GOD SAVE THE KID

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Quienes nacen de pie a veces tienen que quedarse de pie un rato

En la foto, el rey Carlos III abre el Parlamento Británico, tras las elecciones del pasado 4 de julio. Pero no quiero que se fijen en el aspecto descacharrado del monarca, aplastado por el peso del armiño, la corona imperial y la devastación de un cáncer. Sus ojos enrojecidos no son la consecuencia de una resaca de ginebra, sino, seguramente, del agotamiento y el exceso de medicación. Tampoco les pido que dirijan sus miradas a la reina Camila, tan estoica en su quietud, bajando la mirada en un deliberado y profesional gesto de ausencia, propio de quien sabe que debe quedar en un segundo plano.

Observen, en cambio, al niño rubicundo y sanote que aparece a la izquierda de la foto (a la derecha de los tronos reales). Con expresión circunspecta, cruza las manos enguantadas mientras permanece de pie durante la lectura del discurso de su rey. Tiene el pelo largo y abundante, cuidadosamente desordenado como solo saben peinarse los ricos. Viste una librea roja, calzas hasta la rodilla, medias blancas, zapatos con hebilla de plata y una camisa con chorreras: en definitiva, esas vestimentas anacrónicas que mantienen el aspecto ritual y fastuoso de la monarquía británica. Su simbología exótica y ya casi cinematográfica es, al fin y al cabo, la última justificación de su existencia, la distancia con el mundo real que la mantiene viva.

El chaval se llama Alfred y es uno de los pajes del rey. Forma parte de un reducido grupo de jóvenes procedentes de la nobleza que participan en determinadas ceremonias de la realeza (la coronación, o la apertura del Parlamento) portando la interminablemente larga cola de armiño del monarca. Se apellida Wellesley, lo cual quizá no les diga nada, pero si les explico que el chico desciende en línea directa del Duque de Wellington (sí, el de Waterloo), título que algún día heredará (y junto a él muchos otros, como el de Marqués de Douro y el de Duque de Ciudad Rodrigo), tal vez se hagan una idea del lugar que esta criatura ocupa en el mundo, exclusivamente por razón de su nacimiento.

Siguiendo la larga tradición parlamentaria, el rey lee un discurso escrito por el nuevo primer ministro, Keith Starmer, en el que se desgranan las medidas previstas por el gobierno entrante. Pero esto no le importa a nuestro Alfred. Que Gran Bretaña haya sido barrida durante catorce años por oleadas de austeridad salvaje, incompetencia, arrogancia elitista y falso populismo, realmente le trae sin cuidado. Que el Servicio Nacional de Salud esté en una situación precaria, que los trenes, incluidas las líneas privatizadas, hace tiempo que no funcionen, no es algo que parezca quitarle el sueño. El sacrificio que supone su correcto desempeño durante unas horas es poca cosa, comparado con la satisfacción de no tener nada que ver, en toda su vida, con lo que se habla en la imponente cámara de los Lores. Pasará un largo rato de calor, vistiendo ropas estúpidas, soportando de pie un discurso que no comprende y que se le hará larguísimo, pero a cambio no tendrá que ir a un hospital público ni coger un tren, a no ser que le lleve, en alta velocidad, a París.

Claro que él todavía no sabe todo esto de una manera consciente. Su corta vida, transcurrida en mansiones en la campiña, lujosos apartamentos en Londres y exclusivas vacaciones de verano en Cerdeña o de Navidad en Nueva York, siempre ha estado alejada de la vida real. Además, la educación elitista que ya está recibiendo le hará pensar que, de alguna manera, este es el estado natural de las cosas, y que siendo este el mejor de los mundos posibles, no vale la pena cambiarlo. Puede que un loco vengativo tome el poder en el país más poderoso de la tierra y destruya poco a poco lo que queda de democrático en sus instituciones, pero siempre habrá un penthouse en Manhattan donde tomarse un dry Martini. Quizás Rusia avance posiciones en Europa y ayude finalmente a los populismos a seguir el ejemplo norteamericano, pero los contactos de su padre con los oligarcas del Kremlin le permitirán seguir haciendo negocios. La revolución de la inteligencia artificial no pondrá en riesgo su puesto de trabajo, sino que más bien le ayudará a gestionar de forma más eficiente y económica su inmenso patrimonio inmobiliario. Incluso el cambio climático le permitirá el reemplazo de la cría de ovejas en sus fincas por el cultivo de la uva chardonnay, hasta conseguir, quién sabe, un excelente champagne inglés.

Los anhelos de millones de personas por vivir una vida mejor, las rudas batallas ideológicas entre los desesperados que se abrazan a ideas absurdas y los que a duras penas sobreviven al oleaje de estos años convulsos, y que lo único que quieren es no perderlo todo, no son de la incumbencia de Alfred. Su destino marcado por la sangre le permitirá codearse con la nueva nobleza tecnofeudal, mucho más rica que él, pero que morirá por impregnarse por algo del inefable estilo de gentleman, que el chico irá adquiriendo con los años de una manera natural y espontánea. Como su padre, probablemente escogerá como pareja a especímenes genéticamente impecables, contribuyendo así al perfeccionamiento de su estirpe. Y así, sus hijos podrán acompañar al siguiente rey en la coronación. Mientras todo eso llega, Alfred mira al suelo, sin importarle nada, pensando en cosas propias del niño, que, a pesar de todo, todavía es.

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1 COMENTARIO

  1. Querido Nacho: Te has olvidado, en tu enumeración, de lo que denunciaban “Desde Santurce a Bilbao Blues Band”, hace ya sesenta años, y que si no sigue igual es porque ha empeorado. Cuando la esposa de ese niño, que por supuesto se casará y tendrá hijos para preservar la estirpe, tendrá que realizar sacrificadas labores de “caridad”, como por ejemplo organizar fiestas al estilo de la marquesa de la canción, a beneficio de los huérfanos y los pobres de la capita, que ahora, dada la globalización, serán de alguna ONG con todoterreno de lujo. Y en esas fiestas, por supuesto a beneficio de lo convocado. Me permito adjuntar la letra

    Las tarjetas de canto dorado anunciaban
    la marquesa iba a dar una fiesta de gala
    y tan caritativa y siempre tan cristiana la iba a dar

    A beneficio de los huérfanos, los huérfanos
    y de los pobres de la capital
    los huérfanos, los huérfanos,
    y de los pobres de la capital

    El señor embajador, hablaba con la marquesa
    y engullía con presteza, sandwichs de jamón de york
    Y la de floromayor, hijastra de una ex-princesa
    husmeaba las bandejas detrás de un Whiskey on the rocks

    Y la de floromenor de antepasados gloriosos,
    flirteaba sin reposo en ausencia de su esposo.
    Con un joven parecido a Rodolfo Valentino.
    Con un algo de cretino y un algo de gigoló

    El duque don Baldomero vomitaba con esmero
    encima de un camarero las huevas del esturión
    Y el conde de estropajera de una forma harto grosera
    pellizcó a una camarera sin ninguna precaución

    A las 10 de la mañana
    los huérfanos trabajaban.
    Y los pobres mendigaban.
    Los invitados… RONCABAN

    Que duda cabe, que nuestra sociedad evoluciona adecuadamente

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