En la vigésima primera nota correspondiente al tercer capítulo de ‘Mujeres que corren con los lobos’, de Clarissa Pinkola Estés, se afirma que está bien documentado en laboratorios del sueño que una pregunta formulada al principio de la fase “crepuscular” del sueño parece rebuscar en los “hechos archivados en el cerebro” durante las fases sucesivas del sueño, aumentando la capacidad de producir una respuesta directa al despertar.
Esta nota viene a colación de una frase del texto principal en la que, entre muchas otras cosas, la autora señala que hay algo en la psique, en la muñeca intuitiva, algo debajo, encima o en el inconsciente colectivo que clasifica el material mientras dormimos y soñamos. La respectiva nota, además, comienza declarando que esto a lo que refiere se trata, en realidad, de un fenómeno de estados hipnagógicos e hipnopómpicos situados entre el sueño y la vigilia. Consecutivamente he buscado en Google, que todo lo sabe, el significado de sendos vocablos que no conocía.
El título del presente escrito no es nada más ni nada menos que el práctico y pragmático fruto que he buscado por entre las jóvenes ramas del árbol que crece en mi interior, bajo la sosegada y apacible atmósfera valenciana que me ha envuelto esta misma noche, mientras paseaba cual gato solitario de vuelta a mi piso de estudiantes compartido, con la anteriormente mencionada obra literaria acogida por entre mis tibias y curiosas manos e indagada bajo mi ingenua y ambiciosa mirada.
Sara sueña muy a menudo, como cualquier otro ser humano corriente y típico. En cambio, a diferencia de mí, recuerda sobrada y frecuentemente la mayoría de sus sueños; retiene en su memoria cómo estos se desarrollan y quién aparece en ellos, al igual que recuerda las películas de autor, o autora, que tanto disfruta. Más allá, es incluso capaz de darle una interpretación subjetiva y sustancial a sus sueños; no necesariamente de forma aislada, sino, por ejemplo: Sara teje tanto pasiva como activamente una humana evolución que toma forma en su interior, a niveles como puedan ser el emocional y el relacional, cuando una misma persona de su entorno aparece a lo largo del tiempo en varios de estos y el papel o el rol que tal ser desarrolla en sus sueños va variando de forma continua y lógica con su circunstancia vital inherentemente personal. Sara no es la primera persona que conozco que tiene esta capacidad que tanto me fascina.
Recientemente, he tomado una decisión importante para mí. Más bien, he tomado y estoy tomando decisiones de forma consciente. Tomar una decisión es una mera expresión, al menos esta vez en mi caso, pues, al fin y al cabo, acabo tomando un conjunto de varias decisiones de toda índole y que afectan a muchos, sino todos, los aspectos de la propia vida, una tras otra y/o de forma simultánea, de modo que estas están enfocadas en una misma dirección, encarriladas hacia un anhelado futuro incierto y ambiguo, convergidas hacia un mismo destino, en vez de una decisión única que pudiera llegar a resolver la ambivalencia existente previa a las decisiones tomadas. Una vez se echan los leños al fuego y estos prenden, la hoguera aumenta su voracidad.
Cuando una vorágine de sensaciones, sentimientos, pensamientos e intuiciones se agolpan en un breve período de tiempo, especialmente si muchas de estas son nuevas y profundas, recorrer el camino del aprendizaje se vuelve inevitable. Esto se debe a que la experiencia humana individual se torna rica en matices, por lo que el paso a través de ella fácilmente no lo deje a uno indiferente si mantiene los ojos y el corazón abiertos. Existen dos maneras de ver las cosas: una es con los ojos, otra es con el corazón. Ciertamente, pensándolo bien, existe una tercera forma de ver las cosas: con los ojos y con el corazón. Cuando se ve la vida y la existencia a través de ambos prismas simultáneamente, la comprensión adquiere la posibilidad de originarse integral y universalmente. Ambos canales permanecen abiertos a toda información que sea compatible con sus respectivas interfaces. Consecuentemente, se inserta un input variado y abundante en el interior del organismo. De este modo, el sistema tiene mucha más información que puede ser posteriormente atendida, observada, desmenuzada, relacionada, analizada, descartada, aceptada, aprehendida, enjuiciada, utilizada, aprovechada…
Sin embargo, también puede darse el caso de que mantener ambos canales, el de la vista (la visión óptica) y el del corazón (la visión del core), al mismo tiempo de forma continuada en el tiempo no sea tarea fácil y, por tanto, no se dé con alta frecuencia. Quizá sea por ello por lo que, en más o menos abundantes ocasiones, tomamos decisiones “a ciegas”, o parcialmente cegados. Quizá se deba a que a veces abusamos de uno de ambos canales en detrimento del otro.
Así pues, tomar decisiones se trata de una misión no muy sencilla, en la que se deben valorar muchas cosas. Uno puede cavilar sobre las percepciones, las sensaciones, los sentimientos y las ideas propias. También puede hacerlo sobre las ajenas que previamente hayan sido compartidas con uno. Se puede además preguntar uno mismo hasta qué punto este o aquel pedazo de información es veraz y útil. Debe valorarse la relevancia de todos estos conocimientos, hacer una especie de ensaladilla rusa al gusto de cada cual con las proporciones que se consideren más adecuadas y, finalmente, digerirla para que se aposente y nutra. Es entonces cuando uno puede tomar decisiones. También, sea dicho, que hay aparatos digestivos y aparatos digestivos, al igual que hay digestiones y digestiones.
No obstante, si pensar y repensar, valorar y enjuiciar sin freno alguno cada una de tantas posibilidades, opciones o vías de acción que pueden discriminarse y tomarse se convierte en un vicioso bucle mental del que uno no es capaz de salir y que genera más incomodidad y dificultad que utilidad y paz interior, la representación textual de una viñeta que me encantó, la cual vi hace años en Instagram, que voy a transcribir a continuación quizá pueda ser útil para desenredar el lío de cada cual o de cada Pascual.
Un recto camino se parte en dos. En la bifurcación del camino una anciana está sentada sobre una silla de mimbre tejido y, junto a ella, un alto poste de madera indica los dos sentidos de los caminos que se alejan hasta más allá del horizonte. Una señal contiene un dibujo, el de un cerebro humano, que señala el camino de la izquierda. La otra señal, que apunta hacia el camino de la derecha, contiene el dibujo de un corazón humano. La anciana, entonces, anuncia: “Si alguna vez te encuentra muy pero que muy indeciso: recorre el camino de la derecha.”