En mi empeño de no hablar de la guerra, ya queda pesada mi continua referencia a ella, pero no por ello me voy a rendir, y aunque no pueda evitar referirme sesgadamente a ese mundo indeseable, inhumano, mortal, que pinta la susodicha, si evitaré la inmersión, la iniquidad de hablar de combatientes como héroes o villanos, de razones en medio de la sinrazón.
Así que, en este continuo sobresalto que supone despertar cada día asomado a la guerra nuestra de todos ellos (los días), más alguna que se va sumando al infortunio informativo, hoy he decidido hablar de la paz, de las paces necesarias en ente mundo cotidiano que me acoge y sobresalta.
Pero antes, permítaseme agradecer a Putin, a su ejército, a su falta de empatía con el resto de la humanidad, el que nos haya librado, casi, del COVID, de sus sucesivas oleadas, de sus mentiras estadísticas, del rigor de las inutilidades inventadas por los inútiles gobiernos para combatirlas, de su agobiante presencia en detrimento de nuestras libertades. Paseando en Carnavales por un pueblo de Orense, en el que sus pocos miles de habitantes estaban concentrados en una sola calle, en los bares de esa calle, comiendo, bebiendo, cantando, bailando, disfrazados con máscara y sin mascarilla, no pude si no pensar: dentro de una semana, brote incontrolable en las noticias. Pero no, la mascarada de Ucrania privó de sitio, tal vez de oportunidad, seguramente de interés, una posible noticia que nunca se produjo. La triste oleada militar nos ha hecho olvidar las tristes oleadas sanitarias, que parecen haberse esfumado tan rápida y silenciosamente, como rápida y escandalosamente irrumpieron en nuestras vidas.
Dicho lo cual, hablemos de la paz, de las paces improbables que hoy necesitamos más que ayer, pero menos que mañana. De las paces a las guerras que amenazan nuestro presente, que hipotecan nuestro futuro a corto plazo y que ponen blanco sobre negro la incapacidad, la falsedad, la inutilidad de las estructuras políticas que nos gobiernan.
Empezando por la guerra de las guerras actuales, la invasión rusa de Ucrania, cuya paz es altamente improbable, porque es difícil que pueda haber un punto de encuentro entre dos países cuyas posiciones irrenunciables son irreconciliables. Rusia, como potencia agresora, no puede permitirse llegar a una paz en la que no alcance los objetivos que militarmente ha sido incapaz de conseguir, arrancar una parte del territorio ucraniano (ahora se dice ucranio). Un ejército que tenía que haber vencido por aplastamiento, por la lógica de los números, está dejando al descubierto unas costuras logísticas, técnicas y estratégicas que dejan ver un vacío interior demoledor, una falta que nunca podrá reconocer un autárquico líder con ínfulas de dueño del mundo. Ucrania, desde el sacrificio de sus muy mermadas fuerzas, desde el enrabietamiento de una nación ofendida, masacrada, volcada en la defensa de su bandera y su territorio, desde el recuento de destrucción y muertos, no va a entregar fácilmente una victoria en los despachos, que no ha entregado en el campo de batalla. Hoy, su presidente, electo, no lo olvidemos, ha dejado claros sus puntos innegociables, integridad territorial y retirada de los invasores, justo lo contrario de lo que los rusos pretenden.
Pero no es esta la única guerra, ni siquiera la más cercana, o la que nos afecta más directamente. Era previsible, era casi inevitable; ha estallado la guerra de los que no pueden seguir asumiendo la inoperancia de un gobierno tan preocupado por los grandes temas, como inútil en sus políticas de a pie. Los costes de las energías, la carestía que están provocando en todos los ámbitos de la vida, y que lastran inadmisiblemente a los más desfavorecidos, ante la pasividad autocomplaciente de los políticos, enredados en sus mentiras y sus juegos de palabras, en sus cuitas y rencillas, en su absoluta falta de comunicación con sus ¿representados?, gobernando de espaldas a las necesidades reales de los ciudadanos, anunciando una mayor presión fiscal, cuando no poniéndola en marcha, sobre la única parte de la población que soporta la economía real del país, los autónomos, las pequeñas empresas, que contemplan como a las dificultades provocadas por la pandemia y sus medidas, se le une ahora la incontinencia recaudatoria de un gobierno que ni los mira.
Ya lo comenté en diciembre, en un artículo que se titulaba “Un Gobierno a la Carrera”, el pacto al que había llegado el Gobierno con la gran patronal del Transporte, para evitar un paro que no le convenía, los disparatados términos del acuerdo, no podían suponer más que un aumento inadmisible de los precios de todo aquello que necesitara de ese medio para llegar al consumidor. Dicho y hecho. Otro decreto ley, especialidad del gobierno para evitar el control parlamentario, que dejaba al ciudadano a los pies de los caballos económicos. Los precios de las energías, todas la energéticas están trufadas de políticos en el retiro dorado de sus consejos de administración, y henchidas de beneficios conseguidos sobre la miseria ajena, cuyas tarifas tienen un alto componente impositivo, han sido solo la cara visible del problema.
Ahora resulta, supongo que es la estrategia del gobierno para ganar la batalla informativa, que los autónomos, que los pequeños empresarios, que los agricultores, los taxistas, los ganaderos, todos aquellos que ven como las políticas económicas del gobierno significan su ruina, son de extrema derecha, los piquetes, violentos, las reivindicaciones, cosa de Europa. Por lo que, por descarte, la gran patronal del transporte era de izquierdas, claro ¿En serio? ¿Tan imbéciles les parecemos? ¿Hasta este punto ha llegado su desfachatez?
Tampoco en esta paz, vista la actitud propagandística del gobierno, veo un horizonte cercano. Versalles cayó por la falta de pan, pero Versalles, el rey absoluto, era más sensible a la presión popular que este gobierno de autosatisfechos y pagados de sí mismos que nos gobierna y que, al parecer, y porque ellos lo dicen, es de izquierdas, aunque su gestión no logre otra cosa que empobrecer a los pobres y aumentar la brecha social que dicen querer cerrar. Dicen.
No, no tiene buena pinta la cosa, no tienen buenas perspectivas las paces que anhelamos, y mientras tanto, los precios a lo suyo, subir, y el gobierno a lo suyo, mirar para otro lado y hacer juegos de manos con las palabras.
Ya lo decían Tip y Coll: “El próximo día, hablaremos del gobierno”. Hoy tocaba hablar de las paces.