Ignorar que se ignora es fatal, porque nos cierra el paso a superarnos. La ignorancia en Historia, en particular, nos pone al pie de los caballos de la demagogia febril. Ya no es que nos deje abatidos y abrumados, sino exaltados y llenos de excitación. Tal y como enseña el profesor Ricardo García Cárcel, hay sociedades enfermas de Historia; instaladas en un estado de error. Hay que saber atender la fijación de creencias sociales falsas, supersticiones.
Miremos hacia las facultades de Historia. ¿Qué encontramos? En muchos temarios son sonoras las ausencias de lo más significativo que hay que saber para orientarse, pero también es clamorosa la insignificancia de muchos saberes que no pocos profesores piden desarrollar en trabajos ‘entregables’. Es demoledor comprobar que se incentive conocimientos propios de concursos de televisión y se posterguen los básicos. De este modo, se destroza el hábitat donde puede germinar la vocación de historiador y se riega en una simpleza que nada de provecho nos puede deparar. En estas condiciones, andamos desarmados ante cualquier revisionismo histórico que se plantee desde las emociones y a flor de piel, desde el vicio de juzgar el pasado con parámetros de hoy día y sin considerar su contexto.
Desde una intolerancia compulsiva, se promueve la retirada sistemática de estatuas de personajes históricos. Se pretende, por ejemplo, desactivar la fuerza de los símbolos de la ideología supremacista blanca y esclavista, y se acata su retirada de una forma irracional y nada inteligente. Así, se arremete contra el conciliador general confederado Lee, quien a diferencia de Washington o de Lincoln, no era supremacista ni partidario de la esclavitud. En cualquier caso, lo que acaba importando es el ruido del dogmatismo y el resentimiento que hace tabla rasa y que se irrita con la sola constancia de lo que se ha vivido en un tiempo y lugar.
Camille Paglia es profesora de la universidad de Yale, feminista y lesbiana. Es una intelectual que se expresa abiertamente, sin tapujos y en medio de agrias hostilidades. Las cuotas de paridad, entiende, pueden ser útiles al principio “pero después se convierten en una noria que da vueltas e impide la igualdad”. Para muchas jóvenes, ha declarado Paglia, el feminismo se ha convertido en una religión, una cosmología en la que todos los males vienen de los varones, malvados depredadores. En este sistema, la masculinidad está declarada como tóxica, y los hombres como acosadores sexuales sistemáticos. Un conjunto de doctrinas rígidas, con una lógica totalitaria y un camino expedito a la dictadura absoluta.
La autora de ‘Sexual Personae’ ha escrito líneas que escandalizan a exaltados dogmáticos, gente que anda muy satisfecha de su tontedad y que explota agresiva e inquisitorialmente contra quienes no van en su carro, siempre de forma automática. Así, por ejemplo, éstas: “La igualdad política de las mujeres, totalmente deseable y necesaria, no va a remediar la separación radical entre los sexos, que empieza y acaba con el cuerpo”.