► «Sé amable con tus palabras y útil con tus obras».
— PITÁGORAS. Los Versos de Oro.
► «Tan solo el espíritu ve y comprende, pues fuera del mismo, todo en el hombre es sordo y ciego. Pitágoras».
— JÁMBLICO, Vida de Pitágoras, 253.
► «Había entre ellos un hombre extraordinariamente sabio que poseía la mayor riqueza de pensamiento».
— EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO (s. V a.C.)
► «Ningún filósofo ha merecido tanto como Pitágoras el perdurar en la memoria de los hombres. Había en sus palabras tanta elocuencia, verdad y razón, que cada día los habitantes de Crotona acudían presurosos a escuchar a aquel anciano. A su sabiduría y elocuencia unía la pureza inmaculada de sus costumbres».
— DIODORO DE SICILIA (c . 30 a. C ).
► «Pitágoras limitó el alcance del vocablo Filosofía a la comprensión y conocimiento de la realidad, y, considerando el de la verdad como la única sabiduría, designó el deseo y la investigación del conocimiento como amor a ella».
— NICÓMACO DE GERASA (60-120 d.C. Introducción a la Aritmética. Libro I.
El sistema de pensamiento pitagórico se basaba en el progresivo descubrimiento y contemplación del Cosmos como un universo ordenado por unas leyes cognoscibles que bajo un impulso religioso debían incidir, como réplica sobre el hombre, en una vida armoniosa con uno mismo y con la sociedad. Bajo estos presupuestos vitales, Pitágoras funda una comunidad donde los caracteres y matices científicos y religiosos están íntimamente asociados de forma mística. En realidad Pitágoras alcanza una armoniosa síntesis entre la mística que conlleva el espíritu religioso oriental (del que se impregna en sus viajes a Oriente) y la científica contemplación del universo, que conduce a desarrollar un potente movimiento cultural que llegó a ser mucho más que una Escuela de Pensamiento, un auténtico estilo de vida: «el modo de vida pitagórico», del que hablará Platón en La República (Libro X, 600b):
► «Pitágoras constituyó en vida un guía didáctico para aquellos que le amaban por su conversación, … legando a la posteridad un método de vida, … dejando discípulos que aún hoy parecen distinguirse entre los demás hombres por un género de vida que llaman pitagórico».
Quizá resida en esa capacidad unificadora del Pitagorismo entre lo científico-racional y lo místico-religioso su radicación profunda en la matriz de la Cultura Griega y por ende en su heredera, nuestra llamada Cultura Occidental.
La impresión causada por Pitágoras a través de los discursos pronunciados a su llegada a Crotona, debió propiciar el que aparecieran propuestas de que se encargase de la formación moral de jóvenes y adultos. Puesto que la formación integral, tan importante para los jóvenes, debía incluir consideraciones científicas, bastante difíciles, según Pitágoras, para los mayores, ocupados en las tareas públicas y domésticas, Pitágoras organizó dos tipos distintos de enseñanza, que darían lugar según Jámblico (Vida de Pitágoras, 81,87) a dos tipos de miembros en la primitiva comunidad pitagórica: los Matemáticos («conocedores»), jóvenes especialmente dotados para el pensamiento abstracto y el conocimiento científico y los Acusmáticos («auditores»), hombres más simples, pero igualmente sensibles, que reconocían la verdad de forma intuitiva a través de dogmas, creencias, sentencias orales indemostrables y sin fundamento, principios morales y aforismos. Porfirio es más explícito cuando define los dos tipos de pitagóricos independientes de su edad (Vida de Pitágoras, 37):
► «Matemáticos eran en la comunidad pitagórica los que él había adiestrado en las partes más profundas y eran instruidos con rigor acerca del fundamento de la ciencia. Los Acusmáticos, en cambio, atendían sólo a instrucciones compendiadas de los escritos, sin una descripción rigurosa».
La diferenciación entre los dos grupos de pitagóricos que se corresponde con las dos tendencias, la racional y la religiosa (que convergían en el propio Pitágoras, pero no así en todos los pitagóricos), tendría una decisiva incidencia sobre la ulterior evolución de la hermandad. Los Acusmáticos eran devotos religiosos que se encargaron de velar por la pureza del «modo de vida pitagórico», las esencias originales y la fidelidad a la primigenia doctrina pitagórica, mientras que los matemáticos (no comprometidos solamente con el cultivo de las matemáticas sino con la totalidad del conocimiento o gnosis) se consideraban continuadores del espíritu especulativo de Pitágoras y de su natural evolución y magnificación del acervo científico. Las dos tendencias, “conservadora y progresista” (valga el anacronismo) tuvieron necesariamente que enfrentarse, lo que debió ser una de las razones (entre otras) de la división y dispersión de la comunidad, tras la desaparición de Pitágoras. Esto explica por qué Aristóteles habla de «algunos pitagóricos».
La pertenencia a la Fraternidad pitagórica suponía toda una serie de ritos de iniciación, juramentos y ceremonias, en una atmósfera de esoterismo, fervor religioso y entusiasmo místico, a lo largo de un extraordinariamente penoso y largo noviciado, con experiencias dirigidas al robustecimiento del espíritu, a fomentar la humildad y la progresiva asimilación del ideario pitagórico, presidido todo ello por el silencio, la disciplina, la sobriedad y la paciencia, en la que cada jornada empezaba antes del alba con interminables plegarias religiosas impregnadas de una gran solemnidad mística, a los que seguían cantos musicales acompañados de una sublime poesía metafísica, meditación, charla, paseos solitarios, matemáticas, religión, atletismo, Filsofía, en una rueda sin fin, que sólo se paraba para las frugales comidas y para las exiguas horas de sueño en un lecho de piedra.
Superadas las pruebas, que, según Jámblico, podían durar hasta ocho años, el neófito pasaba a ser miembro de pleno derecho de la comunidad, aunque no por eso cambiaba mucho los parámetros generales de la vida cotidiana. El aprendizaje suponía no sólo un gran esfuerzo intelectual sino también una rigurosa autodisciplina, un estricto control de cada hora del día, una vida sana a base de una dieta especial y el cultivo de actividades deportivas.
La Fraternidad pitagórica se regía por un código de conducta muy estricto, que incluía la comunidad de bienes (comunismo integral) y un severo régimen físico y gastronómico, en particular un inviolable régimen vegetariano, como consecuencia de que los pitagóricos profesaban la doctrina de la metempsicosis o trasmigración de las almas, de modo que no debería ser sacrificado ningún animal ante el temor de que pudiera ser la nueva morada del alma de un amigo muerto.
El principal objeto de la doctrina pitagórica era la purificación del alma o catarsis, de ahí la permanente prosecución de los estudios filosóficos y matemáticos como base moral para dirección de la vida. Las palabras mismas Filosofía («amor a la sabiduría») y Matemática («lo que se conoce, lo que se aprende»), parece que fueron acuñadas por el propio Pitágoras para describir sus actividades intelectuales, como elementos de elevación moral que culminaban en la amistad como profundo sentimiento de camaradería, que convertía a todos los pitagóricos en hermanos. La comunidad pitagórica vinculaba íntimamente Mística, Religión y Ciencia; Geometría, Música, y Cosmología; Aritmología, Metafísica y Filosofía; cuerpo, alma y espíritu en una armoniosa síntesis.
En la comunidad pitagórica no tenía influencia la procedencia familiar, en particular el patrimonio y como nota excepcional en el mundo antiguo se admitía a las mujeres en igualdad con los hombres. La historia registra aquí la primera mujer científica, Teano, emparentada con el propio Pitágoras (quizá fue su mujer), que realizó importantes estudios en Matemáticas (sección áurea, poliedros regulares), Cosmología, Medicina (el desarrollo fetal) y Psicología infantil y escribió sobre el famoso precepto pitagórico del «justo medio». Se le atribuye también el tratado Sobre la Piedad, donde aparecen algunas reflexiones sobre el número. Teano y sus hijas Pintis y Damo adquirieron fama de excelentes curanderas, ganaron un debate sobre el desarrollo del feto con el médico Eurifón y sostuvieron la teoría de que el cuerpo humano era una réplica microcósmica del macrocosmos.
La comunidad pitagórica era una auténtica Iglesia (en el sentido original de comunión de almas asociadas por una fe común y por unas mismas reglas de vida) integrada y sostenida por los méritos inconmensurables de su fundador, por una teología mística elevada, por una moral ascética y por un atmósfera de fraternidad.
La pérdida de documentos de la época ha favorecido el hecho de que Pitágoras y su Escuela estén envueltos en una atmósfera de penumbra. Otra dificultad para identificar claramente la figura de Pitágoras radica en el hecho de que la cofradía fundada por él se basaba en la comunión en el secreto. A este respecto escribe Porfirio (Vida de Pitágoras, 19):
► «Lo que dijo a sus discípulos [Pitágoras] ningún hombre puede decirlo con seguridad, puesto que mantenían un silencio tan excepcional…».
El secreto compartido es un férreo vínculo de conexión entre los miembros de una comunidad cerrada. Pitágoras, gran conocedor de la psicología del alma humana, debía promover el secretismo para mantener la cohesión de la cofradía y su autoridad indiscutible. El misterio rodeaba a la orden, cuyos afiliados que estaban sometidos a una férrea disciplina y obediencia, juraban no revelar los conocimientos que recibían, que debían mantenerse en la más absoluta reserva. Por tanto no se puede atribuir un determinado descubrimiento a ningún miembro de la hermandad. Todas las investigaciones se atribuían a Pitágoras, aunque las realizaran otros miembros de la comunidad, cuyos nombres permanecían en el anonimato para que la gloria afectase tan sólo al maestro y, en obediencia al más riguroso absolutismo intelectual, se limitaban a afirmar: «Él lo ha dicho», de modo que no sólo había que creer ciegamente en sus palabras, sino que su figura era inefable. Así pues, es comprensible que algunos doctos, como Aristóteles, prefieran hablar del pensamiento de “los pitagóricos” más que del propio Pitágoras.
Los pitagóricos utilizaban como símbolo esotérico de identificación un emblema secreto que les permitía reconocerse como miembros de la comunidad. Se trata de un anagrama determinado por la estrella pentagonal o estrella de cinco puntas, obtenida al trazar las diagonales de un pentágono regular o prolongando sus lados, que se llamaba Pentacle, Pentalfa o Pentagrama místico.
El Pentagrama místico fue uno de los tópicos geométricos más importantes de la Escuela pitagórica por sus bellísimas propiedades geométricas de las que nace su simbolismo místico. Además, el Pentagrama místico pudo estar en la base del más importante hallazgo científico de los pitagóricos: el descubrimiento de las magnitudes inconmensurables, una de las causas de la profunda crisis que arruinó a la cofradía pitagórica.
De momento digamos que una de las curiosas propiedades del Pentagrama, que imponía respeto a los pitagóricos era su «unicursalidad»: «la estrella pentagonal puede ser trazada por el movimiento de un punto sin pasar dos veces por el mismo lado»
Una segunda propiedad profundamente aritmetológica en su esencia inspiraba a los pitagóricos un entusiasmo místico, relacionando el pentagrama con la palabra salud (ugieia = higieia, de donde deriva higiene). Aunque la palabra ugieia tiene seis letras, a veces se producía una contracción que hacía desaparecer la primera i (como atestiguan algunas inscripciones), quedando entonces con cinco letras ugeia, que se situaban sobre cada uno de los vértices del Pentagrama, que de esta forma se convertía en el anagrama supremo de la salud. Al ser el Pentagrama, a su vez, el símbolo de reconocimiento de los pitagóricos, de aquí podría provenir el término ¡Salud! como saludo ante el encuentro de dos per