Puede ser que llamemos casualidad a lo que no entendemos, a la respuesta demasiado breve a una pregunta excesivamente pensada.
No puedo escribir, hace mucho que no puedo hacerlo y es horrible porque tengo un atasco en la parte superior del estómago, casi allí donde termina la garganta, que no deja que nada entre ni salga. Siento una especie de estreñimiento lingüístico, quizás emocional y una cosa enreda a la otra, se han ido haciendo nudos de influencia marinera que han terminado en maraña.
Intento el truco de cerrar los ojos a ver que encuentro, solo supura cinismo y cierta ceguera, mi cerebro está como Canal Plus en sus comienzos, lleno de rayas y al fondo, algún contorno. La codificación de los sentimientos.
Me eché una musa trásfuga que se largó llevándoselo todo, dejándome desnuda de palabras y signos ortográficos; de imágenes literarias, conceptos y emociones. No me dejó ni una hoja de papel ni un pelo que se me pusiera de punta, ni tan siquiera una celda de piel por excitar.
Nadie me avisó de que las musas listas solo asisten a los malos escritores, a los que tienen que vender su alma al diablo para continuar. Se presentó como a una entrevista de trabajo, dándolo todo y un poco más. Me vació, me dio la vuelta, me cambió el corazón de sitio, me enseñó a escribir con la izquierda para que los sentimientos rodaran cuesta abajo, y después, cuando consideró que era suficiente, se dio la vuelta y se largó.
De herencia me dejó el insomnio y terminé pasando las noches con él.
El insomnio con pastillas para dormir se parece mucho a un trago de arenas movedizas. Intentas dejarte llevar por el sueño, pero la consciencia te empuja, según el día hacia arriba o hacia abajo.
También tiene un recordar pastoso y clarividente, que parecen contrarios, pero no lo son. Tengo las ideas claras, en primera línea, pero en un tono marrón donde apenas se distingue la letra negra. Sé de qué van mis pensamientos y no puedo hacer nada con ellos porque no se dejan atrapar, están y pesan, pero son ágiles.
Ahora, en este intervalo entre las tres y las cuatro de la mañana, pienso en las despedidas, en su importancia y en la falta de generosidad con que las rellena el presunto destinatario.
¿Despedirse es importante para quién? Para el que permanece, claro, el que se va, del modo que sea, a veces tiene la capacidad de decidir, el otro no. El que guarda ausencia simplemente se queda con un roto, un agujero imposible de remendar, con la falta de una mano moviéndose de derecha a izquierda, un abrazo de última hora, un gracias o lo siento, si fuera necesario.
Esas últimas palabras, que nunca serán suficientes porque siempre quedarán algunas en el tintero con la esperanza aguardando que llegue el día de secarlas.
Cuando eso no ocurre, cuando de un día para otro solo queda «la nada», el juego de un mago macabro que hace desparecer lo que ayer estaba y hoy, ni siquiera ha dejado un conejo en la chistera o un racimo de pañuelos de colores que te recuerden que existes.
Entonces, llega la culpa: podría haber hecho, dicho o comportado de otro modo. La variedad de caminos pedregosos que deja el no poder; ya no poder; poder ayer, no hoy ni ahora ni nunca.
«Nunca» rebota en el techo del comedor, ese techo que llevo masticando un rato, y veo esa palabra, ese espacio intemporal de un lado a otro, hasta que me revienta en la cara.
La claridad se oscurece y revuelvo las sombras con los brazos, no sé muy bien si apartándolas para que se alejen o para que se pongan en fila, y al menos así, poder dispararlas sin errar el tiro.
No hay adiós sin despedida ni dicha futura sin ese consuelo. «Adiós» es una palabra que tiene alas y si no se le da salida se queda dentro de una jaula formada en el pecho del que no la pronuncia, encerrada en una celda con barrotes de hierro clavados en el esternón.
Yo, primera persona del singular de todos mis mundos, esa que no puede dormir ni con pastillas ni sin ellas, ególatra, egocéntrica, egoísta y todas esas palabras que comienzan por «yo» disfrazadas de amor al ajeno, necesito esas despedidas para continuar, descansar y cerrar lo cerrado.
Por todo esto quiero entregar la mía, por si acaso, por si la vida, por si no llego a tiempo, por las que deba y por las que he dejado de esperar.
Como he empezado, termino, mi primera despedida es para esa musa, no primera en importancia, pero sí en marcharse. Continúo con mis muertos a los que no pude dar las gracias ni decir te quiero; a mis vivos, claro, por si algún día no estoy, por si no me da tiempo o cambio las ganas. A quien quiero, a quien he querido y a quien me haya querido o no, también.
Adiós, muy buenas; a Dios seas, con Dios, a Dios te encomiendo… a cualquier dios. «Adiós hasta la muerte…»
Adiós…
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Madre mía !!! Sólo puedo decir: bravo!!!
Tú sí que eres una maga de las palabras…
Ay, Catalina, qué amable eres siempre. Mil gracias, de verdad.