De vez en cuando reviso viejas noticias en busca de temas inspiradores; especialmente cuando la actualidad resulta difícil de digerir. Además, las cosas hay que analizarlas con la cabeza fría. Al hilo de los acontecimientos de los últimos días, iba, por ejemplo, a escribir sobre la masa y su compleja psicología, porque en su momento me leí el tocho de “Masa y poder”, de Elias Canetti. Pero no estoy seguro de haberlo entendido del todo, y hubiera acabado pisando callos de lectores que se creen, como yo, muy independientes y poco manipulables, cuando la realidad (como todos en el fondo sabemos) es bien distinta.
Hay, seguramente, otras cosas que sirvan para arrojar luz o consuelo ante todo lo que está pasando. Rescato una información según la cual los agujeros negros en el centro de nuestras galaxias (lo digo con sentimiento de pertenencia cuando yo, a ellas, les importo un rábano) van a terminar por destruirlas. La entropía y tal. Es muy triste todo eso, especialmente porque va a ocurrir demasiado tarde. ¿No podrían hacerlo el viernes que viene, por favor? Así me daría tiempo a zamparme una buena comida sin remordimientos animalistas, y despedirme correctamente de amigos, familiares y enemigos, en un orden todavía por decidir. Y luego ya, pues petardazo multicolor y desintegración en antimateria, que supongo que no duele. Mejor un agujero negro que nos lleve a otra dimensión o al no-ser, que el que ahora sufren en sus vidas tantos ciudadanos de Valencia, o los jóvenes en busca de vivienda, que son agujeros negros irrelevantes para las leyes de la termodinámica pero le duelen mucho a la gente, y tardan mucho, en términos humanos, en desintegrarnos.
Sepan también que el núcleo interno de la Tierra, una esfera de hierro casi puro a más de 5.000 kilómetros de profundidad, está girando más despacio que la corteza exterior. Esto supone que desde el punto de vista de alguien que esté en esa corteza, el núcleo gira en dirección contraria. Vamos, que tenemos un conductor suicida dentro del planeta. Dicen los científicos que esto no tiene demasiadas consecuencias, y que como mucho la duración del día terrestre se ralentizará unas milésimas de segundo. Así visto, parecería una buena noticia, pero les aseguro de que hay millones de personas que prefieren que el viernes (o el eterno descanso, según el caso) llegue antes, no después.
Lo curioso de esto es que, según el artículo, “hace un par de décadas era el núcleo el que giraba más rápido que la corteza. Justo a partir de la década de 2010 la fase cambió y el núcleo interno comenzó a rotar más lento que el exterior”. Alto ahí: ¿en la década de 2010?
A ver si va a ser por eso que, después de veinte años de capitalismo desenfrenado por falta de rivales de enjundia, el sistema decidió que los platos rotos que él mismo había estrellado contra el suelo los tenía que pagar la gente común (con la consiguiente creación de millones de agujeros negros). A ver si va a ser por eso que al final los votantes norteamericanos se hartaron de señores que representaban a ese sistema y eligieron a un delincuente narcisista que les dijo que les iba a sacar del agujero (negro; perdón por la redundancia). A ver si va a ser por eso que no hizo nada de lo que prometió, salvo bajar los impuestos a los ricos, y que, a pesar de todo, le han vuelto a votar otra vez. La política de las emociones, y todo eso.
A ver si va a ser por eso que otros votantes, los británicos, aduciendo las mismas razones que los anteriores, decidieran durante esa década apretar el botón del Brexit y poner a su país rumbo a la irrelevancia; que en España alguien dijera que la solución a todos los problemas era asaltar los cielos y acabara poniendo un bar; y que a los pobres ciudadanos de los países árabes les dijesen que eso de la democracia no iba con ellos, y que se volviesen a sus casas o los gaseaban.
A lo mejor esto de que masas inconcebibles de hierro y níquel vayan a su bola tiene algo que ver con que unos cenutrios abandonaran el seny y llegasen a la conclusión de que lo mejor era pintar una frontera, porque España les robaba. Y con que a otros carpetovetónicos les diera, como respuesta a los otros, por sacar al Cid, a don Pelayo, a Isabel la Católica y, últimamente al Caudillo; y metérnoslos hasta en la sopa y en el Tiktok de millones de jóvenes a los que nuestra clasificación en los informes PISA les trae sin cuidado, pero lo que dice Íker Jiménez, no. O, finalmente, con que millones de personas hayan tenido la ocurrencia de pensar todos estos años que a lo mejor dejando sus casas, su cultura, sus vidas y su historia, y metiéndose en un viaje peligroso hacia lo desconocido, en busca de un futuro mejor en un país que no es el suyo, tenía sentido. Y que, a pesar de que les ponemos muros, y alambradas, sigan cruzando los desiertos y los mares.
Si esto es así, me quedo tranquilo. Según los científicos, estos ciclos duran aproximadamente cuarenta años, y ya llevamos casi quince. Todo esto pasará. Eso sí: a ver si para cuando se nos pase la ventolera todavía no nos hemos cargado el patio.