ESTA MAÑANA…

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Me duele un costado. Justo ahí donde apoyas tu brazo cuando duermes, donde se hunde la cintura, ahí.

He sonreído al despertar y he acariciado el dolor, he vuelto a cerrar los ojos, a sentir las sábanas que están arrugadas por tu lado, el izquierdo, y también, por qué no, tu peso en mi sueño, abrazándome.

Creo que ayer me hice daño en algún esfuerzo, un movimiento mal hecho, o tal vez sea esa lesión que no me curo, pero me gusta pensar que eres tú, la caída libre de tu cuerpo muerto que revive cada noche a mi espalda, que renace cada madrugada dentro de mí.

¿Cómo decirte, amor, que no se acaba? Este compás monocorde, siempre distinto, inagotable, infinito… Aun cuando desfalleces rendido y yo no puedo más, todo vuelve a empezar como si no hubiera ocurrido nunca. No hay desgaste porque no hay fricción.

No se olvida lo que no ocurre por más que nos empeñemos. Si todo sucediera del mismo modo que nosotros, si el mundo fuera un lugar donde la carne fuera de algodón y el sexo de almíbar, la rutina no sería esa losa que aprieta y te inmoviliza.

No me canso de inventarte, cada día un poco distinto, eso sí, según mi estado de ánimo, a veces cariñoso y protector, otras, brusco y desalmado, te hago y te deshago.

Soy una Penélope falsa, sin Ulises ni Ítaca, sin rueca ni hilo, mucho más servil que reina. Así te tejo una y otra vez, a la imagen y semejanza de un deseo que no conozco.

Solo la realidad podría romper la magia, un encuentro entre bambalinas donde descubrir el truco sin hacer ningún trato previo, sin compromiso, sin ayer y sin mañana. La coincidencia es la que pondría los créditos a esta película donde apenas brilla el color, arañada por interferencias de tanto proyectarla, pero visible siempre, incombustible.

Me pongo en pie, la sonrisa se escarcha cuando miro el techo de la habitación. Veo la bombilla que no ilumina ni aclara, que convierte en una cueva llena de insectos un refugio con las paredes de madera. La lámpara cuelga sobre mí como una guillotina.

Al incorporarme desplazo el peso hacía el lado izquierdo, me cuesta andar, y un poco respirar. Todo ocurre siempre en la siniestra. Lo bueno, como un rastro de sudor seco en el lado inhabitado de la almohada, y lo malo, los padecimientos de un cuerpo medio derruido y en eterno estado de rehabilitación.

Ando descalza, siempre lo hago cuando despierto contigo. Es mi modo de agarrarme a la tierra, de tener los pies en el suelo, de calzarme tu huella algún número mayor. Así sigo tus pasos cada mañana, intento alcanzarte con los pies antes de que te vayas, pero nunca lo consigo. Vuelvo a la cama cabizbaja, me tumbo de nuevo y te reencuentro entre mis dedos, en el descenso de una mano que se hunde.

 

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Carolina Saavedra
«Sueño para escribir y escribo para seguir soñando» dice Carolina Saavedra, escritora madrileña. Así lo cuenta y lo escribe, para que se cumpla. Con Cuentos de Ulises mudo, sirenas varadas y otros mares, cierra lo que ella define como «trilogía del amor y la devastación». Esa triada la completan su segunda novela Cuando Nevers invadió Hiroshima, editada en 2022 y Palabras para no borrarte, un pequeño diccionario poético publicado a finales de 2020. Antes de ese trío, en diciembre de 2019, nació su primer libro, Eva de paso. Ella se define como una cuentista que a veces escribe de más y las historias cortas le crecen sin que pueda evitarlo, convirtiéndose en novelas. Pero en su opinión: «lo importante se encuentra en el detalle mínimo, ese de donde brotan todas las palabras».

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