Era noviembre del 2017 cuando escribí, durante mi viaje a Orense, una carta a los autores y responsables del fuego que arrasó gran parte de la provincia y provincias aledañas. Hace apenas dos años que me dirigí a esos “Estimados hijos de puta” que prendieron fuego y destruyeron para sus propios fines una cantidad inmoral de territorio poniendo en peligro vidas.
No han pasado dos años y las fotos que llegan de Brasil, de la Amazonia, esas fotos de días color noche, de paisajes entrevistos color fuego, de devastación y de tristeza invitada por el gris ceniza del entorno ya destruido, me han recordado los sentimientos sobrepasados en el tiempo pero no superados en el alma que entonces sentí recorriendo, casi a tientas, mi tierra.
Uno se enternece cuando le tocan la patria chica, mi tierra he dicho, pero la verdad es que la Amazonia, por muy lejana que esté, por mucho que nunca la haya visitado, no es menos tierra mía que la tierra que me vio nacer o la tierra en la que vivo. Su destrucción, como su belleza o sus problemas, no son menos míos que los que siento de forma más inmediata.
Tal vez algunos sientan muy de lejos, tanto que en realidad ni lo sientan, lo que allí está pasando. Tal vez piensen, de forma totalmente errónea, que está pasando allí y que no les afecta, pero que piensen en cuantas bocanadas del aire que respiraron hace unos meses se habían generado en aquellas, antes, infinitas selvas. Todos respiramos aire amazónico, todos respiramos el aire que en nuestra tierra, la global, la que no entiende de fronteras ni ambiciones políticas, renuevan y purifican los árboles de esas masas boscosas que hacen más fáciles nuestras vidas.
También ahora me gustaría a esos estimados, de certificados no de queridos, hijos de puta que han provocado con sus acciones e inacciones la catástrofe que en el otro extremo de mi tierra, de nuestra tierra, se está produciendo. Y cuando hablo de los hijos de puta responsables no me refiero solo a los que se puedan demostrar, a los pringados que lo han puesto en marcha, me refiero a todos los hijos de puta, a los que más mandan y los que más obedecen, a todos los que activa, pasiva, directa o indirectamente hayan tenido alguna responsabilidad en el fuego.
Soy gallego, y casi todos los años veo arder ese trozo de tierra más entrañable para mí, y todos los años me indigno. Pero estar acostumbrado al fuego no lo hace ni menos terrible, ni más llevadero. El fuego vital no desmiente al fuego destructor, simplemente lo cambia de mano y le da nuevos rasgos. El fuego benefactor, protector, no puede olvidar que si pasa de unas manos cotidianas y sanas a las de unos hijos de puta se convierte en un arma contra toda la humanidad.
Tal vez, y ya es hora, deberíamos de considerar a los hijos de puta del fuego como a los criminales de guerra, reos de lesa humanidad, culpables de crímenes contra toda la raza humana, y aplicarles los mismos castigos, aunque mi ira no descarte rescatar de la memoria más tétrica de nuestra especie las hogueras o la parrilla, tipo San Lorenzo.
Solo una cosa me retrae en estos bárbaros castigos, no estoy seguro de poder soportar la pestilencia que la mala bilis de semejantes hijos de puta pudiera desprender al quemarse, e, incluso, no estoy seguro de que no llegaran a disfrutar del fuego de su propio tormento.
TEXTO CITADO: https://desdefuerademi.blogspot.com/2017/10/estimados-hijos-de-puta.html