Dice el dicho, y parece ser que siempre hay un dicho para un descosido, que la fe mueve montañas, y hay fes tan inquebrantables, tan convincentes, tan absolutamente contagiosas, que las montañas las mueven de cordillera en cordillera. Yo tengo un amigo que posee una de ellas, una fe, no una montaña, y las circunstancias ponen el gato que lo ayude a moverlas.
Si les hablo de Castellanos de Zapardiel, ustedes, en un reflejo casi cultural, se van a ir a internet a ver de qué les estoy hablando, donde está, en Ávila, cuantos habitantes tiene, 97, qué alrededores y qué se puede visitar. Y tras este electrónico recorrido, se preguntarán, a que viene que yo, que no soy del pueblo, ni siquiera de Ávila, me descuelgue hoy con un cometario sobre ese lugar y sobre la fe y las montañas. Sobre todo una vez que comprueben que mover montañas en medio de Castilla es un empeño vano. No hay montañas que mover en Castellanos.
Sin embargo, yo, hoy, después de haber visitado ese lugar hace un par de días, y haber conocido a algunas de sus gentes, lo que me pregunto es cuantos más lugares hay, cuantos más portadores de fe e ilusiones hay, a lo largo y ancho de nuestra geografía abandonada, cuantos más habitantes y lugares hay con un patrimonio dormido por la leyes, la masificación y el acomodo, que están esperando a un portador de la fe, a una persona con proyectos, ilusión y capacidad de contagiarla, que los despierte y los vuelva a pintar en el mapa.
Tengo un amigo, tengo un hermano aunque nuestra sangre venga de distintas familias, que todo lo que tiene de grande, físicamente, y es bastante, lo tiene de entusiasta, de emprendedor, de visionario. Y a eso fui a Castellanos de Zapardiel, a visitarlo, a visitar su ilusionante proyecto. Y, como no podía ser de otra manera, volví yo mismo ilusionado. Ilusionado, convencido, y satisfecho de una jornada compartida con personas que, como dice otro dicho, “dios los cría y ellos se juntan”, parecen las patas necesarias para hacer un banco al que muchos vayamos a reposar, a disfrutar nuestro ocio, en un futuro cercano, en un presente inmediato.
Hermo, Hermógenes Legido por la gracia de sus padres y del registro civil, es un entusiasta en todo aquello que acomete, porque solo acomete aquello que le emociona, que le conmueve, con lo que es capaz de comprometerse. ¡Y así cualquiera!
Enamorado de Francia, de los Cátaros, de la historia y del paisaje, acostumbrado a dedicar sus ocios al recorrido sistemático de La Provenza francesa, concibió, por goteo, como se conciben los grandes proyectos, como se destilan los mejores aguardientes, como se riegan las tierras más mimadas, un proyecto que, no por fenomenal, estaba fuera del alcance de su entusiasmo. Traer a su tierra natal el ensalmo de los campos de lavanda de su tierra emocional. Transformar el color del paisaje de su tierra y teñirlo temporalmente del morado que los caballones plantados con la aromática planta adquieren durante los meses de verano allí donde se da este cultivo, sustituyendo al amarillo de los girasoles y de la paja, y al rojo de las amapolas. Y además hacer de ello un negocio que revierta el lento languidecer del pueblo, esa suerte de agonía de tantos pueblos de nuestra geografía, en una prosperidad contagiosa para todo el entorno.
El proyecto se inició, hace apenas un par de años, con las tierras de su familia y el apoyo de unos pocos cercanos. Hoy ochenta hectáreas de las tierras de Castellanos de Zapardiel y de los pueblos limítrofes se mueven ya, al compás del viento, en un oleaje morado que encandila los ojos que los miran. Y el año que viene esperan que sean ciento veinte las hectáreas cultivadas y más los propietarios que se unan a la aventura. Y, conociendo a Hermógenes, su contagioso entusiasmo, y a nada que las autoridades se interesen en el tema, en breve podremos disfrutar de un espectacular paisaje provenzal en las tierras de Castilla.
Pero, y siguiendo con los dichos, Castilla los cría y ellos se juntan. Volviendo de disfrutar la vista y el paseo por esos campos de lavanda, algunos de ellos aún promesa y la mayoría realidad, camino de una tortilla y un buen queso para rematar la visita, el destino nos puso en el camino a otro entusiasta del pueblo, a un artista de la tierra y sus productos. Teo, sentado a la puerta de la bodega pequeña nos ofreció una copa de sus vinos, vinos de autor. En realidad vinos de artista.
Si el arte es, como ya he dicho otras veces, la capacidad única de transmitir una visión peculiar de una realidad cotidiana, los vinos de Teo son vinos de artista: transmiten, son diferentes y su realidad son las uvas y las tierras en las que se cultivan. El resultado: colores, aromas, sabores que logra una personas que cuida, mima y compone desde la elección del terreno, hasta la mezcla y maduración del producto obtenido. Todo personalmente, todo cuidado, mimado por el artista.
Los vinos de la bodega de Teo, de su artesanal bodega, desde el verdejo, pasando por el tempranillo, el syrah y la garnacha, son resultado de un amor, de una pasión que devuelven generosamente a los sentidos que tiene la fortuna de asomarse a una copa que los contenga. Todo el amor, el saber hacer y el compromiso de un autor empeñado en recuperar tierras de cultivo ancestrales y devolverles la vida de sus viñas y el orgullo de su producción.
Y sin con queso, pan y vino se anda el camino, incluida una tortilla que Trini, la esposa de Hermo, que la borda, puso fuera de refrán, con queso, tortilla, pan, vino y una excelente compañía, de esa que permite saborear el condumio y la charla, rematamos el camino que empezó en el campo, versó sobre el campo y dejó el campo abierto a grandes expectativas, proyectos ilusionantes y nuevas visitas que permitan verificar que todo sigue su curso, y, de paso, como consecuencia no buscada, disfrutar de nuevo de la compañía de Hermo y de Trini, de Emiliano y Maruja, de Isabel, mi mujer, de Teo y de otras personas maravillosas que sostienen con su vida un patrimonio que su presencia mantiene vivo.
Conviene que lo apunten en esa agenda de los sitios que hay que visitar, de las gentes que hay que conocer, de los vinos que hay que catar: Castellanos de Zapardiel se está pintando de nuevo en el mapa. De morado lavanda, se está pintando de morado lavanda.