Era mi primer invierno en Suecia. Bueno, la verdad es que era mi primer invierno, nunca había salido del Valle y allí no existe el invierno, y al parecer, ese mes estaba siendo especialmente frío. Según llegamos con el avión a la capital, salimos por una especie de pasillo articulado donde la imagen general era entre linda y devastadora; de noche, todo nevado y con ráfagas de viento que levantaba la nieve como polvo de arena. Yo no había visto la nieve en mi vida. Se veían docenas de aviones enormes, todos situados en fila, los pasillos eran acristalados pero dentro no hacía frío. Tampoco había visto nunca un aeropuerto.
Cuando me sacaron de mi país también era de noche, fue todo corriendo, me sacaron de una casa donde me tenían escondido, me metieron con un coche hasta dentro del aeropuerto por una especie de parquin subterráneo, pero muy grande. Me sacaron del carro y me subieron por un ascensor hasta una planta donde esperamos el avión dentro de una pequeña habitación que no tenía ventanas. Cuando llegó el momento de irse, fuimos casi corriendo pasando por pasillos y sitios raros, siempre a mi lado el tipo al que llamaban el Comandante, creo que era español pero hablaba mezclado de países sudamericanos, era quien parecía que mandaba, incluso más que el policía que iba con nosotros. Ese Comandante con su grupo y el policía, fueron quienes nos rescataron del secuestro, o más bien, de la ejecución que iban a hacer conmigo y con tres hombres más, que nunca supe quien eran. Preparó mi salida del país con una Asociación Internacional.
Seguíamos deprisa hacia el avión, los pasillos estaban sin gente, el Comandante junto al policía iban dando papeles a quienes nos los pedía, y tres del grupo del Comandante iban por detrás cubriéndome. Al final solo me acompañaron hasta la puerta del avión el Policía de la Guardia Nacional y el Comandante, me dieron la mano, me desearon suerte y desaparecieron. Una aeromoza me acompañó rápido a mi asiento, me puso un cinturón que se abrochaba raro, todo el mundo estaba ya sentado con los cinturones puestos y me miraron cuando entraba como si hubiera algún retraso por mi culpa, y era cierto. El avión despegó rapidito.
Que miedo, no solo por la salida de mi país dejando a todo mi pasado y las tumbitas de mi familia, sino por cómo se movía el avión al despegar, yo no sabía que los aviones se movían tanto cuando se levantaban e incluso en el aire. Era un avión muy bonito, viajaba poca gente pero todos muy elegantes, al parecer al ser un avión de vuelo directo sin hacer paradas son vuelos muy caros y los toman pocas personas, el problema era que casi nadie sabía hablar español, y los que sabían ni me miraban, quizá sería porque iba vestido sin traje, aunque el Comandante me compró ropa nuevecita y cara, pero la verdad que yo pues no sabía llevarla colocadita bien, y con las carreras por el aeropuerto pues se me “descuajeringó” toda la ropita que me habían colocado elegante una compañera del Comandante. Una aeromoza que sí sabía español fue con la única que crucé algunas palabras, me trajo periódicos y algún libro para que me entretuviera. De repente salieron televisiones del techo y empezaron a poner películas, pero eran películas americanas sin traducir y con subtítulos en sueco. La verdad es que me entretenía viéndolas, aunque no me enteraba de casi nada de lo que decían o lo que estaba escrito, así pues, me quité los auriculares y las veía como las viejas películas de Charles Chaplin del cine mudo y la verdad que me iba mejor así, y de veritas, que me enteraba más. Nos dieron de comer cosas que yo no había probado nunca y sabían raro, pero tenía que empezar acostumbrarme a mi nueva vida y me lo comí todo, la aeromoza me dijo que si quería lago para beber en cualquier momento se lo podía pedir, que apretando un botón ella vendría.
Fueron unas largas once horas. Sin hablar con nadie y solo pensando cómo sería mi nueva vida, mi nuevo país y lo que dejaba atrás. Yo, que nunca había estado ni en la capital, y que solo era un pequeño coordinador campesino que luchó contra los narcos y los paramilitares por nuestras tierras. Pero si apenas fui al colegio a hacer la primaria, y me encontraba en esta situación. Pero como fui testigo de la matanza de la corredera de Santoespíritu y le conté como había sido a la policía cuando me lo preguntaron, por eso me mataron a toda la familia. Y ahorita van a meter encarcelación a los jefes de “los paras” que dispararon y amputaron con las sierradoras a toda la aldeíta, y a los mandamases de la Narco que estaban allí mirándolo todo y mandando que hacerle a la pobrecita gente de la aldea, que se la habían llevado a todos a la corredera ataditas de pies y manos para hacerles sufrimientos y martirios antes de matarlos, dejaron los trocitos de la gente tiraditos en la tierra para que se los comieran las alimañas. Cuando llegó gente
de la aldea de abajo y les quisieron dar santa sepultura, a muchos los tuvieron que enterrar en fosa común porque no sabían de quien era cada trozo de humano. Yo lo vi todo subidito en un árbol de una ladera de la corredera de Santoespíritu y por decírselo a la policía me mataron a mi santa esposa y a mis tres chiquitos, que el Santísimo los tenga en su gloria. Primerito serraron por la mitad a mi chiquitín que no llegó a cumplir los dos años, y endespués les iban cortando los brazos y las piernas a mis dos mayores delante de mi santa esposa, a la que violaron y también descuartizaron. Hicieron una batida y los paras me encontraron por las colinas de Nubesviejas donde estaba escondido y me llevaron a una cabaña donde había tres hombres más atados y amordazados. Dos días después el Comandante y su grupo, más el mismo Policía de la Guardia Nacional nos liberaron, matando algunos Paras que nos tenía en vigilancia. Nos sacaron rapidito de la zona y del valle y a los tres que me acompañaban les llevaban puestos, los grilletes cosa que no entendí, pero a mí me trataron muy bien. Como habían puesto precio a mi cabeza y casi segurito me iban a matar pues, me dijeron que si quería que me podían sacar lejos de mi país durante unos añitos hasta que se olvidara la cosa y pudiera regresar. Pero yo estoy segurito que no voy a poder regresar ya nunca pues, porque a los Para no se les olvida nunca nada en la vida y porque yo ya no tengo a naide que me interese ver en mi país natalicio. Solo queda vivita y muy vivita doña Confianza Alparrez que es mi suegrita y ni ganitas tengo de volverla a ver jamás. Bueno sé que tendré que aprender este idioma nuevo tan difícil y aprender hablar bien el español, que ya me he dado cuenta que tampoco me entienden bien con quien hablo en el castellano, será por mi acento serrano o de mi país, no sé. La bajada del avión fue de pánico, pero no dije nada, yo vi que toda la
gente estaba muy tranquila y me imaginé que el aterrizar sería así, se oían como se decían cosas los pilotos por los altavoces, y en ese momento se me taparon los oídos con un zumbido de un dolor rarísimo y tenía unas terribles ganas de vomitar, pero ponía en un dibujo con luz que no nos podíamos quitar los cinturones, además me lo dijo una aeromoza que no podía ir al baño, que sería solo cuestión de unos minutos, ¡Chiga! de minutos, se me hicieron interminables. Sonaron unos ruidos muy raros debajo del avión y yo miraba a la gente, y ellos tranquilos leyendo el periódico o terminando de recoger papeles, y yo agarrado con todas mis fuerzas a los brazos del asiento, tenía tanto miedo que ni tiempo tuve de rezar a mis santitos, y bajaba y bajaba el avión y se movía y movía, hasta que sonó como chirriaban las ruedas y empezó a frenar, en ese momento pasó la aeromoza a mi lado y sonriendo me dijo que me tranquilizara que ya todo había pasado.
Aun así pasó mucho tiempo hasta que pudimos salir, de cosas que decían los pilotos y parqueando el avión casi pegadito al edificio del aeropuerto que estaba todo iluminado. Por fin, salimos del aparato. En el mismo aeropuerto a la salida de los pasillos de cristal me acompañaron una pareja de policías muy altos, eran un hombre y una mujer muy amables, ella sabía unas cuantas palabras en español y era la que me pedía los papeles y me iba tranquilizando hasta salir por una puerta diferente, porque yo no llevaba ni valija ni mochila ni nada, y me dejaron solo despidiéndose con un adiós, yo no sabía para dónde ir.
Había gente esperando a los del vuelo, pero los del vuelo estaban esperando todavía sus maletas, cuando se acercó a mí un antiguo combatiente guatemalteco que llevaba un cartel con mi nombre, pero creo que me reconoció por la cara despistado que llevaba, se presentó y me dio un abrazo que me relajó mucho y me hizo sentirme bien. Nos apartamos a un lado donde me traía una especie de macuto militar lleno de ropa para el frío, calcetines, botas, calzoncillos largos y gordos, camisas, etc. Me lo dio y me dijo donde había unos cuartos de baños para cambiarme, ¡Dios mío! estaba todo limpito y era muy grande, no había visto nunca un cuarto de baño más grande que cualquier casa de mi aldea con patio y todo. Me puse esa ropa que me había traído tan gruesa y rara de tocar, salí del enorme baño y el compañero me dio paraprobarme un abrigo acolchado que me llegaba hasta los pies y con capucha, yo me sentía ridículo con él puesto, me puse unos guantes también, pero el ridículo terminó cuando salimos del aeropuerto, por unas puertas que abrían solas, y noté un viento más frío que los hielos con los que hacen refrescos de mi tierra. Me puse la capucha y la cerré con la cremallera hasta dejar solo un agujerito por donde mirar hasta entrar al taxi que nos llevó a casa de Gustavo, el antiguo combatiente guatemalteco, todo lo que creía que era nieve no era así, era hielo que se había hecho encima de la nieve. Si lo tocabas se te quedaba la mano pegada al hielo y luego dolía mucho despegarla, como si te quemara,
¡Reputa! Que dolor.
Continuará…..
© del libro del mismo autor «Textos Urgentes de Cuentautor de Guardia»