FINAL

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Fotomontaje Plazabierta.com

Acababa de entrar y estaba un poco desorientado. Se encontraba en una vasta sala atestada de ordenadores, gráficos y  pantallas de todo tipo en la que  reinaba un silencio absoluto, sólo roto por el típico  ronroneo de los aparatos electrónicos.

Se acercó al mostrador de recepción y se topó, literalmente hablando,  con un teléfono rojo en el que estaba escrito su nombre, intrigado, lo descolgó y al otro lado se oyó un suave timbrazo al que, inmediatamente,  respondió una voz que le resultaba familiar.

— ¡Hola! dijo la voz, veo que ya has llegado…

— ¿Cómo? respondió el hombre, ¿Cómo que ya he llegado? ¿Dónde estoy? ¿Y cómo he llegado hasta aquí? yo estaba dándome el último paseo en en el Air Force, antes de retirarme y…

— Demasiadas preguntas,  cortó la voz,  pero intentaré responderte. Estás en el Centro Estratégico de Defensa. ¿Sabes que haces ahí?

—  Pues… no exactamente, respondió el hombre.

—  Servir a tu país, dijo la voz.

—  Pero si aquí no hay nadie, respondió el hombre…

Al otro lado de la línea,  se produjo una carcajada que le aterrorizó más aún que la situación en la que se encontraba.

— Ni ahí,  ni en ninguna parte, imbécil, ni ahí,  ni en ninguna parte,  repitió la voz. Y el responsable,  eres tú.

—  No entiendo, dijo a duras penas el hombre, ¿Quién es usted?

—  Yo soy tú, Sr. Presidente,  respondió la voz y esto es una grabación. Y ahora, ¡adiós ¡

Se oyó un clic y el teléfono enmudeció. Él colgó también y antes de que pudiera reaccionar,  el timbre  sonó de nuevo.

—  Dígame, respondió el hombre.

— ¡Hola gilipollas!  Era una voz parecida a la suya y a la anterior.

— ¿Quién es usted? Preguntó una vez más.

—  Soy Donald, tu alter ego respondió la voz; digamos que… tu yo malo je, je, je… ¡quiero hacerlo otra vez!

— ¿Hacer qué?

—  Que va a ser,  apretar el botón ¡me ha gustado!

—  Pero… pero…, balbuceó el Presidente.

— Ni peros,  ni nada,  restalló la voz en sus oídos. Acto seguido,  se oyó una  explosión y en la gran sala, se hizo el silencio.

A miles de kilómetros de allí, al otro lado del mundo, un hombre, completamente sólo y con unos auriculares puestos en sus oídos,  escuchaba y lloraba amargamente.

Se quitó los cascos y entonces sonó la voz,  autoritaria y amenazante.

— ¡Hola Vladimir!,  aprieta el botón,  ordenó.

Se oyó una explosión y ahora sí, el planeta,  es decir lo que quedaba de él,  permaneció en silencio para siempre.

 

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