«HAY SERES QUE CAEN… OTROS ARDEN. ¡PERO ES HERMOSO Y ATERRADOR!»

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Abrazamos el terror por la fascinación que provoca la brutalidad inesperada. Necesitamos emociones que nos conecten con la realidad. Nos lanzamos a la búsqueda de sucesos que alimenten nuestra ansia por el mal ajeno. Demandamos escenografías que nos lleven al éxtasis colectivo. ¡Y las queremos ya! Es nuestra elección y nuestra predilección. La novela o el cine es un sucedáneo… ¡pero el arte! La cultura occidental no anda escasa precisamente de escenas cargadas de poder simbólico, de cuerpos escatológicamente descompuestos por el martirio, de los restos honorables –o no tanto- de lo bélico… de las miembros despedazados y heroicos de lo militar. Anhelamos más. Los asesinatos en las calles, en el hogar,… el huracán de la violencia soplando atronador en nuestra misma cara mientras arrastra la última lucidez que nos queda.

Mat Collishaw, Bullet Hole, 1988

Durante miles de años hemos venerado la omnipresente figura de Cristo sangrante, agredido, lacerado, con el cráneo traspasado por púas de una corona que no pidió (hay muchos otros que sí la quieren). Pero esa es ya una historia vieja. Queremos sangre fresca. Nos da igual que provenga del ámbito terrorista, político, doméstico, militar, policial, delincuencia, sexual,…

Si envenenamos el planeta y tratamos a los animales como auténticos psicópatas es una mera consecuencia (un daño colateral, por así decirlo) de la vida cotidiana, de nuestra cultura (o de la absoluta y total carencia de la misma).

Arte, por favor. Esa maravillosa disciplina siempre supera nuestras expectativas. Y además nunca sabemos que cara poner. ¿Hay una desesperada ironía o se trata de una crítica exacerbada? ¿Es perspicaz, clarividente o una medida ración de gore?.

Mat Collishaw (1966) es un artista inglés que usa (entre otras técnicas) fotografía, vídeo, zoótropos, en sus instalaciones. Pasó una infancia sin televisión debido a las fuertes convicciones religiosas de su familia. En vista de lo visto deberíamos alegrarnos por él en lugar de exclamar un ¡oh! dramatizado.

Su obra más conocida –o al menos la que le proporcionó un inmediato reconocimiento- fue Bullet Hole (1988). Compuesta de 15 cajas de luz (como si fuese una vidriera en una iglesia). De cerca, en un vistazo rápido (el común en nuestros recorridos artísticos,… y más habitual será al recuperar la libertad ¡Hay tanto que ver y tanto tiempo que recuperar!) parece ilegible, casi una abstracción. Al alejarnos comprobamos que es un primer plano de una herida en la cabeza (el título nos dice que es un agujero de bala –qué sería de nosotros sin las cartelas informativas, ¡no sabríamos que mirar!-).

Encantados, ahora sí, concedemos toda la atención a esa ampliación de una pequeña imagen de un texto de un libro de patología que mostraba una herida producida por un picahielos. Pero la dualidad debe manifestarse. Ya que muchas personas ven una vagina abierta, la belleza cuasi sacra y la sexualidad animalizada se presenta en medio de lo aborrecible. Lo atractivo como espantoso… la fealdad como belleza.

In the Old Fashioned Way, 1992

In the Old Fashioned Way (1992) es una especie de maquinaria en la que encontramos una gran (y burda) fotocopia. Metal, sacos de arena y madera darán vida a esta acto de zoofilia encontrado en una antigua revista pornográfica. Pero no es complicado hallar estás prácticas sexuales en cualquier formato y con protagonistas contemporáneos.

Collishaw explota la imagen como tantas y tantas publicaciones, vídeos, etc. La monta en una madera contrachapada y -como si de un artilugio propio de Leonardo se tratase- mecanizará el suceso para que las patas traseras y el torso del équido giren alrededor de la cintura de la joven.

Para completar el engaño (cuanta mentira hay en la vida y en el arte), al otro lado del panel de madera se adivina un hombre pequeño (un ser metálico) que alienta el teatro (pues no es más que eso). Nos recuerda a esos seres que se alojan en las veletas (tal es la veleidad humana). Pero al acercarnos el truco se descubre. La cercanía suele desbaratar toda ilusión (también entre las personas) y no hallamos más que un vulgar motor que en un movimiento incesante da vida a la mujer, a la cebra y al hombrecillo.

Los que esperasen mayores emociones quedarán totalmente defraudados.

Natura Morte, 1994

Natura Morte (1994), es una referencia a la historia del arte que Collishaw conoce tan bien (ventajas de no estar horas y horas pegado al televisor). Admirador de la pintura flamenca, de los maestros holandeses que llevaron esta disciplina a unas cotas de excelencia increíbles, y tras una estancia en Nueva York por primera vez (una ciudad que –muestra de lo que esconde un país- después de rascar alguna capa de barniz deja entrever las excelencias de una cultura que, desgraciadamente, ya es la nuestra), quedó absolutamente indignado y asqueado por la cantidad ingente de comida rápida (basura) que el primero de todos los mundos ofrece.

En un estilo del s. XVII, elaborará bodegones que contienen banquetes contemporáneos, tal cual si hubiesen sido pintados para presumir de la ingente cantidad de alimentos disponibles en un momento de riqueza y expansión geográfica.

Presumir de cantidad y de diversidad ha sido una de las funciones del arte en algunos momentos de su historia. Nada tiene de extraño, por tanto, que se ocupe y se preocupe de dar contenido a esta forma de actualidad. En realidad, la sobreabundancia de alimentos en Occidente ha traspasado las connotaciones del lujo, de la riqueza, de la fortuna… hasta alcanzar el verdadero sentido de lo desagradable, de lo ridículo, de la fealdad,… del vómito.

Insectos, desplegados por toda la composición, son los únicos seres ¡vivos! que aparecen en el cúmulo de envoltorios –desechables- que constituirán los gigantescos vertederos de los extrarradios de nuestras gloriosas ciudades.

Lo que en siglos pretéritos se mostraba como un festín hoy ha quedado en un cúmulo de despojos, de residuos, de una dignidad sin escombrar. Hay muchas cosas que nos sobran… la vergüenza no es una de ellas, al parecer.

Tiger Skin Lily, 1995

Tiger Skin Lily (1995) es una fotografía que rápidamente trae a nuestra memoria ese “Desayuno con pieles” de Meret Oppenheim… pero las intenciones son totalmente distintas. En primer lugar porque aquella pieza inutilizaba las funciones primarias de los objetos que recubría. Quedaba la belleza… ¡eso sí!.

En este caso, se efectua un injerto de pieles animales (por medio de un ordenador) como rechazo a las imágenes de flores manipuladas que aparecen en  tarjetas, en calendarios,… El resultado es agresivo. También ellas son depredadores de animales (y también sexuales). Transforma la idílica inocencia en un impulsivo símbolo de amenaza, de peligro, totalmente intimidatoria. La vida, que habitualmente le es denegada, adquiere una presencia conflictiva. Totalmente alejada del candor con el que las contemplamos. La vida se defiende… tras el pelaje está la carne, los ligamentos y la musculatura presta a protegerse legitimamente.

En su página web, Collishaw cita a Charles Baudelaire (Les Fleurs du Mal -1867-), a Joris-Karl Huysmans (À rebours -1884), a Jean Genet (The Thief’s Journal -1949-), huyendo, quizás, del vínculo sentimental y romántico británico con un paisaje (casi siempre ya domesticado). ¿Cómo acudir, sino es así, a la fiereza de la naturaleza por la supervivencia, por la preponderancia?

¿Quién usaría, ahora, las flores de Collishaw, en una tarjeta, en una colcha, en unas cortinas?

Sugar and Spice and All Things Nice 9, 1997

Sugar and Spice and All Things Nice 9 (1997) es una de esas icónicas que resumen el absurdo de una sociedad obsesionada por la grabación y documentación de todo. Si no está debidamente capturado, recogido y conservado no existe.

Obviamente, atrapar un hada es tan alegórico como lo podría ser cualquier ser mitológico. ¿pero acaso no lo son muchas de nuestras ideologías, de nuestros discursos, relatos,…?

El problema radica en que tales criaturas son muy frágiles, casi fugaces, y su captura… la misma búsqueda… es inútil, absurda, cruel. Pero nos fascina la destrucción.

Obsesivamente buscamos lo efímero en lo real. ¿No es suficiente bueno el mundo tal y como es? Tenemos una enfermiza pulsión por la captura (incluso del tiempo)… esa que obliga a matar delicadas mariposas que luego sujetamos a tablas –con un alfiler- para estudiarlas, observarlas,… ¡poseerlas!

Ni las fotografías capturan la verdad (recordemos aquellas falsas tomas de las hadas de Cottingley, sí, aquellas que –en 1917- engañaron a Arthur Conan Doyle), ni podemos ver lo que no está ahí… por mucho que lo deseemos. Siempre a la búsqueda de ese poder superior –puro- que nos salve de nuestra suciedad, de nuestra inmundicia, de nuestro afán asesino. Si existen… estarán escondidas entre nuestra inmundicia y nuestros escrementos.

Burnt Almonds, Wilhelm & Ingrid, 2000

Burnt Almonds, Wilhelm & Ingrid (2000), forma parte de una serie pensada como ‘Vanitas’… el destino de la sordidez, de la mezquindad, de la acumulación de una riqueza que –sin duda- quedará aquí… de la miserable corrupción de la avaricia.

Toda esta iconografía pueril fue descrita por el diplomático ruso Konstantin Siminov. Un cuadro tremendamente pavoroso de la decadencia en la que cayó la oficialidad nazi. Un desenfreno que, nada más acabar la Segunda Guerra Mundial, se hizo público… pero que era por todos conocido.

Tras acceder a un búnker (en la caida de Berlín) tuvo la oportunidad de presenciar los efectos de una postrera, desesperada y desenfrenada despedida plagada de champán, sexo y… cianuro. El final se acercaba y la consciencia de la desaparición física eliminó cualquier tabú (si es que los tenían) entregándose a los esplendores que tenían a mano.

Comer hasta el hastío, beber hasta el vértigo y la nausea… copular hasta el último aliento… provocado por el mortal veneno.

Una historia irresistible para Collishaw que reconstruyó varios de estos escenarios para fotografiarlos e imprimirlos en transparencias en 3D, en cajas de luz.

Lo cierto es que el mundo real está plagado de horrores y artistas como el que nos ocupa hoy no permite que miremos hacia otro lado. Todas esas cosas están en juego en su obra. Nos convierte en complices (por el solo hecho de contemplar todo ese atractivo desplegado) del crimen de disfrutar de tamaña crueldad y degradación… de tanto sacrificio y sufrimiento.

Asylum, 2001

Así es Asylum (2001). Inteligible y seductor. ¿Cómo no comprometerse ante una evidencia del sufrimiento y la tortura de los que llegan? Y una vez que lo hemos hecho llega el sentimiento de connivencia, de colaboración con lo que está pasando…

Por que hay un goce innegable en el observar el dolor de los demás (parafraseando a Sontag… aunque se ha dicho mucho antes).

Asilo es una palabra tan usada a lo largo de la historia que produce sonrojo, vergüenza. En este caso Collishaw filmó a personas que solicitaban refugio (procedentes desde el este de Europa) frente a la costa de Kent. Hay un paralelismo (para el ojo infectado y enfermo de arte-como reconozco los míos-) con los supervivientes de la Balsa de la Medusa.

La proyección se efectúa en la parte posterior de una boya utilizada, precisamente, para asegurar las barcas en el mar.

Montada sobre trozos de roca prácticamente sin tallar (esas que precisamente destrozan las endebles embarcaciones matando a tantas personas a unos metros de su destino final) se llena de agua para distorsionar el desarrollo de la historia mientras la circunvala.

Un mensaje en una botella, un barco en una garrafa,… un grito que escucharemos indignados visitantes de la exposición a mayor gloria de nuestro debidamente educado sentimiento de culpabilidad (por el que hemos pagado una justa entrada expiatoria).

Children of a Lesser God, 2007

Children of a Lesser God, 2007. ¿Acaso podemos elegir el hogar del que venimos? Apenas comenzamos a respirar y ya estamos condenados. Cae un castigo ancestral sobre seres que no han hecho absolutamente nada para merecerlo. Estigmatizados, mancillados, injuriados. Con la mancha de Caín sobre la piel… aunque cualquiera puede matarte.

Muchos de los crios que vivian en las proximidades del estudio de Collishaw en Bethnal Green venían de hogares destrozados. Vagar por las frías calles sin otro quehacer que buscar comida y apaciguar el aburrimiento y la furia. Puedes buscar oportunidades pero… ¿qué vas a encontrar en medio de la miseria… la flor? Hay autores que perpetúan las condiciones insoportables de millones con historias que no son más que morfina moral,…

En esta pieza, hay claro, una salvaje exageración ¿o no tanto?. Rememorando la mitológica escena de Rómulo y Remo, atrezzo contemporáneo acopaña la escenificación. Una fábula milenaria que no pierde actualidad.

Dos bebés en un destartalado sofá. Dos magníficos canes a su lado. Cadáveres por todos lados. Uno de los perros muestra (a nosotros, intrusos, enemigos, hostiles amenazas) su fiereza. Puede que los niños estén en peligro… pero no desprotegidos. Esos majestuosos animales les defienden… y les alimentan (uno de ellos incluso le da de mamar).

Dan ejemplo y nos averguenzan. Nos recuerdan lo que deberíamos ser y no somos. Hemos perdido la animalidad para convertirnos en humanos. No hay un depredador más depravado.

Deliverance 3, 2008

Muchas veces he oído (y leído) que lo que busca con su trabajo es impactar. Se trata de un constante conflicto por llamar la atención, por conseguir ser visto, entre el arte y los medios. La espectacularidad como herramienta de trabajo. Un grito visual… un esfuerzo condenado a perderse en el océano sensorial.

A Matt Collishaw le preocupa la manera en que la gente consume imágenes de violencia, de tortura, de actos de suplicio y tormento… cada día, a cualquier hora… en televisión, internet, periódicos, revistas, cómics, internet. Ya no hay ningún resquicio por el que eludir el magma purulento de la sevicia. Nos alimenta… tenemos un apetito voraz.

Deliverance 3 (2008) proyecta diapositivas de vidrio sobre paredes recubiertas con pintura fosforescente que impregnan las paredes y permanecen durante varios minutos después de cada proyección. Parece no haber salvación para los niños (y adultos) que huyen del asedio de Beslan (2004). La masacre está garantizada… y nosotros seguimos sin saciar.

Día tras día los medios de comunicación aumentaban su número para cubrir la noticia y nutrirnos adecuadamente. Consumimos la angustia de otros seres humanos y aumenta nuestra excitación. ¡Qué bueno es sentirse vivo!

Pero tranquilos… justo cuando parece que la última imagen se desvanece… llegará una nueva.

The Garden of Unearthly Delights, 2009

También tenemos un Jardín de las delicias… desagradables. Pájaros con sus nidos, mariposas increíbles… niños inocentes. No, nadie se salva. Aunque todo parezca tranquilo, el mundo se pone a girar en un zoótropo generando un torbellinode violencia frenética… casi imposible.

Los infantes se sumen en una vorágine de destrucción… una bacanal muy alejada de las inocentes (aunque perversas) bromas crueles. Muy al contrario, aquí, la devastación alcanza la eliminación de otras vidas. ¿Acaso ya hemos olvidado la frecuencia con la que se mata en la infancia a los animales para satisfacer una, más que dudosa, curiosidad?

Nada es ajeno al salvajismo humano… no hay etapa de nuestra existencia que se salve. No nacemos con una ética, o moral, congénita. ¡Eliminemos todos los falsos mitos de una vez! Las hadas pueden ser seres crueles y malignos (no nos dejemos engañar por su halo etéreo y encantador).

Puede que lo que nos muestra Collishaw sea desagradable… pero ¡sabemos! Que es más que convincente.

La descarga adrenalínica es adictiva y no conoce edad, ni condición ni genero. Ya se que no queréis oírlo ni verlo. Pero eso no os libera…

Burning Butterflies, 2013

Y de esta manera el mundo arde. Nada se salva. Porque hay una terrible perfección en el fuego consumiendo la vida. Quizás sea así como empezó… probablemente el final no andará muy alejado en la forma.

Pero, ¿debemos ser nosotros los que lo provoquemos? ¿tan irresistible es?.

Supongo que encerramos –mientras aguantamos- un Nerón en nuestro interior. Una locura visceral e irreprimible que busca la inspiración en la destrucción de lo que no podemos crear.

Caravaggio entendió muy bien el juego perpetuo entre luz y oscuridad. Collishaw tiene mucho de ese conocimiento. Hay un realismo que nos acerca a la verdad. Es una sinceridad hiriente,… a veces sucia… otras excelsa. Siempre inquietante.

Podríamos refugiarnos en el amparo de la religión para trascender tanto dolor. Sin embargo caemos rendidos a los pies de la estética… conmocionados por lo que, en lo más profundo de nuestra comprensión, estamos destinados a aceptar.

No hay nada más espctacular ni más fascinante que la violencia. Esa es la luna por alcanzar, el planeta que descubrir, el océano al que conocer.

Burning Flowers, 2014

Incendiamos la existencia misma… para probar que estamos vivos. Nos elevamos con las llamas azules, amarillas, naranjas. Un arcoiris de muerte.

Quemamos ciudades para ver como se alzan, desde sus cimientos, torbellinos de todos los colores.

Los bosques solo son material para que continúe nuestro gozo.

Queremos vivir… y queremos hacerlo para siempre. pero la mera vida está indefensa ante el ser humano. Y en nuestra soberbia olvidamos que todo… absolutamente todo… ¡CAE!

All Things Fall, 2014

All Things Fall (2014), es una escultura con cientos de personajes que funciona como un zoótropo. La historia bíblica de la masacre de los inocentes funciona como metáfora perfecta de nuestros días.

Un todos contra todos, sí… una ilusión que nos seduce al igual que la idea de que la sugestión, la persuasión y toda esa perfección que tan bien aprovecha la publicidad y la propaganda  no enmascara otra cosa que la corrupción y la bancarrota moral.

Porque ya hemos caido. No necesitamos infanticidios ordenados por ningún Herodes. De alguna manera, en alguna escala, todos lo somos. Participamos como complices de genocidios de los que no queremos saber.

Carecemos del punto, del foco, desde el que comprobar como nos hacen colaboradores ¡necesarios! de la ansiedad y el malestar que está arrasando el mundo.

Queremos descansar… pero hay algo que nos lo impide. La cornucopia que contiene y refleja un salvajismo fuera de escala. Una inefable brutalidad… interminable… sempiterna… sin compasión, excepcional y frenética.

Collishaw no se ha escondido ante temas de extrema dificultad. La muerte y lo que la provoca.

No puedo estar más de acuerdo con la afirmación del crítico Jonathan Jones, en The Guardian, el 24 de septiembre de 2015:

“Los artistas perezosos condenan el mal hecho por otros. Collishaw te hace vislumbrar el mal en ti mismo. Es un verdadero moralista moderno.”

Probablemente no somos tan santos como nos gustaría pensar.

All Things Fall (fragmento), 2014

Pero los artistas no son meros receptores pasivos de los acontecimientos. Tampoco son inertes espejos, y ni siquiera se conforman con la importante, pero un tanto reductora, misión intuitiva. Escapados de la caverna platónica del arte, se giran activamente hacia el mundo.

Tal y como reconoció el artista en una entrevista con Anna McNay para Studio Internacional (publicada el 29/11/2015):

Creo que los seres humanos siempre se sienten atraídos por lo ligeramente ilícito… porque van a suceder cosas malas, y tal vez deberíamos estar preparados para ellas.”.

«Hay seres que arden… otros caen. ¡Pero es aterrador… y hermoso!»

Quería hablar de arte. Buscad la obra de Matt Collishaw.

* Mientras escribía sonaba una y otra vez, desesperada y obsesivamente, “Town Called Malice”, The Jam. 1982.

(Deberíais hacer lo mismo… o no.)

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