Esos héroes anónimos: los cuidadores

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No hace mucho leí un Tweet que decía algo así como “si no cuidamos de los cuidadores, no tendremos un enfermo sino dos”, no sé quién es el autor, pero, evidentemente, quien la dijese tenía toda la razón del mundo.

Esta introducción viene a cuento de que ayer, cinco de noviembre, fue el día del cuidador, casi siempre ese familiar paciente que con abnegación y sacrificio permanece al pie de la cama velando la enfermedad de un padre, una madre, un hijo, un hermano, y, a veces, de un familiar lejano porque el abandono o ocupación de los más próximos siempre arrastra a alguien cuya generosidad no tiene límites; y en el mejor de los casos un profesional que la economía familiar permite contratar. A todos ellos nuestro reconocimiento

Este día especial se celebrada desde hace apenas 3 años gracias a Lindor y a la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, con el objeto de reconocer el trabajo de los cuidadores, sobre todo con sus mayores, como una tarea esencial en el ámbito familiar y social que, en la mayoría de los casos les ocasiona graves problemas de cansancio, estrés, insomnio y otras dolencias físicas, como dolor de espalda, cervicales, cabeza y piernas, de los que, salvo los que hayan tenido que asumir este papel por necesidad son conscientes de los mismos.

Desde luego que es una obligación de todos ser  humano cuidar de sus enfermemos, el problema surge cuando los cuidados que se precisan son especiales y se carece de medios, no sólo económicos para hacer frente a esta tarea, sino también técnicos; que deberían ser suplidos por la intervención del Estado, no sólo porque así lo establece el artículo 43 de nuestra Constitución y la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino porque actuar de otra manera supondría una falta de humanidad.

Pensar que un Estado abandona a sus ciudadanos a su suerte cuando estamos ante la protección de la salud sería como pensar en un padre de familia que no se preocupa de los suyos, constituyendo una omisión negligente que, incluso, podría acarrear cierta responsabilidad patrimonial para la Administración pública titular del servicio si de ello se derivase algún tipo de daño para el administrado, en este caso, enfermo.

 

“Pensar que un Estado abandona a sus ciudadanos a su suerte cuando estamos ante la protección de la salud sería como pensar en un padre de familia que no se preocupa de los suyos”

No estamos ante una hipótesis, sino ante una realidad, porque España es uno de esos Estados que, debido a los recortes aplicados por Rajoy, tiene desprotegidos a sus ciudadanos sobre todo en lo referente a su cuidado especializado, con un número insuficiente de residencias públicas asequibles a cualquier ciudadano, sobre todo a los que carecen de recursos económicos para ello; habiendo reducido, además, al mínimo las ayudas económicas a la dependencia.

Nos encontramos, por lo tanto, ante un Estado, deshumanizado que se le llena la boca con proyectos que nunca llegan a materializarse, sobre todo cuando algún comicio está a la vuelta de la esquina, donde las promesas una vez han salido elegidos se olvidan con la misma facilidad con las que las hicieron, porque lo que nos han vendido es solamente humo.

Pero, las desfachatez de nuestros políticos no termina ahí, en el incumplimiento de sus promesas, sino que va mucho más allá, como es el caso del susodicho presidente del Gobierno,  Mariano Rajoy, que no dudó en cargar al presupuesto de la Sede del Gobierno, La Moncloa, los cuidados de su padre enfermo en el 2015, que no sólo comprendía las labores del médico sino también labores de compañía o cuidado de dependientes, alcanzando la cifra de cinco mil euros mensuales, muy alejado de la ayuda máxima de 442  euros mensuales para los dependientes del Grado III, Nivel 2, y el mínimo de 153 euros para los del Grado I y Nivel 2. En definitiva, la igualdad como en la mayoría de los casos, cuando se trata de personas con pocos recursos brilla por su ausencia.

Y, como siempre una gran parte de la ciudadanía resignada, parece que conforme con las cuatro migajas que les dan, por aquello de que, no digamos nada no siendo que nos quiten lo que nos están dando. Eso sin contar con aquella parte de la población que piensa, por su juventud o buen estado de salud de que nunca van a ser ellos los afectados. Y, es que, vivimos sumidos en un individualismo que nos hace no empatizar con los demás, sobre todo con aquellos que más sufren, manteniendo el dolor social lo más alejado posible, como una huida hacia delante, para no afrontar un problema que todavía no nos ha tocado.

 

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