GENEALOGÍA DEL COLOR POLÍTICO

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A estas alturas, todos conocemos que el color es también un distintivo de la ideología política. Asimismo, por todos se conoce el significado del azul y el rojo en las principales ideologías contrapuestas ¿Pero de verdad nuestras ideas políticas son tan puras como esos dos colores primarios?

De la revolución francesa se han derivado las dos grandes clasificaciones ideológicas:

  • En cuanto a posición, izquierda vs derecha, aludiendo al lugar que ocupaban las posaderas de unos u otros en la cámara “gabacha”.
  • En cuanto a color, rojos vs azules refiriéndose a la sangre de la aristocracia y del pueblo llano.

Vuelvo a la pregunta: ¿son tan puras las ideas cómo los colores que las representan? Para mí la respuesta es NO; y en este NO me declaro persona de ideas matizadas, de colores primarios, secundarios y terciarios; es decir, reconozco que mis ideas políticas no son sólo puras o primarias como los colores rojo amarillo y azul, sino que más bien vienen a ser un compendio de muchas ideologías, de prestados pensamientos y de reflexiones sobre los mismos ¿Quién puede declararse, honestamente, de una pureza ideológica sin mácula? Creo que nadie. Si miramos en nosotros mismos a poco que profundicemos nos daremos cuenta en solitario, aunque nos cueste reconocerlo ante los demás, de que en realidad somos una mezcolanza de muchas ideas y de que también en realidad nos configuran muchas formas de pensar.

Cada ser humano nace a la vida ideológica conociendo sólo un blanco puro o un negro absoluto y esos dos colores no admiten matices en su pureza; es después,  a base de recibir en los ojos de la mente “las radiaciones” de los que antes que nosotros han usado esa mente para pensar,  cuando vamos configurando nuestros colores ideológicos. Por eso nos pensamos conservadores cuando imaginamos celebrar fiestas ancestrales, revolucionarios cuando en esas mismas fiestas quisiéramos imponer nuestros propios estilos de baile y ambas cosas porque nos vemos en la fiesta  bailando.

Hubo un tiempo en el que estaba convencida de que yo era una pura roja ideológica, revolucionaria. Claro, en ese tiempo no había vivido lo suficiente, no tenía la capacidad de autoanalizarme, pero después me di cuenta de que las posiciones radicales en política tienden siempre al autoritarismo de unos contra los otros, a la imposición de lo que “yo” pienso contra lo que “tú” piensas, al interés particular. Por supuesto, eso no es bueno; y ¿por qué? Pues porque, simplemente, si se persiste en la pureza de los colores sin admitir los matices según la luz que los riegue o la intersección que entre ellos se produzca, nos estamos perdiendo la belleza de todo el espectro.

El mundo es bello porque tiene muchos colores. La especie humana es bella porque no encontrarás jamás un sólo espécimen cuyo color sea idéntico a otro. “Ayer” me avergonzaba cuando me advertía con mezclas contrapuestas en mis ideas; “hoy” reconozco, no con orgullo sino con experiencia, que en las ideas hay que admitir los matices y que además son necesarios. Por eso me declaro: roja, cuando quiero cambiar las cosas que no me gustan, ejemplo, la desigualdad de oportunidades; azul, cuando quiero conservar las tradiciones que me parecen necesarias, ejemplo, que la familia tradicional no se extinga y siga siendo la más común; verde, cuando defiendo a la naturaleza; rosa o romántica como los del XIX, cuando mezclo el rojo del corazón, con el blanco del alma; amarilla, cuando giro mi cabeza como un girasol hacia la luz; naranja, cuando me invade la alegría de esa luz con la pasión del cambio; violeta, cuando reflexiono sobre los radicalismos.

Hay otros dos colores con los que todos vestimos el alma pero no de forma absoluta; esos dos colores son el negro y el blanco que combinados contrastan noblemente; pero mezclados devienen en un gris solitario de infinitos y feos matices.

Tratándose de ideas me gusta ser multicolor y además que sus tonalidades sean perfectamente diferenciadas al mezclar unos y otros colores  primarios, secundarios, terciarios o los que de ellos se deriven; porque las ideas deben ser contrastadas, asumidas, desechadas, adquiridas, elucubradas, compendiadas…y aun así permanecer únicas en cada ser humano. Repito con otras palabras: la belleza radica en que los tonos ideológicos a  los que derivemos sean sólo nuestros y de ninguna otra mente; eso es libertad de pensamiento.

Sin embargo, a pesar de lo anterior y habiéndome observado,  me declaro radical en mis sentimientos ahí no soy capaz de ser indefinida en el color y el tono. Cuando quiero algo o a alguien, lo hago con toda el alma y es un sentimiento de blanco puro. Cuando es lo contrario, el negro consigue que ese algo o alguien desaparezca de mi percepción. Si eso pasa dentro de mí creo que también debe pasar dentro de mis congéneres.

Dejando ahora las ideas y los sentimientos, continúo con los actos: éstos son siempre de tres colores; dos puros y primarios, siendo el tercero el abrazo entre ambos; porque producen realidad o lo que es lo mismo verdad. De esta forma, actuamos con el corazón rojo, con la mente  azul y  con el alma violeta (curiosamente el violeta representa a la sabiduría).

Resumiendo, sintetizando; pero no mezclando, concluyo: En las ideas admito los colores “interseccionados” primarios, secundarios, terciarios y sus matices. En los sentimientos, sólo un sí o un no (porque el quizás no es un sentimiento, sino dudar de qué se siente); por eso es que coloreo de blanco y negro los sentimientos que arrojo al alma. En los actos, lo ya dicho: rojo, azul y violeta.

Termino diciendo:

  • Vistamos la mente con ideas multicolor
  • Calcemos zapatos blancos o negros en los pies que sostienen el alma; caminantes del tablero de ajedrez de la vida.
  • Que los guantes de nuestras manos, para hacer, sean rojos azules o violetas.

Lo anterior es de un estilo no convencional, lo sé…pero devendrá único, cuando cada uno haga sus propias combinaciones.

 

 

 

 

 

 

 

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