shower, 1984). Pero no lo conseguirá, frustrando para siempre sus inadmisibles aspiraciones una cadena y una pesa. ¿Acaso no es un remedo burlesco de nuestros torpes sueños?
Las instantáneas más mundanas (England, 1978), rarezas y apariencias discrepantes de nuestro mundo contemporáneo se elevan a la categorización de verdadero análisis de nuestro ingenio, de nuestra capacidad de improvisación y -¿porqué no?- de divertirnos. Fragmentos de la realidad se unen para que nada escape a nuestra atención. ¡En realidad lo hace, a menos que seas Richard Wentworth! ¿Era esto lo cotidiano? ¿Este duelo a asombros, a pasmos, a estupores con Magritte y los surrealistas? No puede ser… estos objetos son tremendamente físicos. Existen por sí mismos. Son fragmentos de humanidad.
Conseguimos la vajilla en unas cuantas tiendas de viejo, de segunda mano y de antigüedades (nada lujoso, pero tenían historia). Cada plato era elegido con criterios que debían ajustarse a afinidades formales, estéticas y… también debían mantener cierta coherencia respecto a los relatos que cada uno parecía poseer. Ya sabía que tenía la intención de partirloscuidadosamente (con un enorme respeto como comprobé) por la mitad. Eran objetos depositarios de memorias, historias que formaban un tejido en una ciudad que (según me dijo entonces ‘cada vez le gustaba más’, a día de hoy me temo que no tanto… hay cosas que han cambiado).
En la galería comprobamos que esas piezas necesitaban unos ‘anclajes’ a la pared que no podían ser las habituales e industriales alcayatas (las escarpias metalizadas universales sin ningún tipo de personalidad). Con una cierta timidez me pidió, por favor –varios ‘porfavores’ aderezados con razonamientos para que no pensara que era un capricho de artista– que encontrase una solución más adecuada. Dada la hora fui rápidamente a la ferretería más cercana… una de las más antiguas. El dueño (un anciano encantador que sabía que contenía cada una de las miles de cajitas de cartón de las enormes estanterías de madera) rebuscó y me enseñó unas maravillosas escuadras negras. La punta afilada formaba una pirámide alargadísima que se doblaba en ángulo recto… a partir de ahí un rectángulo.
A la vuelta le mostré las cajas con un poco de temor. No siempre se encuentra lo que se busca. Una de las sonrisas másverdaderas que he visto en mi vida apareció en su rostro. Tuve que prometerle ir con él, al día siguiente, y enseñarle el lugar del que procedían. Lo hice. Acababa de matricularme –sin saberlo- en un máster acelerado en el Goldsmiths College. Los días sucesivos transcurrieron entre la ferretería, el bar situado al lado y el hotel de las Ramblas en que estaba alojado (aún tenía aquel maravilloso piano y unas copas estupendas).
Fue entonces cuando me atreví a preguntarle por esa escalera retorcida que había visto en blanco y negro en una revista (35 ° 9 ‘, 32 ° 18’, 1985). La obra la había adquirido la Tate pero, sinceramente, me tenía totalmente despistado. La obviedad de que era una escultura me había alejado de las verdaderas cuestiones. ¿Qué cuenta? Un acero doblado que no llega al suelo (cuelga sin que se sepa muy bien como). La encontró (no la fabricó) en un lugar tan inesperado como la ciudad de Jerusalén. Allí en Israel, mientras preparaba una exposición con Richard Deacon y Julian Opie, en un montón de chatarra junto al Museo.
Flota en el aire y parece tan inútil como la que cuelga (hecha con cables o alambres) tras ella. ambas sometidas a una gravedad invariable. El título alude a un punto exacto geográfico pero ¿qué ubica exactamente? ¿Hay alguna persona utilizando ese extraño artilugio? Por supuesto. Las coordenadas señalan el lugar con el que Jacob soñó con ese elemento de unión entre el cielo y la tierra.[5]
False Ceiling (falso techo), de 1995, es una obra que creó para la Lisson Gallery. Una bandada de libros ¿cómo pájaros?. No, los libros están cerrados. No emulan, no evocan las formas de las aves. No hagamos poéticas lecturas de la libertad del vuelo. Esta gran instalación realizada con los volúmenes elegidos por sus títulos, su tipografía, los colores de sus portadas, y sustentados por alambres, remite a principios de los 90, en Berlín. Viviendo allí, le llamó mucho la atención la venta de cantidades grandes de libros por peso… en polaco, ruso y alemás, claro. De todas formas no podía leer ninguna de estas lenguas. Aún así le provocó la sensación de una renovación masiva, a una escala enorme… No se sabe muy bien de qué.
Al entrar necesitamos agacharnos un poco… hay una parte de sorpresa opresiva. De anhelo y burla. De búsqueda insatisfecha… al alcance de la mano y a la vez imposible de conseguir. Pero seductora:[6]
«Vivimos en una época en la que escuchamos cosas como “aprendizaje”, “procesamiento de información” y “adquisición de conocimiento”, muchos términos geniales, pero al examinarlos son bastante tecnocráticos.»
Una biblioteca entera sobre nuestras cabezas. El dialogo existe, podemos leer… “pero solo los títulos”. Me recalcó mientras separaba cajas y cajas que iba adquiriendo en la “tienda vieja” –me decía en castellano- para llevárselas a Inglaterra. En la galería quedaron las “mitades de los platos” dispuestas en dos paredes… dos líneas delicadamente trazadas… dos exquisitas figuras Rorschach, para que cada cual interprete lo que quiera.
Años más tarde (2002), pude leer en la prensa que había desarrollado un proyecto para Artangel (una excepcional organización para las artes que ha contado con la participación de algunos de los artistas más destacados del mundo –entre ellos el español ya fallecido, Juan Muñoz, un artista al que deberíamos dedicarle una mayor atención que la que ha tenido en nuestro país-).
An Area of Outstanding Unnatural Beauty consistía en convertir ¡una tienda de suministros de fontanería! en una “base de operaciones cultural”. Durante tres meses llevaría adelante un programa absolutamente abierto con todo tipo de actividades dirigidas a la población. Caminatas por la zona, charlas, películas,… hasta un torneo de tenis de mesa.
Acostumbrado a las críticas -buen conocedor de las ínfulas del mundo del arte, que no comparte en absoluto- a su ceremonial y rituales de trascendencia… a sus discursos elegiacos o apologéticos… Richard Wentworth, considerado por muchos como un creador muy conceptual (ese tipo de arte que, en realidad, solo se ocupa y preocupa de sí mismo) se arremangaba –delante y detrás del mostrador- para afrontar los cambios sociales e históricos en el mundo que nos rodea.
El máster de la ferreteria seguía adelante haciendo lo que hacen los buenos profesores: ¡Abrir las puertas![7] Pero el mundo del arte insiste en mantener muchos de los tópicos con los que se conduce. Aparentemente transgrede, traspasa límites, desmonta… nada. Tal y como afirmaba en la conversación que ya hemos citado con Ina Cole:
«El arte todavía parece medirse por su tamaño, el tiempo que lleva hacerlo, su peso o el coste de sus materiales.»
A Room Full of Lovers, muestra una sucesión de cadenas, ancladas en lo más alto de la galería, permaneciando por sus sujecciones –imponderables del montaje y de la física- aparentemente esquivas. Y es aquí, donde las advertencias del maestro saltan como una alarma… No hay más que sostener -o mirar con atención- los enlaces y seguir las trayectorias, para darse cuenta de que ¡siempre! están en contacto, aunque el punto sea prácticamente inapreciable, invisible.
Las relaciones entre seres humanos vuelven a ser seminales en sus trabajos… Y Barcelona, porque están presentes los cálculos y elucubraciones de Gaudí para la Sagrada Familia. La gravedad (como en los libros colgando de cables, la escalera colgando) y nuestra percepción de las cosas… Dos enormes condicionantes de nuestro estar en -y comprender- el mundo. Metáfora también de los altibajos y bucles en los que caemos cuando establecemos relaciones con los demás (físicas o sociales). Hay algo aterrador en la concepción material de la pieza, en su peso y a la vez volatilidad de lo que casi nunca toca el suelo. Las pesadas cadenas no atan, y tampoco sujetan ¿qué hacen? Tal vez el artista nos de una pista:
«…una gran parte de nuestras vidas la pasamos preocupándonos por ser ineficaces. Por eso no nos sentimos bien al despertarnos por la mañana y constantemente tenemos que reinventarnos. No tenemos mucho tiempo.»
He empezado el relato del aprendizaje con uno de los artistas más paradigmáticos de la Nueva Escultura Británica… mostrando una fotografía de la inmensa serie Making Do and Getting By. Acabar con una muestra de la serie realizada en casa del diseñador Azzedine Alaïa (2017), antes de la muerte de este, puede parecer una frivolidad… esa cualidad tan asociada a la alta costura y al mundo de la moda. Pero este grupo de imágenes forman parte del diario que Wentworth lleva más de 40 años escribiendo.
Hay quien relaciona su obra con Brassai, Atget,… con Duchamp o Warburg. Como siempre en el arte, es posible establecer relaciones –diálogos- con todos… y dependencias –en su caso con ninguno-.
Experto en el bricolaje de productos urbanos, de asignación de otros significados a los objetos… en jugar a las adivinanzas ingeniosas como nadie y en reir ¡Su sentido del humor atraviesa una trayectoria importantísima!
¿Cómo no incorporar la estética del traje a un comportamiento de flâneur, de caminante inagotable a la búsqueda de lo insólito, de arqueólogo del futuro, de lo que está por ver y a punto, por tanto, de venir? ¿Hay algo más escultórico que las telas con las que los diseñadores con/figuran un vestido?
Este mundo nuestro de la cultura suele ser bastante mezquino. Aunque no le importe en absoluto, aquellos que le otorgaban un enorme crédito (como artista), y posteriormente como impulsor desde el Goldsmiths College de Londres de talentos como Hirst (al que algunos ya no consideran ni siquiera artista[8]), Sara Lucas, Emin…, ahora (la moda es derribar lo encumbrado) le acusan de enseñar a los estudiantes a venderse en el mercado en lugar de inculcar habilidades prácticas.
En fin, Wentworth –flemático cuando toca- avisa de que un poco de tiempo en el mundo real no le venía mal a nadie… y como el propio Damien ha reconocido un millar de veces, su modelo fue otro ex-alumno de la propia Goldsmiths… Malcom McLaren. ¡The Great Rock ‘n’ Roll Swindle… The Great Art Swindle!
Hice un máster de arte contemporáneo… con un profesor absolutamente increíble…ejercitándome en el bricolaje de la mirada en las calles y en una ferretería antigua.
El ojo de Richard Wentworth ve cosas que los demás no percibimos y de manera muy distinta a como la mayoría hacemos. Intentó enseñarme todo lo que pudo con una gentileza que, aquí, en este país nuestro en el que dedicamos tantas horas a impedir que los demás crezcan, es realmente difícil de encontrar. ¿Alguien ha reparado en que, en el momento álgido de su carrera, empujó e impulsó como maestro a los que le iban a superar inmediatamente en fama, consideración y dinero? Igual que aquí.
¡Gracias Richard!
«…Oh, no creo haber hecho ninguna de las cosas que debería haber hecho… Soy tan artista cuando tomo un café como cuando trabajo en un estudio.»
Richard Wentworth
Quería hablar de arte. Quizás lo he hecho. No mucho. Hoy tocaba hablar de los que saben enseñar con generosidad y talento.
* Mientras escribía sonaba una y otra vez, desesperada y obsesivamente, Lost in the Supermarket, The Clash, 1979. (Podéis hacer lo mismo… o no –cada uno crece con las canciones que quiere-).
[1] Samoa (1947). Es un artista, curador y profesor británico. La exposición de la que hablaré tuvo lugar en la Galería Carles Poy. Contaba también con la participación de Ceal Floyer. La comisaria fue Maite Lorés… En su caso apenas tengo palabras para agradecer el trato, el cariño y el tiempo que dedicó tanto a la muestra como a mi persona. ¡Gracias Maite, de ti aprendí muchísimas cosas… todas buenas!
[2] Tal vez Fabrizio Plessi y Sigmar Polke. Pero de ellos –y las imprescindibles conversaciones que mantuve- hablaré otro día.
[3] Se le conoce fundamentalmente como uno de los iniciadores del movimiento de la Nueva Escultura Británica en los años ochenta con Tony Cragg y Richard Deacon. Pero algún día cobrará una especial relevancia su ingente obra en este formato: Making Do and Getting By (aún en proceso tras acumular 200.000 imágenes de “esculturas” encontradas)
[4] Ina Cole. Strange Relationships – A conversation with Richard Wentworth. http://prod-images.exhibit-e.com/www_peterfreemaninc_com/2016_June_Richard_Wentworth_Sculpture_L.pdf
[5] Wentworth explicó en una entrevista cómo le preguntó a un ex estudiante de Filosofía si era posible localizar el lugar del sueño de Jacob, la escalera que conecta el cielo y la tierra, tal y como relata la Biblia (Génesis 28,10): «-dijo- “Oh sí”. Así que le pedí las coordenadas y afirmó: “Te las tendré por la mañana”, y eso le dio título a la obra; fábula y precisión militar en una.» (Citado en Contemporary Art: The Janet Wolfson de Botton Gift, exhibition catalogue, Tate Gallery, London 1998, pp.103
[6] Ina Cole. Strange Relationships – A conversation with Richard Wentworth. Op. cit
[7] Richard Wentworth a Sara Kent, en Time Out: « La cultura de preservación es una enfermedad grave del inglés. (…) El cambio es implacable, no hay forma de detenerlo; pero pienso en términos de mutabilidad e intercambio, transfiguración, en lugar de pérdida. No puedes presumir de poseer o reclamar una ciudad. Solo somos invitados.» Sarah Kent, Time Out. https://www.artangel.org.uk/project/an-area-of-outstanding-unnatural-beauty
[8] Barbara Rose, en una de las declaraciones más cínicas de las últimas décadas (al margen de no considerar artista a Damian Hirst –que está en su derecho-) afirma que “hay que volver al underground para descubrir lo novedoso y original y…(…) hay que invertir en valores seguros”. https://www.levante-emv.com/cultura/2010/12/26/problema-art…R1mtAF1joy7WK1XcRTKS-6maFt7-hCNK_NHQV5hb3W93wZA_aChvChOaPk