Soy un ciudadano occidental y eso significa que soy consciente de que la evolución de Europa desde las ciudades estado italianas del Renacimiento, pasando por el corporativismo gremial y el desarrollo de la burguesía, la Ilustración europea, y los movimientos constitucionalistas que decantan la sociedad de los derechos humanos no es sólo el marco que delimita mi posibilidad de ser y estar libre, sino que permite que mi relación con los otros pueda establecerse en términos completamente civilizados. El proceso intelectual, histórico y jurídico que nos ha puesto aquí a los ciudadanos europeos responde a una evolución de siglos que los demás países no occidentalizados no pueden improvisar ni siquiera en décadas. Necesitan siglos, como nosotros, o una imposición por la fuerza que nosotros hemos obviado. Fuera de la civilización occidental, el hombre es un mero individuo sometido al poder del Estado sin que las instituciones intermedias entre este y la sociedad civil puedan aliviar la tensión entre el opresor y los ciudadanos libres que, a sus ojos, nunca lo son.
En la trinchera occidental la duda ofende. El buenismo de las sociedades occidentales ya no resiste mantener la tolerancia frente a lo intolerable, pues tolerar lo intolerable no es tolerancia, sino pecar por exceso en el momento en que tu cabeza ya se encuentra muy cerca de la boca del tigre. Europa ha dejado su defensa en manos de Estados Unidos durante todo el siglo XX mientras este ejercía de policía planetario o, si se quiere, de primo de zumosol, pero, entre tanto, China y Rusia ya oponen unidas un frente que lentamente ha ido engrosando una resistencia a la sociedad democrática liberal cuajada en el oasis jurídico de los derechos humanos. El resto de la Tierra es un desierto.
Richard Nixon dijo con cierto sentido de la anticipación que China se limpiaría el culo con la declaración de derechos humanos, lo dijo con el tono ese que proviene del escepticismo del que conoce las limitaciones de una relación. El politólogo estadounidense Huntinton explicó con más detalle, en su conocido ensayo La Guerra De Las Civilizaciones, que el mundo mantendría una guerra de civilizaciones desde el momento en que Estados Unidos no fuera una potencia inexorable en el panorama mundial, pues entonces, y ese entonces ya ha llegado, la escalada ambiciosa de distintas culturas orbitaría en torno a naciones con potencial económico fuerte, las cuales se disputarían la hegemonía mundial. Predijo la orientalización futura no sólo de naciones orientales tradicionales fuertemente occidentalizadas como Japón, sino de naciones indiscutiblemente occidentales como Australia, que forzosamente cambiarán su sesgo una vez que el dominio financiero y económico de China imponga su dominio en el este del planeta. Si China arrastra el confucionismo milenario sobre el que se ha asentado luego el comunismo, si la India se asienta sobre la tolerancia del hinduismo, si Japón se sostiene sobre el sintoísmo, si hay, por otro lado, una cultura latina que pivotará sobre Brasil como potencia económica, y si Europa, Canadá y EEUU lo hacen hoy sobre la sociedad humanista cristiana liderada por la propia nación estadounidense, sólo cuatro naciones en todo el mundo están desubicadas de su tradición tendiendo al cambio de civilización. A Australia ya la he mencionado. Además de ella, México —siempre según Huntinton— dejará la cultura latina para hacerse plenamente occidental con Estados Unidos y Canadá. Turquía dejará la civilización islámica por la occidental europea. Solo Rusia se mantendrá en un largo proceso muy dubitativo entre ser Occidente u Oriente, y en ello al parecer estamos.
Mientras se ubica, y tras los primeros pasos de una perestroika que tendía puentes a la occidentalización de la antigua URRS, un dictador intolerable se ha servido de las débiles instituciones democráticas del Estado para retrotraer el imperialismo ruso, esta vez no desde el comunismo, sino desde la ultra ortodoxia religiosa y el nacionalismo. China mira de reojo sin condenar la guerra porque sabe perfectamente que no ha llegado el momento, porque dependede las relaciones comerciales con Occidente y porque Ucrania es la antesala o justificación de que la propia China invada Taiwán para hacerse luego con el control estratégico del llamado mar de China, sin el que su expansión militar no es posible.
En la trinchera occidental la duda se resuelve leyendo, señores. Pronto no habrá tiempo ni siquiera para la duda. Una gran parte del mundo no se ha cuajado en la evolución secular que se inicia en nosotros con la filosofía griega, el humanismo cristiano y el derecho romano, y luego, tras la Edad Media, retoma el renacimiento y el valor del hombre como punto de referencia de la vida. Esa parte del mundo anclada aún en el pasado, no llega con un modelo mejor bajo el brazo. El Islam, por una parte, el imperialismo chino o ruso, por otra, no aportan nada más que un pasado ya superado que no puede volver a imponer su planta sobre la faz de la Tierra. En tanto en cuanto estas partes del mundo no asuman el valor del ciudadano acrisolado y refugiado en el estatuto jurídico de la libertad frente al poder omnímodo del Estado, las fronteras entre Occidente y las demás culturas experimentarán la tensión propia que subyace entre algo tan primitivo como el dominio de la ciudadanía en manos del dictador o, por el contrario, el respeto a la libertad y a la valoración del individuo asentados en la civilización humanista cristiana ya secularizada.
Yo tengo claro en qué trinchera estoy. Prefiero la paz antes que la guerra, pero a veces, lamentablemente, tal cosa deviene imposible: Lord Chamberlain estaba convencido de que Inglaterra tenía que negociar con Hitler. Churchill le demostró que estaba equivocado y gracias a esa inteligencia política el señor lector puede leer este artículo en libertad. Ojalá no haya guerra, aunque ya la hay y además injusta, como la invasión de Ucrania por un demonio. Quiero decir que ojalá no se extienda. Si tal cosa sucediera, sé en qué trinchera estoy. Desde ella llevo en mis espaldas, lo repito, la Grecia clásica de Pericles, la universalización cultural de un genio como Alejandro
Magno, la ordenación jurídica del derecho romano como continente de la ética cristiana hoy secularizada y felizmente separada del poder político, llevo la grandeza de una Europa luego renacida en la democracias formales, llevo conmigo sus grandes individualidades y su construcción ordenada como la sociedad civil más evolucionada de la historia humana. Estoy en la trinchera de occidente, asumiendo defectos y virtudes, porque no siempre es bueno dudar. Hay veces, quizás excepcionales, en que la duda ofende. Ésta es una de ellas.
Me sumo a estar en esa trinchera.