Cuando alguien está enfermo va al médico, pero cuando se trata de salud mental, lo ocultamos. Dos palabras que unidas tienen una connotación negativa, estigmatizadas ante el dedo ajeno que señala con la expresión “está como una cabra”, “está como una regadera”, “está loco”, “le falta algún tornillo”… ni que ellos mismos estuviesen equilibrados.
No podemos negar que en el complejo panorama de la salud mental, el desequilibrio emocional se erige como un desafío omnipresente que afecta a personas de todas las edades, géneros y contextos socioeconómicos.
Desequilibrio que nos zarandea de tal manera que perdemos el control de nosotros mismos, la gobernanza de nuestro yo. Y, como dijo el filósofo griego de la escuela estoica, Epiceto: “ningún hombre es libre si no es dueño de si mismo”.
Son muchas las causas subyacentes del desequilibrio emocional, desde la ansiedad hasta la depresión, pasando por la ira y el estrés crónico, hacen que las emociones desbordadas puedan convertirse en un torbellino que perturba la vida cotidiana y las relaciones interpersonales.
El desequilibrio emocional es una realidad compleja y multifacética que afecta a millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, con la comprensión y el apoyo adecuados y las estrategias de afrontamiento efectivas, es posible navegar las aguas turbulentas de la salud mental y recuperar la armonía emocional.
Identificar las causas del desequilibrio emocional es un paso crucial hacia la comprensión y la superación de este desafío. Múltiples factores pueden contribuir a su desarrollo, incluidos los elementos genéticos, biológicos y ambientales.
Desde mi posición, enraizada al pensamiento y la razón, quisiera poner de manifiesto o centrarme en los elemento ambientales del desequilibrio, y detenerme en dos de ellos, el primero la influencia de la ira social, del descontento ciudadano, de la falta de oportunidades, en definitiva de la ausencia de esperanza en un futuro mejor; no sólo por la inoperancia de nuestros dirigentes políticos, sino aún peor, por la predisposición a no esforzarnos en un cambio personal en la busqueda de nuevos horizontes; y por otro lado la grave confrontación social que nos lleva a ver a nuestros congéneres como nuestros enemigos.
Desde las interacciones personales hasta los conflictos a nivel comunitario y global, la polarización política, las tensiones raciales, las disparidades económicas y las luchas por la igualdad de género, son solo algunas de las formas en que la sociedad está dividida, lo que al final desemboca en una situación de estres, ansiedad y angustia personal al vernos atrapados en ellos.
Y, es que el problema no es pensar diferente, sino la falta de respeto a la opinión contraria, con una predisposición a disentir en todo, pretendiendo imponer nuestra realidad vital a los demás, siempre divididos en facciones ideológicas y políticas donde no cabe el consenso, sino en excluir bajo la premisa que, “si no estas conmigo está contra mi”. Un raquitismo mental que nos está llevando no sólo a una sociedad decadente, sino también a un desequilibrio personal que nos hace comportarnos como un elefante en una cacharrería, derribando todo lo que encontramos por delante bajo la creencia que somos los mejores, los más listos, los más honrados.
No sólo las ideologías políticas son las causantes de este estrés social, sino también las religiosas, culturales y filosóficas pueden tener un impacto profundo en la forma en que percibimos el mundo y a los demás, percibiendo al que no piensa como nosotros como un desafío belicoso, como una amenaza que, en vez de llevarnos a hacernos entender mejor y, si cabe, buscar puntos de encuentro, nos lleva a imponer lo que pensamos sin ni siquiera plantearnos si nuestras fuentes son las únicas y las auténticas, eso en el mejor de los casos, porque la tendencia actual es dejarnos influir por majaderos que en redes sociales se mueven a golpe de eslóganes, dogmas y conceptos donde la razón brilla por su ausencia; aparte de un periodismo de negatividad y confrontación.
Lo cierto es que no podemos aislarnos del mundo, convertirnos en anacoretas dedicados a la contemplación, vivimos en una realidad social y tenemos que interelaccionarnos con nuestros semejantes, lo que nos lleva a buscar soluciones a la decadencia en la que el mundo se mueve hacia una deriva caótica, mediante la empatía y el diálogo constructivo, mediante una comunicación abierta y sosegada, escuchando no con la precipitación de responder imponiendo, sino buscando puntos en común, practicando la tolerancia hacia las diferencias, porque si no hacemos ese esfuerzo, auguro, y creo que convendréis conmigo, un futuro negro, muy negro y cada vez más enfadado consigo mismo.
En definitiva, la busqueda del equilibrio, mediante una actitud sosegada, reflexiva y de respeto, es o puede ser nuestro salvavidas.
Yo me niego a vivir enfadado con el mundo, ¿Y tú?.
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Impecable artículo sobre la necesidad de la mesura emocional y política.
Desde luego, sólo el equilibrio puede sostener al individuo y al mundo.