Prólogo
Heliodoro Pústulas, alumno de Segundo de la ESO, es el número 24 en la lista de alumnos de 3ºC del Colegio Público «Robín de Locksley”.
Nadie sabe por qué a doce kilómetros de Madrid, en Leganés, a alguien se le ocurrió, poner de nombre a una escuela, el de un hombre que saltaba y brincaba como un gibón con un arco y unas flechas, por un tupido bosque como lo era el se Sherwood; bueno, nadie no, Heliodoro sí que lo sabe.
Una vez por semana, los jueves, entre las seis y las seis media de tarde, después de la merienda y antes de ponerse con la tarea de «manchas y suciedad porcina II», el joven Heliodoro hace realidad casi todo lo que se le pasa por la cabeza, generalmente lo relacionado con películas antiguas y documentales de La 2.
Vive con su abuela María, en el poblado sioux de la segunda planta, letra B, de la calle Rioja, número cinco y que comparte con un jefe indio, tres pingüinos emperador que hablan español -ahora sólo queda uno- con acento gallego, un tiburón blanco de seis metros muy cachondo y una copia exacta de Darth Vader, que en vez respirar como si fuera un fumador empedernido, silba únicamente canciones de Dua Lipa a petición.
Soy Pincho Moruno, jefe del poblado mientras que la abuela lo permita. Tenemos una semana para que «Heli» se declare a Alicia, el amor de su intensa vida de once años. Hoy es sábado por la mañana y tenemos que darnos prisa.
I. Este muchacho es tonto.
Como responsable semanal de mi creador, hoy, viernes por la tarde, no he tenido más remedio que, acompañado de pingüino número tres, dar la plasta:
– Tú tardes buenas, Pus. Yo, como aldea jefe, recordarte ti, que estar invitado a cumpleaños merienda, niña que gusta: Ali, guapa, Ali, simpática, Ali… -hablo como un indio de la tele, pero claro, pensar, pienso normal, como todo el mundo-:
– Jefe Pincho, por favor, ya lo sé. Bastante nervioso estoy ya. ¿Qué la regalo? Faltan cinco horas para el cumple de la chica de mis sueños y no tengo ni idea de cómo hacer que se fije en mi…
Pingüino número dos, se acercó a Pus y le golpeó suavemente con su ala derecha.
– ¡Non te preocupes, rapaz! De contratar acabas los servicios de este pájaro! Como experto en mujeres, debo decirte que, como los arenques frescos, non hay nada. ¡Rendidas a teus pes caen! Hazme casiño ¿Non es certo, jefe Pincho?
– Número dos.
– ¿Jefe?
– Humanos no regalar peces. Humanos cuando querer ligar, regalar flores, piel de bisontes, collar de conchas…
– ¿Queréis dejar de decir chorradas? Necesito pensar, pensar… Darth, ven para acá, siéntate en el sillón y silba algo. Tal vez así me inspire.
Aquellos dos metros de cuerpo negro y casco de kevlar obedecieron al instante y en dos segundos el aire se llenó de los primeros compases de «Houdini» .
– Uf, mucho mejor. ¡Abuelaaa! ¿A ti se te ocurre algo? ¡Abuelaaa!
Unas suaves pisadas de zapatillas trajeron a María hasta el salón, o más bien, hasta el centro del poblado indio, presidido por una hoguera sobre la que colgaba un gran caldero en el que se cocían unos seis kilos de espaguetis.
– ¿Qué sucede? ¿A qué viene tanto grito? Oye, pero qué salado es el bicho ese que está en la bañera; pues no iba yo a lavarme las manos y a pintarme un poco el ojo y va, y me suelta: «Señora María ¿sabe usted por qué los tiburones no toman sopa? ¡Porque en el océano no hay mesas para colocar el plato!»
– ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué salado es el pez este! ¡Salado! ¡Ja, ja, ja!
Todos reímos menos Heliodoro, que metido en sus pensamientos, apenas había escuchado las palabras de su abuela.
– ¿No te ha hecho gracia, Nieto? ¿Estás malo? Tienes una cara muy seria…
– No abuela, estoy bien. Lo que pasa es que Alicia, mi compañera de clase, me ha invitado a su fiesta de cumpleaños y no sé qué llevarle de regalo.
Me hubiera gustado estar callado, pero no pude evitarlo. Los sioux somos así:
– Y además, es que nieto tuyo gustar mucho Alicia. Yo a veces escuchar en noche, como pronunciar en sueños su nombre. Ser amor de primera calidad. Abuela tiene que saber.
Heli me lanzó quince docenas de flechas con la mirada.
– ¡Hala, pues ya lo sabe todo el mundo! -exclamó Heli enfadado- Y Darth, te lo ruego, deja de silbar. Has repetido «Houdini» siete veces.
El bueno de Vader hizo el gesto de OK con su enorme mano derecha y ya callado, cogió un folleto de Carrefour y se puso a hojearlo al revés.
– Bueno, Heli -dijo su abuela- el hecho de que te haya invitado a tu cumpleaños ya es algo ¿No? Al menos sabes que eres su amigo, que le caes bien.
– Ha invitado a toda la clase, abuela. Para ella sólo soy Pústulas, el número veinticuatro de clase, un ser insignificante, una hormiga, un cero a la derecha…
– …Un cero a la izquierda, Heli, un cero a la izquierda. Hay que mejorar un poquito las «Mates».
– Pues vale, a la izquierda. En todo caso ¡Estoy perdido! ¡Ni siquiera soy capaz de pensar en un bonito regalo para ella!
En aquel momento, una voz ronca y muy grave brotó del cuarto de baño. Era Copito, el tiburón blanco.
– Oye, Heliodoro ¿Cuál es la asignatura favorita de Ali?
– Pues la biología. Siempre saca muy buenas notas en biología.
– ¡Pues entonces, ya está! – dijo Copito mientras desde el poblado todos contemplaban como salía una gran cantidad de agua al pasillo- A todo el mundo le gustan los dientes de tiburón y a mí, que tengo cuatro filas, me crecen y se me caen todos los días por lo menos cuatro ¡Es el regalo perfecto! ¡Pero si en el fondo de la hay por lo menos diez!
A Heli se le iluminó el rostro.
– ¡Dientes de tiburón blanco! ¡Copito, eres un genio!
El enorme tiburón responde con enorme felicidad.
– ¡Aleluya! ¡Nada hay como un pez con estudios! Lo único es que los dientes están un poco «guarretes» y habrá que lavarlos un poco. Es que desde el incidente con los pingüinos, tu abuela sólo me alimenta con «Choco crispis» y no veas lo que mancha el chocolate…
Número Dos se acerca a la puerta del cuarto de baño y mantenimiento una distancia prudencial con Copito, exclama enfadado:
– ¿Incidente? ¿Consideras un incidente devorarte a mis compañeros Número Uno y Número Tres? ¡Eso no fue un incidente, guapo! ¡Eso fue un pingüicidio en toda reglaaa!
Copito pone cara de triste -todo lo triste que puede poner el rostro un tiburón blanco- y responde apenado:
– No sabía lo que hacía, de verás. Yo estaba dando una vuelta por el arrecife pensando en mis cosas y ¡Zas! de repente me encuentro aquí dentro, en una bañera verde con dos pájaros de buen tamaño mirándome con los ojos muy abiertos. Me desorienté. Me pudo el instinto y la gula. Estoy muy arrepentido, Número Dos de verás… ¿Podrás perdonarme?
Número Dos quedó pensativo durante unos instantes. Después da un par de pasitos hacia el enorme escualo.
– Está bien, Copito. Te perdono. Consideraré tu acción como «enajenación tiburonesca» lo que significa que tú en aquel momento, no eras tú.
– Sí que era yo ¿Cómo no iba a ser yo, Número Dos? Yo siempre he sido yo…
– Copito…
– ¿Sí, Número Dos?
– … Que estás perdonado, hala.
– ¡Yupi! -Copito extendió sus aletas- Entonces ¿Un abrazo de amigos y pelillos a la mar?
El pingüino avanzó dos pasos más hacia Copito.
– ¿Un abrazo? No, mejor un saludo con la cabeza, que con la dieta que te ha puesto la abuela, no sé cuándo te volverá a dar otra «enajenación tiburonesca». Sin rencores, Copito.
Ambos se saludaron muy cortésmente.
En ese momento entraron al cuarto de baño, Heli, la abuela y yo, el jefe Pincho Moruno.
Todos nos quedamos mirando al fondo de la bañera buscando los dientes más perfectos que a Copito se le habían caído.
– Yo creo que con esos dos de ahí será suficiente -dijo la abuela-. Son muy grandes. Si los froto ahora con un poco de «Fairy» y después los enjuago con agua caliente, te va a quedar un regalo para Alicia de rechupete. Cuando se sequen, los meto en una cajita muy cuca que tengo en la mesilla y que utilizaba tu abuelo -que en paz descanse- para guardar caramelos para la tos, envuelto todo con un bonito papel de regalo y ¡Hala! ¿Qué me dices, nietecillo?
– Abuela, amigos, creo que me habéis salvado la vida -contestó Heli mi sonriente- ¡Voy a quedar de maravilla! Ahora solamente queda otra pequeña cosa, una cosita de nada .
– ¿OTRA? Gritamos todos con cara de sorpresa, a excepción de la abuela María, que se limitó a decir para sí misma:
– Este muchacho es tonto…
II. Misión imposible.
Heliodoro nos pidió que, los que pudiéramos, tomáramos asiento. Obviamente nadie lo hizo, pues en el en cuarto de baño no había nada con qué hacerlo y, claro, no íbamos a dejar a nuestro buen tiburón al margen de los acontecimientos.
– Darth tú también vente para acá y pon un poco de música de fondo, volumen siete.
Vader dejó de leer la propaganda de Carrefour y con paso marcial se dirigió al cuarto de baño
Al llegar, comenzó a silbar los primeros compases de «Ilusión».
Tras unos segundos de preparación, Heli nos puso al día de la segunda parte:
– Resulta que la familia de Alicia, y ella por añadidura son, como decirlo ¿Inmensamente ricos? Antes era gente normal, pero…
– O sea, que no ser como nosotros -interrumpí- que raros como perros verdes y más pobres que castor sin dientes.
-¿Puedo seguir, Jefe?
– ¡Claro, hombre pequeño que habla como conejito Duracell!
La carcajada fue generalizada.
– … Gracias… Sigo. El caso es que hace cosa de seis meses, les tocó la lotería primitiva y ahora nadan entre billetes como el tío Gilito.
– ¿Y? – preguntó la abuela- Ser rico no es nada malo. Es como ser pobre, pero al revés; vamos algo muy parecido si nos ponemos en plan científico.
– No, si no es nada malo, abuela. El problema son las costumbres de los ricos. Como ahora viven a billete quemado, el cumpleaños de Ali va más allá de los amiguitos del cole: La madre de Alicia quiere que también los padres o algún familiar participen también de la fiesta y que, además, cada niño invitado traiga a su mascota favorita… Es una fiesta por todo lo alto. Abuela, tú podrías…
– ¡No, no, ni hablar! Me falta un año para los ochenta y ya no estoy para tanto trote; además, nunca se me han dado bien las reuniones sociales. Yo creo que el jefe Pincho, sin taparrabos, sin pinturas y plumas y con uno de los trajes de tu abuelo, quedaría estupendo; siempre y cuando no hable mucho. Podrías decir que es tu tío, tu tío Peter Pétreo, por ejemplo. Recién llegado de América. Todo lo americano a los ricos le encanta
¿Qué dices, Jefe?
Y qué iba a decir, la verdad. Un Sioux no miente.
– Abuela, no ser buena idea. Yo indio, nunca llevar traje y mucho menos mucho menos hablar con mujeres y hombres blancos de la tribu «Pijus». Desastre total en un noventa y nueve por ciento. Además, no tener mascota.
– Nada, nada -dijo la abuela-. Tú con decir que vienes de una perdida región de los Apalaches y que no entiendes ni papa, con decir «yes» y sonreír, ya tienes todo hecho; y la mascota, la mascota… ¡Número Dos! Le ponemos una diadema de esas con orejitas y es la viva imagen de un perro de esos del Polo Norte.
Número Dos, al oír aquello, se sintió molesto y se dirigió a la abuela con estas palabras:
– Señora mía, sepa usted que con todo el respeto y el cariño que la profeso, nunca, repito, nunca, me haré pasar por un perro lapón. Yo provengo del Polo Sur y además, soy un pingüino emperador con estudios superiores. Sepa usted, mi querida abuela María, que tengo un doctorado en ciencias glaciales por la Universidad Roald Amundsen y además…
– Lo que tienes que hacer es no hablar -dijo la abuela como si no hubiera escuchado nada de toda la perorata de Número Dos.
… A las cinco de la tarde, Heli, con más perfume en el cuerpo que Madame Pompadour, yo, con un traje del abuelo pequeño y con olor a antipolillas y Número dos con unas monísimas orejitas de perro, estábamos plantados en la puerta del chalet número cuatro, de la calle Oro Macizo, de la Urbanización «Tous somos ricos y algunos borricos».
III. La fiesta
– Bueno, ahora todos tranquilos -dijo Heli- lo importante es que pasemos lo más desapercibido posible. Jefe, tú sonríe mucho y Número Dos, por lo que más quieras, no hables. Venga que llamo al timbre…
Heli llamó al timbre y, tras unos segundos de espera, una voz de hombre muy refinada brotó de un altavoz situado a la izquierda de la puerta:
– Aquí la residencia de los señores de García Jengibre ¿dígame?
– Eh, hola. Mi nombre es Heliodoro Pústulas. Vengo con mi tío Peter Petreus y mi perro al cumpleaños de Alicia mi compañera de clase. Me ha invitado a su cumpleaños…
– Un momento, por favor, que estoy comprobando la lista de invitados. Pústulas… Pústulas… Ah, sí, aquí está. Puede pasar señor Pústulas. Le abro. Siga las flechas rosas colocadas en el suelo del jardín y llegará al «Birthday Place» allí ya están todos los invitados. Es usted el último en llegar.
– ¿Ah, sí? Es que el autobús ha tardado mucho en llegar. Es que no vea usted lo lejos que está este sitio y…
Un ruido metálico interrumpió la frase de Heli y la puerta se abrió lentamente, dejando a la vista un enorme y muy cuidado jardín.
– ¡Esto más que ser jardín, ser parque Nacional de Yellowstone, es emorme! -dije sorprendido-. Mira Heli, allí estar flechas rosas. Vamos.
Avanzamos admirando la cantidad de árboles y flores que había allí dentro, hasta que, al girar a la derecha de una estatua de un niño pequeño haciendo pipí, nos encontramos de frente con lo que la voz de la puerta había llamado «Birthday place»; una especie de casa de cristal rodeada de mesitas blancas repletas de lo que parecían deliciosos manjares. Alrededor de las mesitas, niños, padres y mascotas, comían reían y charlaban animadamente.
A Número Dos se le pusieron los ojos muy grandes.
– Heli, jefe; hemos muerto y estamos en el Cielo ¿Habéis visto que cantidad de cosas ricas? Ahora agradezco a tu dios Manitú que se quemarán los seis kilos de espaguetis en casa ¡Vamos para allaaa!
– Tuve que sujetar al alocado pingüino por el cuello para que dejara de hablar y no se lanzara sobre las monísimas mesas blancas ¡Estar quieto! ¡Tú ser perro malo! ¡Quieto! Sobra decir que con semejante escándalo toda la fiesta se nos quedó mirando, sobre toda Ali y su madre, una muy guapa mujer de pelo rubio, como su hija. Ambas se acercaron a nosotros.
– ¡Hola, Heli! -dijo Ali con una sonrisa de película. ¡Bienvenido! Ya sólo faltabas tú, bueno, vosotros. Pensé que vendrías con tu abuela. Mi madre tiene muchas ganas de conocerla
¿Nos presentas?
Tuve que dar un disimulado pisotón a mi joven amigo para que saliera del embobamiento.
-¡Ay! ¡Hola, Ali! ¡Claro, claro! Mira, éste es mi tío Peter, Peter Pétreo. Acaba de llegar de América, de los Apalaches, más concretamente. Es un hombre rudo, montañés, de pocas palabras.
Yo saludé inclinando un poco la cabeza.
Alí se me acercó y me soltó algo en inglés. No entendí nada y respondí con la primera frase en inglés que me vino a la cabeza.
– May the Force be with you.
– ¿Que la Fuerza me acompañe? -me preguntó Ali sorprendida-.
No sabía qué hacer. Menos mal que Heli, acudió en mi ayuda.
– Sí, sí. Es que a mi tío le encanta «Star Wars». Es su saludo habitual. De todas maneras, puedes hablar con él en español. Allí, en los Apalaches, paso muchos años viviendo con un guitarrista de Córdoba ya retirado, Curro Bedoya «El Tarantino». Un máquina.
En ese momento, la madre de Ali se acercó, dio un beso a Heli y a mí me extendió la mano.
– Un placer conocerle, señor Pétreo. Mi nombre es Helena y como habrá supuesto, soy la madre de Alicia. Yo también soy muy fan de «Star Wars». Entiende entonces el español ¿Verdad?- Sí, hermosa mujer rubia y madre de Ali. Yo entender todo lo que tú decir. También muy feliz de conocerte. Juntemos las manos. May the Force be with you.
Helena sonrió ante mi educada frase y respondió:
– May the Force be with you, señor Pétreo ¿Puedo llamarle Peter?
– Claro. Tú poder llamarme como dar a ti la gana…
– Pues entonces, Peter, acompáñeme, vayamos con los adultos; allí le presentaré al resto de padres, charlaremos y tomaremos una copita de vino. Dejemos a los niños a su aire
¿Vamos?
– Ir, ir -dije yo mientras guiñaba un ojo a Heli- Voy con madre de Ali a charlar y beber vino. Si tú querer algo sólo avisar tío Peter.
– Vale, tío -respondió Heli- Hasta ahora.
Alicia y Heli se quedaron callados durante unos segundos, hasta que Alicia se fijó en la «mascota» de Heli.
– ¿Y esta preciosidad? -dijo Ali agachándose un poco para acaciar a Número Dos- ¡pero que perro tan bonito, Heli! ¿De qué raza es? ¿Cómo se llama?
Número Dos ronroneaba ante las caricias de Ali.
– Es un caniche lapón emplumado -respondió Heli sin saber muy bien qué decir-. Una raza muy rara… Se llama, se llama…
– ¿No sabes cómo se llama tú perro?
– Hombre, claro que lo sé, Ali, se llama… ¡Migraña Junior!
– ¿Migraña Junior? Es un extraño nombre para un perro, pero me gusta. Oye, Heli ¿Y porqué está todo el rato sobre dos patas? -preguntó Alicia mientras seguía achuchando a Número Dos-.
– Bueno, es una costumbre del Caniche Lapón emplumado -contestó Heli con una voz de documental de La 2-. Como la tierra de donde proviene está cubierta de hielo, van cambiando cada semana de punto de apoyo. Esta semana, por ejemplo, anda sobre las patas traseras, pero la semana que viene caminará sobre las delanteras. Es una increíble adaptación, sin duda…
– Heli ¿Quieres decir que dentro de unos días Migraña Junior andará haciendo el pino?
– Así es, Alicia ¿No es alucinante?
– ¡Es increíble, Heli! ¡La naturaleza es una maravilla! ¡Caniche Lapón emplumado! Y yo que le dije a mi madre cuando os vimos desde la distancia «mira, mamá allí está Heli con un señor con pinta de indio y un pingüino con una diadema de orejas de perro en la cabeza»
¡Ja, ja! ¡Que ocurrencia la mía!
– Sí, sí que ocurrencia ¡Je, je!
De pronto, Heli se acordó de que llevaba la caja con el regalo para Alicia. Era el momento.
– Ten, Ali !feliz cumpleaños! Espero que te guste mi regalo.
Alicia cogió la pequeña caja de caramelos y la abrió lentamente.
– ¿Qué será?
Y cuando Alicia vio lo que había dentro, una cara de alegría se dibujó en su rostro.
– ¡Unos dientes de tiburón! ¡Son unos enormes dientes de tiburón, Heli! ¡Me encantan! ¡Adoro a los tiburones! ¡Es el mejor regalo que me han hecho nunca! ¡Heliodoro Pústulas, eres el mejor!
Alicia se acercó a Heli y le dio un beso en el moflete derecho, provocando que nuestro amigo pensara que no iba a lavarse la cara en un mes.
– Me alegro mucho, Ali. Sé que te gustan mucho los animales. Por eso pensé que unos dientes de tiburón blanco te gustarían.
– ¡Es una pasada! Pero, oye ¿Cómo sabes que son de un tiburón blanco?
A Heliodoro le hubiera gustado responder la verdad: que tiene un simpático tiburón blanco en la bañera de nombre Copito y que los dientes eran de él, pero a ver quién se creía semejante locura.
– Pues porque me lo dijo el señor de la tienda donde los compré, claro.
Ali guardó los dientes en la cajita como si de unas valiosas joyas se trataran y extendió su mano hacia Heli.
-Anda, vamos. Dejemos a «Migraña Junior» con las demás mascotas para que juegue y coma algo y vayamos con los demás. Dentro de poco va a empezar la actuación de un mago alucinante: «El Gran Lingüini» me ha dicho mamá que se llama.
– ¡Vamos!
Y los dos cogidos de la mano fueron hacia un pequeño cercado que se había habilitado para las mascotas.
Heli llevaba a su «perro» arrastras. Número Dos se temía lo peor allí dentro; rodeado de perros que le olerían el culo y comiendo bolas secas con sabor a carne sintética.
-¡Vamos Migraña Junior! ¡Vamos! Es que es muy tímido el pobre, Ali, acostumbrado a las grandes extensiones heladas ¡Vamooos!
En ese momento Número Dos olvidó que no podía hablar y que teóricamente era un chucho.
– ¡Ni harto de sardinas entro yo en ese antro perruno!
Alicia se quedó perpleja.
– Tu, tu ¿Tu perro ha hablado, Heli?
– ¿Hablar? ¡No, no! Es que he visto unos tutoriales de ventriloquia en Youtube y quería gastarte una broma ¿A que lo he hecho bien, eh?
– Dios mío, Heli. Casi me desmayo del susto. Parecía tan real Realmente eres muy bueno. Te podrías presentar a algún concurso de esos de nuevos talentos que ponen en la televisión. Lo ganas seguro.
– Sí, lo estoy pensando seriamente. De todos modos ¿Cómo has podido pensar que este monísimo, aunque tontorrón perro Caniche Lapón emplumado podía hablar? Esta cosita tan graciosa y sencilla.
Heli se agachó fingiendo que iba a hacerle una carantoña a Número Dos y le dijo al oído muy disimuladamente:
“Bola con plumas, una sola palabra más y te diseco para que seas expuesto en el Museo de Ciencias Naturales. Ahora mismo te vas a meter allí con esos perros y vas a ser uno más
¿Entendido?
-Guau respondió Número Dos de mala gana mientras entraba en el cercado de los perros bajo la atenta mirada de todos y cada uno de ellos-.
-Así muy bien. Perrito bueno, perrito bueno entra en casita con sus amiguitos, hala.
-Que tranquilo se ha quedado, Heli. Unas cuantas caricias y has dejado a tu perrito más tranquilo que se si hubiera tomados doce litros de tila ¡eres como un encantador de perros! ¡Venga, que allí nos están llamando los demás! ¡Que van a poder la merienda!
Alicia y Heliodora salieron corriendo y dejaron a Número Dos rodeado de hocicos que le olían de arriba abajo.
IV. Un indio es un indio.
La reunión de padres y familiares de los chavales invitados al cumple de Alicia, se estaba desarrollando con total normalidad; todos reían y hablaban animadamente. Se habían sentado todos, incluido yo, el Jefe Pincho Moruno, alrededor de una mesa alargada, cubierta con un reluciente mantel blanco. Tenía a mi derecha a Helena, la guapa Madre de
Ali y a mi izquierda, un conocido político, el Secretario General del P.E.M.E, Partido Extraterrestre del Mundo Exterior, Jacinto Rero, un tipo bastante repelente, como repelente lo era también su hijo, Jacinto Rero Junior, compañero de clase de Alicia y Heliodoro. Frente a mí, un señor muy alto y rubio con acento extranjero, no paraba de hablar de una comida muy típica en su país; algo llamado surströmming”. La curiosidad me pudo y le pregunté al señor qué era esa comida tan extraordinaria de la que hablaba:
-Tu hablar, rostro blanco, de comida excelente de tu tierra ¿Poder decirme que ser?
El señor, se puso de pie y muy cortésmente me explicó a mí y a todos en qué consistía esa comida de nombre tan raro.
-Pues verán, el surströmming, que en Suecia, mi amado país, quiere decir arenque fermentado es una deliciosa especialidad de la gastronomía sueca que consiste en arenque del mar Báltico fermentado. El surströmming se vende en latas, que al ser abiertas liberan un olor fuerte y fétido. Por este olor particular, parecido al pescado pasado o basura dejada al sol durante un par de días, el surströmming tiene mala fama entre ustedes, los habitantes de países mediterráneos, pero el mal olor procede únicamente del líquido en que se preserva. A causa de este olor, el plato se suele ofrecer en comidas al aire libre, como ésta. Abrir la lata bajo el agua puede contribuir a rebajar el olor hasta cierto punto, así como a evitar bañarnos en salazón, puesto que la fermentación a menudo genera una considerable presión dentro de la lata. Como hoy es un día es una excelente reunión al aire libre, me he tomado la libertad de traer un par de latas de tan delicioso producto. Si Helena, nuestra anfitriona o alguno de ustedes quiere probarlo, abrimos una lata, verán que rico.
-No, no se moleste dijo Helena muy cortésmente- No creo que haya nadie que ahora le apetezca
Y la curiosidad me pudo.
– Madre de Alicia; yo querer probar ese pescado fermentado. Si ser tan bueno como señor sueco con cara de buena persona decir, yo querer comer arenques fermentados.
-¿Estás seguro, Peter? me preguntó Helena- Te advierto que yo lo probé hace tiempo y no es una experiencia muy agradable.
– Tú no preocupar, Helena. Yo en Apalaches, haber comido cosas que harían vomitar buitre ¡Señor Sueco, traiga usted lata!
El Sueco, que por cierto tenía por nombre Inguel Sobacosen, trajo una lata surströmming y la colocó delante de mí junto con un abrelatas.
-Pues aquí tiene, mi querido amigo Pétreo dijo el sueco con cierto tono de sorna- ¿Va a abrir la lata aquí mismo, sin más, o prefiere que se le traiga una ensaladera con agua para abrirla y que así el olor sea menor?
– Yo preferir sin agua. Estar sentado cómodamente. Olor de comida seguro que despertar apetito.
– Bueno, pues como usted desee, pero estoy seguro de que al abrir la lata no podrá tomar ni un solo bocado y saldrá corriendo. Éste es un alimento de vikingos, no está hecho para la delicada gente del Sur.
– Yo no ser vikingo, hombre sueco y tampoco ser del Sur. Yo, Peter Pétreo, hombre Apalacho. ¿Tú decir que yo incapaz de comer plato típico de país?
– Así es, caballero -respondió Sobacobsen- Es más, estoy dispuesto a apostar mil euros de mi bolsillo a que es usted incapaz ni siquiera de dar un pequeño mordisco.
Un sepulcral silencio se hizo en la mesa. Aquello era un reto y, como tal, merecía mi respuesta.
– Apuestas ser malas para los hombres. Ser causa de mucho dolor y pobreza. Yo comer tu pescado podrido por gusto y curiosidad. Si de tu bolsillo sobrar mil monedas, regalarlas a quien necesite.
Sobacobsen no esperaba esa respuesta y quedó mudo y algo abochornado, mientras que toda la mesa, entre suaves murmullos, alababa mi decisión.
– Adelante, Peter -dijo Helena- demuestre a este nórdico rubio de qué están hechos los Apalachos.
Asentí con la cabeza, cogí el abrelatas e hice el primer agujero en la lata. Al instante, un líquido blanquecino y maloliente salió disparado por encima de mi cabeza no menos de cinco o seis metros, cayendo directamente sobre un grupo de cuatro palomas que andaban picoteando pequeños restos de patatas y gusanitos de la merienda de los niños. Las palomas dieron tres vueltas sobre sí mismas antes de perder el conocimiento y quedar completamente anestesiadas por el olor.
– ¡Dios mío! ¡Vaya peste! -dijo Jacinto Rero- yo veré todo desde la distancia ¿Alguien me acompaña?
A excepción de Helena, que aguantó tapándose la nariz con un pañuelo y Sobacobsen por orgullo, todos los demás se alejaron de la mesa al menos diez metros.
El terrible olor del surströmming llegó hasta el cercado de mascotas, provocando todo tipo de aullidos lastimeros entre muchos de los perritos que allí se encontraban; a excepción claro, de Número Dos, que al percibir aquella peste salió del cabreo en el que estaba sumido y con un afán desbordado se afanaba por saltar la pequeña valla para llegar hasta el lugar del que procedía aquel maravilloso perfume -no olvidemos que es un pingüino emperador, un devorador de pescado en todas sus formas y presentaciones-.
Por fortuna, todos los niños estaban dentro de la casa viendo al «Gran Lingüini» y quedaron a salvo de aquella guerra química.
– Bueno, pues ir para adelante -dije en voz baja-.
Abrí toda la lata. Había por lo menos medio quilo de arenques medio desechos que flotaban como zombis en un lechoso mar de bacterias.
El olor no era muy agradable, pero como había dicho antes, mucho peor huele es la cola de castor podrida y luego el sabor es bastante bueno.
Agarré uno de los pescados con los dedos, lo escurrí un poco y me lo metí entero en la boca y, oye ¡que sabor más agradable! Un poco picante pero muy rico. Cinco minutos después, la lata estaba completamente vacía. Hasta me había bebido el líquido con deleite.
Todos los espectadores aplaudieron enfervorizados por lo que consideraban una hazaña. Hasta Helena, que había permanecido a mi lado durante toda la faena y que estaba medio mareada, antes de perder el conocimiento durante unos segundos, me dijo: La leche, Peter eres la leche…”
Sobacobsen se acercó y me felicitó con efusividad.
– Querido Pétreo, es usted un hombre tan duro o más que un vikingo. Le pido disculpas si en algo le he ofendido. ¿Puedo hacer algo por usted?
– Sí, tú poder hacer algo. Decir antes que tener alguna lata más de peces ¿Verdad?
– Así es. Aquí tengo la otra lata que traje…
– Pues si tú querer yo comprarte lata. Tener un amigo que lata de pez maloliente gustar mucho, muchísimo ¿Cuánto pedir por ella?
– No, por Dios, se la regalo. No tenga cuidado. Tenga, espero que a su amigo le guste tanto como dice.
– Gracias, Sueco. Ser Vikingo moderno.
V. Pingüino Zampabollos
Número Dos, después de muchos esfuerzos, había conseguido saltar el cercado de las mascotas y corriendo a la velocidad del rayo, se dejó llevar por su olfato, intentando localizar la fuente de aquel embriagador aroma a pescado.
Localizó a las palomas, que aún seguían inconscientes en el suelo, y se dedicó a chuparlas; hecho que hizo que éstas recuperaran el oremus y espantadas, salieran volando jurándose a sí mismas no volver jamás a aquel pestilente lugar.
-Vaya, ya no huele más. He perdido la pista, porras -se dijo para sí-.
Ya regresaba cabizbajo hacia el cercado de mascotas, resignado a comerse unas cuantas bolitas de perro, esta vez con sabor a pollo con papaya, cuando, de improviso, nuestro perro emplumado notó un aroma, si no a ese delicioso pescado, a esos productos insanos; alimentos que los humanos consumen con fruición y que se venden en bolsas de plástico: Patatas fritas, gusanitos, Triskis, Friskis, Pikantones, kortetxas de Gorrino, maíz tostado con sabor a la cena del martes pasado; en fin todas esas cosas que a los niños, gustan y que a los pingüinos vuelven locos.
Levantó el pico y notó que el aroma procedía del interior de la casa. Ni corto ni perezoso, ignorando su falsa condición de perro, entró en la casa.
Vi como entraba e intenté pararlo con la lata de surströmming en la mano, pero entre que Helena me estaba contando cómo hacer un buen arroz a banda y el político Jacinto Rero me preguntó que qué opinaba de la situación política española, a lo que respondí sin pensar «Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora, que estamos mal pero es verdad», no pude hacer nada, sólo invocar al espíritu de mi abuelo «Gambón de Garrucha», un hombre que fue sabio y prudente, para que intercediera en la que se avecinaba.
Está claro que el espíritu de mi abuelo estaba algo distraído, pues nada más entrar Número Dos en la casa, piso un trozo de helado sabor apio -no me extraña que alguien lo hubiera tirado discretamente ¡Apio-, resbaló y salió disparado con un torpedo por el pasillo de mármol hacia el salón de la casa, el lugar en donde «El gran Lingüini» estaba con su espectáculo de magia.
-Bien, niños ¿Lo estáis pasando bien? -preguntó el mago a los niños?-
– ¡Siiiiií! -respondieron todos ilusionados, incluidos Alicia y Heli-
– Pues ahora y para terminar mi actuación ¡El número final! Si hay entre los presentes alguien de condición de débil, temeroso y delicado del corazón, abandone la sala, pues este número es ¡Terrorifico!
Alicia se agarró al brazo de Heli.
-¡Ay, que miedo, Heli! ¿Qué irá a hacer?
– No te preocupes, Ali. Seguro que sólo es para meternos miedo…
– ¡Te equivocas muchacho! -exclamó Lingüini- con un tono de voz muy misterioso mientras se colocaba un turbante dorado en la cabeza- el número del arcón mortal es extremadamente peligroso. Requiere mucha pericia y un valiente voluntario ¿Quieres serlo tú?
Heli sé quedó callado, pero al ver que todos sus compañeros de clase tenían la vista clavada en él y que Alicia cada vez la agarraba más fuerte del brazo, se levantó del suelo, acercándose al mago.
– Está bien, Gran Lingüini, acepto su reto.
Todos los chicos aplaudieron a rabiar.
– ¡Heli, Heli!
– Muy bien, chaval, veo que no te arredras. Lo primero ¿Cómo te llamas?
– Heliodoro, Heliodoro Pústulas, Gran Mago.
– Vaya, es un extraño nombre para un chico en estos días…
– Ya. Es que soy el personaje de una historia que está siendo escrita y al autor, no sé porqué, le ha dado por ponerme este nombre, lo mismo que a usted el de Lingüini..
– ¡Diantre! No había caído en ese detalle… Bueno, eso ahora no importa. Vamos a lo que vamos ¡Niños y niñas! ¡Vuestro amigo Heliodoro es un temerario! Tendrá que introducirse en esta caja que yo posteriormente cerraré con estos candados confeccionadas a prueba de todo. Su cabeza quedará fuera y todos podréis verle. A continuación -el mago sacó tres espadas enormes- introduciré estás tres poderosas espadas de acero toledano por estas ranuras que tiene la caja y atravesaré sin piedad el cuerpo de vuestro amigo. Si todo funciona bien, Heliodoro vivirá para contarlo…un mínimo fallo y… ¡No quiero ni pensarlo!
¿Estás listo, Heliodoro?
– Sí, sí señor…
Heli había metido ya un pie en la caja cuando divisó por el pasillo algo mucho más preocupante que el número de las espadas: Número Dos iba resbalando por el suelo a una velocidad de vértigo directamente contra él, el mago, la caja y las espadas.
-Para todos los amantes de la naturaleza antártica, os diré que un pingüino emperador macho mide un metro y veinte centímetros de altura y pesa veintitrés Kilos-.
– ¡Oh, no! ¡Oh, grito! -Grito Heli mientras se tapaba la cara con las manos- ¡Esto tendría que haberlo previsto!
– ¡Ah! ¡Tienes miedo Heliodoro! Al final muestras tu temor ante lo desconocido -dijo en mago satisfecho de sí mismo-.
– No, no señor. Es por lo que se nos viene encima…
– ¿Eh? ¿El qué? -preguntó Lingüini-.
– Puede usted llamarlo perro, si quiere, aunque en realidad es un pingüino emperador parlante que va a chocar contra nosotros en tres, dos, uno…
A Lingüini sólo le dio tiempo a sentir un impacto a la altura de las corvas que le impulsó por el aire a no menos de metro y medio de altura. Giró sobre sí mismo y cayó de plomo sobre la caja abierta del número de magia, cerrándose la tapa por el ímpetu del golpe y dejando al mago atrapado dentro y con una desorientación propia de un pulpo en un garaje.
Tres décimas de segundo después, llegó el turno de Heli. Número Dos ahora giraba como una peonza y decía no sé qué cosas de un helado de apio.
Heli, por instinto, se protegió detrás del pequeño mueble en el que el mago había colocado las tres grandes espadas.
El pingüino tragón se llevó por delante a Heli, al mueble y a las espadas. Estas últimas, como por arte de magia – y nunca mejor dicho- volaron sobre la caja en la que estaba el aturdido mago, yendo a caer exactamente en las tres ranuras e introduciéndose en el arcón hasta su empuñadura.
Heli, por su parte fue dando volteretas hasta caer, con un último volatín, sobre el regazo de Alicia.
Número dos, finalmente detuvo su enloquecida carrera, al otro lado del salón. Unos mullidos cojines amortiguaron lo que hubiera sido una tremenda galleta.
Durante unos segundos, todo el mundo se quedó estupefacto sin saber cómo reaccionar, más a continuación, el silencio se transformó en risas y aplausos.
– ¡Bravo, bravo!
– ¡Ja, ja! No me he reído más en mi vida ¡Pero que número más bueno!
– ¡Heli ha estado genial! ¡Parecía que todo era real!
– ¿Y el perrito ese que ha entrado como una bomba? !Es monísimo!
Pasaron dos o tres minutos hasta que Heli y Lingüini entendieran qué había sucedido: ¡Los asistentes pensaban que el número final del mago había consistido, en colaboración con Heli y su mascota, en toda esa suerte de golpes, caídas y objetos volando que habían motivado que la magia surgiera por sí misma!
-Anda, chaval -le dijo el mago a Heli- quita las espadas de la caja para que pueda salir…
– Lo siento muchísimo, señor. No sé muy bien cómo ha podido pasar esto. Mi perro estaba en el cercado de las mascotas. Ha debido de escaparse y…
Lingüini, al fin salió de su prisión, y se acercó al oído de Heli.
-¿Sentirlo, Heliodoro Pústulas? Al contrario, muchacho. Después de la que se ha liado aquí ¡voy a tener trabajo para los próximos veinte años! Mira las caras de tus compañeros ¡Están encantados con lo que han visto! ¡Creen que todo estaba preparado! ¡Un éxito! ¡Un éxito! Por cierto ¿No estarás interesado en vender a tu perro?
– No, no señor, no estoy interesado. Por cierto ¿Dónde está?
Heli recorrió con su vista la amplitud del salón hasta que, en el centro de un grupo de niños formado por los primos pequeños de Alicia, tumbado a la Bartola y aún con las orejas de perro milagrosamente puestas en la cabeza, descubrió a Número Dos. Mientras que unos de achuchaban llamándole «peluchito», «bolita» y cosas por el estilo, otros no paraban de darle gusanitos, gominolas y patatas fritas.
– Migraña Junior ¡VEN AQUÍ AHORA MISMOOO! -gritó con todas sus fuerzas-
Obviamente, no le hizo ni caso, se limitó a mirarle y a saludarle con una de sus alas mientras hacía ruiditos de cachorrito perruno.
VI. Hasta mañana.
Se iba ya haciendo tarde. La mayoría de los padres, los niños y las mascotas habían empezado a despedirse de las anfitrionas y a desfilar por la puerta de la gran casa.
Heli, Número Dos y yo estuvimos allí un rato más charlando con Helena y Alicia, ya que faltaba más de una hora para que pasara el autobús que nos llevaría de camino a casa.
– Yo, Helena y Ali, pediros perdón por follón montado por maldito perro lapón. Ser animal bueno, aunque poder comerse bisonte de un bocado. Sentir mucho su comportamiento. En casa quedar castigado sin comer pescado ni leer revista favorita.
– ¿Pero es que Migraña Junior sabe leer? – Preguntó Ali sorprendida-.
– No, leer no. El ver las fotos y gustar mucho. Perro lapón ser analfabeto. Ja, ja.
– ¿Y cuál es su revista favorita? -preguntó Helena-
– Una que se llama «Pájaras»; publicación especializada en todo tipo de alimentos para aves grandes y pequeñas; desde un colibrí hasta una avestruz. Le apasiona.
-Vaya, que interesante -dijo Ali acariciando la cabeza de Número Dos-. Es tan mono y tan gracioso que ¿Porqué no nos lo dejas aquí esta noche, Heli? Cuidaríamos muy bien de él
¿Verdad, mamá? Mañana os lo llevamos y así nos vemos de nuevo y… ¿Verdad mamá?
– Bueno -respondió Helena- por mí no hay inconveniente; siempre y cuando Heli y su tío Peter estén de acuerdo, claro.
Heliodoro y yo no miramos y después miramos a Número Dos que se había tumbado en el suelo para que Alicia le rascara la tripa. Era imposible decir que no.
-Parecernos bien que estúpido perro lapón quede con vosotras. Tener siempre en un sitio fresco y de comer dar pescado crudo a ser posible. Si comer muchas chucherías tirar horrorosas ventosidades que poder aturdir manada de búfalos .
-¡Que bien! -exclamó Ali encantada- ¿Has oído Migraña Junior? ¡Te quedas esta noche! ¿Estás contento?
– ¡Miau, miau!-replicó número Dos obviamente equivocándose-.
– Ser perro extraño Ali. Maullar como gato. Tú no preocupar.
– Sí que es raro, sí -murmuró Helena para sí-.
– Bueno nos tenemos que ir yendo -dijo Heli mientras miraba el reloj- el autobús pasará en quince minutos y hay diez minutos hasta la parada. Muchísimas gracias por habernos invitado. Me lo he pasado muy bien, Ali. Entonces ¿Nos vemos mañana también?
– ¡Claro! -respondió Ali con una cara de felicidad que hizo sonrojar a Heliodoro- Os llevamos a Migraña Junior y luego podríamos merendar en algún sitio cerca de tu casa
¿No?
– ¡Me parece perfecto! Conozco un sitio que hasta pidiendo un vaso de agua te ponen patatas fritas de aperitivo.
Mientras los chicos hablaban y Número Dos fingía que se rascaba las pulgas, me despedí de Helena.
– Dar gracias por pasar tarde tan buena, Helena. Divertirme mucho contigo. Ser mujer buena además de guapa. Verte mañana, entonces.
– Nos veremos mañana, Péter -contestó ella- Gracias a ti por haber venido. Y gracias por lo de guapa ¡Que a mí edad ya no se oyen muchos piropos!
Nos despedimos con la mano, ya desde la puerta, y salimos a la calle rumbo a la parada de autobús.
– ¿Tú pasar bien hoy, amigo?
– ¡Ha sido genial jefe! ¡Una tarde estupenda! Bueno, salvo por Número Dos ¡Ese pájaro loco!
– ¿Tú creer que nosotros hacer bien dejando pingüino parlante en casa de Helena y Alicia?
– Creo que no, jefe. Alguna les va a hacer, pero mira, así por lo menos mañana volveré a ver a Ali ¿Sabes? Creo que le gusto.
– Yo también creer que tú gustar Ali. Yo también pasar muy bien con adultos: Conocer mujer guapa, Vikingo moderno, político, haber comido pescado podrido y llevar lata pescado chungo a amigo Copito. Él alegrará mucho ¿Tú creer que Abuela, Copito y Vader, pasar también buena tarde?
– Claro, seguro que sí. La abuela y Copito se llevan de maravilla y Vader estará leyendo algún folleto de lo que sea… Un momento, Vader… Creo que lo último que le dije fue que silbara algo ¡Y éste no para hasta que yo mismo se lo diga! ¡Lleva toda la tarde silbando! ¡Madre mía! ¡Corre, jefe, que vamos a perder el bus!
Epílogo
Cuarto de baño del poblado sioux de la segunda planta, letra B, de la calle Rioja, número cinco.
La abuela se quita un tapón de cera de oído derecho.
-¿Decías algo, Copito?
– ¿Eh? No, no abuela no decía nada. Menudo murgas el Vader este.
– Y encima nada variado.
– Ya te digo escualo, ya te digo ¿Unos Crispies?
– ¡Vengaaa!