En el vasto paisaje de la experiencia humana, dicen que por el pecado de Adán y Eva por comer una manzana del árbol prohibido que provocó su expulsión de ese maravilloso paraíso, el dolor físico y el sufrimiento se alzan como dos pilares ineludibles, echando raices en nuestro interior hasta llegar, en ocasiones, a ahogarnos.

Ya podían haber sido más cautelosos esos primeros pobladores del Planeta y haberse entretenido en dar caza a la serpiente para celebrar el privilegio de ser protagonistas de la existencia humana en un primer festín de alabanza a ese creador tirano que representan las religiones, de juzgar y ejecutar lo juzgado; por supuesto en el que yo no creo, ni puedo creer, con esa actitud, aunque no niego la existencia de un arquitecto del universo que converje en todo lo existente y inexistente, que auna a la humanidad en una energía común.
La cuestión es que, consecuencia o no de ese castigo divino que, quizá como moraleja que demuestra la debilidad de la voluntad del ser humano, podría ser aceptada por quien escribe esto, lo cierto es que, desde los dolores punzantes de una lesión aguda hasta las cicatrices invisibles de traumas emocionales, el sufrimiento adopta múltiples formas y se entrelaza con la vida de cada individuo de maneras únicas. Y sé de lo que hablo, al final el dolor se afronta como la vida, por uno mismo, en una soledad compartida, a lo sumo con quienes padecen un sufrimiento similar al tuyo.
Es por ello que, adentrándome en las complejidades de estas realidades, busco compartir la experiencia de mi convivencia diaria durante más de una década con el dolor físico, intentando huir de esa soledad a la que antes me he referido, transmitir un sentimiento y una forma de vida de la que un dia quise huir por la puerta de atrás, dejando de un lado el lamento cansino.
Más que el puro dolor físico, a menudo definido como una experiencia sensorial desagradable asociada con el daño tisular real o potencial que sirve de alerta vital del peligro que promueve nuestra supervivencia, el problema surge cuando ese malestar físico se transforma en emocional, y escapa de nuestro control haciendo que su persistencia pueda eclipsar cualquier aspecto de normalidad de la vida, transformando la realidad en un laberinto de malestar físico y emocional.
Aunque habitualmente logro establecer una línea entre el dolor y el sufrimiento con ayuda de mi terapeuta, sin embargo reconozco que el miedo es la principal causa de esa desesperanza, causa y efecto de la incapacidad a la que me lleva el dolor físico, contra la que lucho creándome espectativas de futuro, porque sólo protegiendo mi ánimo también protego mi supervivencia, logrando así zafarme de ese compañero silencioso que se empeña en atormentarme, evitando que el sufrimiento espejo de nuestra condición humana me lleve al caos.
El sufrimiento abarca un espectro más amplio que el puro dolor físico, trascendiendo los límites del cuerpo para penetrar en los recovecos más oscuros del alma. Surgiendo de experiencias traumáticas, pérdidas devastadoras o de la lucha diaria contra enfermedades crónicas; sufrimiento que se manifiesta de innumerables maneras y nos deja una marca indeleble.
Es por ello, que debemos evitar a toda costa que el dolor se convierte en una experiencia traumática, porque a diferencia del dolor físico, cuyas raíces se encuentran en el cuerpo, el sufrimiento encuentra su origen en la compleja intersección entre el individuo y su entorno, sin perder de vista los desafíos existenciales que nos marca la vida esculpiendo la narrativa única de cada vida con dolor y esperanza entrelazadoss.
A pesar de la oscuridad que rodea al dolor físico y al sufrimiento, la luz de la resiliencia brilla con fuerza en el horizonte como cualidad innata que yace de lo más profundo de nuestro espíritu y que emerge como un faro de esperanza en los momentos más oscuros. Es el poder de sobreponerse a la adversidad, de encontrar significado en el sufrimiento y de transformar el dolor en una fuerza motriz para el crecimiento personal.
La resiliencia no es un don reservado para unos pocos privilegiados, sino una habilidad que puede ser cultivada y nutrida a lo largo del tiempo. Desde prácticas de atención plena hasta el apoyo de redes de soporte social, hay una multitud de herramientas a disposición de aquellos que buscan encontrar la fortaleza para enfrentar el dolor y el sufrimiento con valentía y dignidad.
Así pues, no debos olvidar que la forma de afrontar el dolor va a incidir en él de forma positiva, contribuyendo a la mejoría o, por el contarario empeorándolo. Sólo admitiendo el dolor podemos enfrentarnos a él controlando el sufrimuento.
Si nos dejamos llevar por el sufrimiento la espiral de la desesperanza acabará con nosotros, porque hará que nuestro dolor se vuleva más intenso, hasta ahogarnos.
En definitiva, aunque el dolor físico y el sufrimiento son partes indisociables del tapiz de la vida humana, llegará a causar estragos en nuestras vidas, desafiando nuestra fortaleza, sino no llegamos a comprender que nuestra propia humanidad nos otorga la capacidad para encontrar significado a nuestras vidas incluso en los momentos más difíciles,
Sólo la complejidad de las experiencias que proporciona el dolor podemos comenzar a encontrar el camino hacia la curación y la transformación, con compasión por nosotros mismos y por los demás, y con la firme convicción de que con la resiliencia que reside en cada uno de nosotros, podemos enfrentar el dolor y el sufrimiento con coraje y esperanza renovados, sabiendo que, en última instancia, somos más fuertes de lo que jamás imaginamos.
Por último, si necesitas ayuda buscalá, no en falsos mesías o gurús de feria que te dejarán peor de lo que estás aprovechándose de tu debilidad emocional y física para su propio lucro, sino en auténticos profesionales que sepan lo que tienen entre manos, avalados por una cualificación y solvencia suficiente en su campo. La actitud no es la continua queja, porque terminarás viviendo conforme piensas.
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Qué gran artículo!!!
Destaco: «Debemos evitar, a toda costa, que el dolor se convierta en una experiencia traumática.
Desde luego, como bien dices, una cosa es el dolor y otra el sufrimiento.