Existe en política la tendencia, es un proceso que tiende a reproducirse a lo largo del tiempo, de abandonar determinados espacios de responsabilidad, esa responsabilidad que le permite gestionar el Estado y cohesionar la sociedad resolviendo conflictos a través de leyes que obliguen a todos por igual y cuando esto sucede es complicado recuperarlos porque normalmente son ocupados por los populismos, que paradójicamente no es otra cosa que la doctrina al servicio del liderazgo y no de la colectividad. Recuperar esos espacio es complicado porque se pierde la conexión entre el servicio a un ideal y el compromiso de los ciudadanos, poniendo en riesgo la reconstrucción intelectual de un proyecto de izquierdas, actualmente en plena etapa de refundación, que ante el avance de los populismos es la última frontera para detener los excesos de las políticas neoliberales.
A la izquierda plural le cuesta diferenciar lo colectivo de lo social y en esta disyuntiva se agota y los ciudadanos dudan entre el espacio de progreso que esa pluralidad les ofrece y el liderazgo sustentado en el proteccionismo, la fragmentación y la retórica del miedo al diferente, gracias a una red mediática y clientelar sin paragón en la democracia española. Esa izquierda plural no puede abusar de la paciencia ciudadana, temerosa que la política como un espacio de lucha colectiva, compartida no solo en las plazas sino tambien en las instituciones, claudique.
Se ha perdido de vista lo común como palanca de cambio social y ante este paradigma cabe preguntarse sí realmente es el momento de la izquierda plural o sí ya estamos en una nueva fase y realmente esa izquierda antaño diversa y fragmentada está a punto de confluir en un movimiento político unificado a la izquierda del PSOE, capaz de superar la experiencia de Podemos y presentarse como un espacio ideológico que recupere lo común como estrategia para que los ciudadanos se sientan identificados con una línea política que no los clasifique, necesariamente, en función de sus debilidades sino en función de sus necesidades y que aborde las políticas de manera que solucionen problemas estructurales.
La crisis de identidad que llevó a Pablo Iglesias a arrojarse por la borda se ha trasladado ahora a Podemos, lo que ocurre es que la tormenta de Pablo Iglesias fue elegida y la de Podemos está provocada por la aparición de SUMAR, de forma que actualmente Unidas Podemos es una organización con una estrategia centrada en no perder su espacio electoral, al menos mientras Pablo Iglesias siga marcando la agenda y esta circunstancia no favorecerá que amaine la tormenta. Al contrario que Yolanda Díaz, la fundadora de SUMAR, que ha consolidado un discurso coherente lo cual favorece la sensación de unidad y de apoyos sin fisuras, salvo de momento Podemos, que ya no es el partido del 15M, en las plazas se han arriado las banderas y su núcleo duro anda sin brújula surcando los circulos antaño sustento de sus principios fundacionales. Resulta paradójico que procediendo Yolanda Díaz del PC infunda menos desconfianza en las clases medias que Podemos.
Hay que reconocer el papel aglutinador, la frescura de una organización que contactó con sectores hasta entonces sin un paraguas ideológico bajo el que cobijarse que ejerció Podemos en sus inicios y la aportación a la política desde sus responsabilidades de gobierno, y no menos cierto es el papel del PSOE como organización capaz de vencer a sus demonios internos y emerger como un partido estructurado y con el músculo ideológico y político necesario para transitar por este espacio plural sin provocar más discrepancias que las justas, para que cada “socio” del grupo de la investidura se haya sentido con el suficiente reconocimiento a su esfuerzo y así se haya sorteado una legislatura convulsa en un escenario internacional preocupante y con una inestabilidad económica sin precedente y no solo en materia financiera sino en cuestiones energéticas, medioambientales, de salud, tecnológica….
Este país quiere diálogo, entendimiento, respeto al adversario y un espacio de concordia en el que todos podamos sentirnos parte de un proyecto de país, partiendo desde la diferencia para confluir en un espacio común de progreso. Un país en el que la política no abandone esos espacios de responsabilidad por dónde se infiltran grupos neoliberales y dónde el populismo no tenga espacio para crecer.