FELIZ EN TU DÍA…

0
22981

Sopla las velas como quien quiere apagarlo todo, incluido el deseo; cada vez más cerca de la sexta década y cada día más lejos de cumplir fantasías pendientes.

Fotografía de la autora del Texto

Aun así, reunido con su entorno, con sus miembros, cierra los ojos y pide, sabiendo que el cumplimiento no depende de la potencia de sus pulmones, todavía son capaces de apagar un par de llamas.

Sonríe hacia dentro, él es más de encender que de sofocar, pero eso solo sobrevive como un cangrejo ermitaño en un recoveco con contraseña de seguridad en el laberinto de su cerebro. Así es como ella se presenta allí sin ser invitada, en un soplido, como una visión enhebrada en el hilo de humo que asciende del número seis. Se pregunta si habrá venido en forma de genio para ayudarle a desear.

Intenta no mirar para que no le atrape, pero la fumata blanca anuncia que el verdadero regalo no está entre los papeles de colores y los paquetes repartidos por encima de la mesa, es una estríper difuminada que se eleva de una tarta, con forma de nube grisácea a punto de empezar a llover.

Recibe besos y palmadas en la espalda, felicitaciones y sonrisas, se encuentra con la alegría de cara, la de los demás, así que, a falta de otra cosa que dar, comienza a partir la tarta. Va colocando cada porción en un plato, que se van pasando de mano en mano todos los invitados, elogiando el aspecto del hojaldre y la mermelada de fresa que lo baña.

Fresa como su boca que aprendió con él a nadar.

En cada incisión se encuentra con sus ojos, hirientes como el filo del cuchillo, decepcionados y alegres, ilusionados y tristes, según el rato en el que miren. Cada pedazo temblón es una prenda suya que no termina de caer, que se ha quedado tendida en el aire, sostenida entre alfileres. La crema relamida en cada cucharada es la dulzura viscosa que imagina pegada a su barbilla si su lengua hubiera sido capaz de atracar entre tanta marejada.

«No hay nada que celebrar», piensa mientras ríe simulando que escucha, haciendo que vive, mientras cree solo en lo que no ve, en la fe de ella que desgrana montañas.
Traga cada trozo sintiéndola caer por su garganta, intenta no saborearla para no querer más, hasta que una arcada le reseca la boca. Le asusta la idea de que se quede dentro y no conseguir que salga una vez más.

La puerta del baño se cierra tras él, con el mismo sonido de esa otra que escuchó en un sueño donde no había luz ni forma de encenderla, donde ella permanecía desnuda, observándole, sin que la viera ni la rozara.

Ahora piensa en cuanta ficción hay en lo que muestra y cuanta realidad en lo que calla.

Si hubiera sido honesto le habría cogido la cara y así, para no perder las palabras, pegaría su boca a la suya. Le habría dicho las ganas que tiene de contarle todo, de dedicar un tiempo infinito a todas esas cosas, las inventadas y las de verdad, algunas más importantes que otras, pero todas necesarias. Le hablaría sobre él, sus faltas y sus sobras; sobre el miedo y las ganas que le entran de salir corriendo cuando su cuerpo le dice que ya no hay marcha atrás. Le explicaría la diferencia entre el quiero y el puedo, sobre su contradicción.

─Ya no soy el que era ¿sabes? —le cuenta al espejo donde también la encuentra, esta vez en postura horizontal, levitando encima del lavabo—. Y no hablo de arrugas ni de barriga, ni siquiera de erecciones que a veces no llegan a desembocar, peor que la transformación de la carne son los encuentros fallidos que hacen que todo se desvanezca.
» No voy a decirte adiós porque no quiero que te vayas y, sin embargo, me angustia que te quedes. A veces, aunque te duela, me resulta más fácil callar.

Acaba el monólogo lavándose las manos con agua fría, frota su pene con ellas animándolo a esconderse otra vez para que no asista como anfitrión a la fiesta que se está celebrando fuera.

Entra de nuevo en el comedor sin que nadie se haya dado cuenta de su ausencia, ve las velas tiradas, una al lado de la botella de agua y la otra prendiendo una esquina del mantel, ya lo dijo McCarthy, piensa: «Mantén un poco de fuego encendido; por pequeño que sea, por oculto que esté».

Ella ha desaparecido, él saca un cigarro de la cajetilla y lo enciende con la brasa sin hacer nada por extinguirla, expulsa el humo sobre ella intentando que avive.

 

 

PARA ADQUIRIR LIBROS DE LA AUTORA HAZ CLIC AQUÍ

 

https://t.co/lVl0XsgB7f

 

SUSCRÍBETE GRATIS

Loading

 

 

94

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí