Si en el país de los ciegos el tuerto es el rey, ¿será que en el país de los tuertos el rey es el que ve con los dos ojos? Posiblemente, aunque alguien podrá argumentar que lo habitual en todos los países es que la mayoría de los ciudadanos vean con los dos ojos. Pero, como es obvio, hablamos de países imaginarios, simbólicos, oportunistas. O no tanto.
No tanto porque a mí se me ocurre, así, a bote pronto, un país definible en el que todos sus habitantes son tuertos. ¿Qué país? El país de los que practican alguna ideología de eje, o sea, izquierda-derecha.
Es verdad que no todos tienen absolutamente inútil el otro ojo, y que los más avisados con el ojo malo al menos ven sombras, pero no es menos cierto que llegados ciertos momentos lo aprietan con saña para evitar ver lo que los tuertos totales les dicen que no se puede ver.
Y ya se sabe que, sin abandonar el país de los refraneros impenitentes, no hay mayor ciego que el que no quiere ver, y lograr que el otro ojo acabe siendo un vago impenitente tiene su recompensa en montones de amigos desconocidos y montones de “me gusta” sin sustancia ni compromiso.
¿Qué es mejor, ideológicamente hablando, un ciego o un tuerto? Yo prefiero al ciego, y me explico, el ciego tiene una no visión periférica, es decir, desarrolla sentidos alternativos para examinar todo su entorno y dominarlo, mientras que el tuerto, sobre todo si es vocacional y contumaz, niega que exista aquello que no entra en su limitada visión.
Una visita, sin necesidad de profundizar ni de pasar horas en ellas, a las redes sociales, nos revela que sin ninguna duda existe el país de los tuertos, de los tuertos ideológicos seguimos hablando. Las redes sociales son su paraíso, su jardín de las delicias, su ámbito ideal para dejar patente su incapacidad para mirar con los dos ojos.
Así que cuando me asomo a las redes últimamente, aparte de una pereza fatalista para intervenir en debates, siempre me viene a la memoria aquella habitual admonición de mi recordada madre: “Ándate con mucho ojo, a ver dónde te vas a meter”. Y yo, aplicado y obediente, me ando con tanto ojo que intento utilizar los dos, incluso muy abiertos, para intentar sortear los charcos y socavones de los debatidores tuertos profesionales. De los debatidores muro, esos que consideran que su mejor argumento, habitualmente único, es negar todos los argumentos contrarios. De los debatidores Schopenhauer, que van siguiendo los 38 puntos de la dialéctica erística, a su manera, saltandose puntos, pero acabando inevitablemente en el 38, el insulto y el menosprecio. De los debatidores pulso, que conciben el debate como una especie de torneo en el que el fin último es ganar. ¿Ganar qué? Me pregunto cuando a pesar de mi cuidado me empiezo a oler el enredo. De los debatidores eslogan, que no tienen otro argumento que el último titular del periódico afín o la última soflama del partido al que pertenece su ojo sano. De los debatidores velocistas, que, para no perder su tiempo, ya insultan antes de saber de qué se está hablando. De los debatidores entregados, que, sobrepasados todos los argumentos y contra argumentos, acaban renunciando a la razón para explicar que en ese tema concreto, o en ese posicionamiento concreto, no se puede ni siquiera invocar la razón, que ese tema ha de ser tabú.
Y este último tipo de debatidor ha crecido como las setas en días húmedos. La humedad se llama VOX y las setas se llaman intolerancia y frentismo contra la intolerancia de VOX.
Bueno, hay que estar muy tuerto para mantener esa posición. Hay que estar muy ciego para no ver que esa posición es la idónea para que VOX medre y se haga más fuerte.
Intentan, en ese afán por el debate que no están dispuestos a sostener, descalificar las posiciones de VOX con el único argumento de quienes son, de cuál es su posición ideológica, sin reparar en que todo lo que dice VOX lo ha escuchado en la calle y no pertenece necesariamente a su ideario. Lo peligroso de VOX, lo peligroso de cualquier partido radical y populista, y también en el parlamento los tenemos del signo contrario, no son las cosas que dice y que podemos compartir muchos ciudadanos no tuertos, lo peligroso de esos partidos son los medios de los que se valdrían, y los extremos a los que llegarían, si alguna vez tuvieran la oportunidad de poner en práctica sus ideas.
Reconocer que VOX, que PODEMOS o la CUP, apuntan problemas que preocupan a la sociedad, que se ve desamparada por los demás partidos, por los más moderados, que están en lo suyo, no significa que de inmediato te hayas convertido en un facha o un anti sistema, significa, solamente, que el problema existe, y la táctica de negar el problema, de descalificar a los que no lo niegan o sostienen que hay otro enfoque, seguimos con el refranero, es enterrar la cabeza como el avestruz. Para los más tuertos, o más contumaces, un ejemplo, que Franco hiciera pantanos no convierte a los pantanos en franquistas, por más que ciertos tuertos lo digan.
Los problemas de los ciudadanos no tienen color político, como no lo deberían de tener las soluciones. Contra los problemas que aportan los populistas solo cabe abordar las soluciones que puedan ponerle remedio y dejarlos sin argumentos, y negarlos no es una de ellas.
¿O es que vamos a negar que existe una inseguridad popular por el excesivo garantismo de algunas leyes?
¿O es que vamos a negar que existe una disconformidad con la ley electoral porque no permite una representación justa de los votantes?
¿O es que vamos a negar que la violencia de todo tipo prolifera en lo cotidiano sin que los responsables tomen medidas realmente eficaces?
¿O es que vamos a negar que, por falta de medios y de previsión, la situación actual de los inmigrantes ilegales es lesiva para ellos y para los que conviven con ellos?
¿O es que vamos a negar que los temas territoriales nos preocupan a todos y tal vez la solución actual no es la idónea, o al menos, si sí lo es, no está correctamente desarrollada?
¿O es que vamos a negar que nuestros mayores no viven en el mundo para el que han trabajado y se merecen, y se sienten abandonados y menospreciados?
¿O es que vamos a negar que la brecha social que abre la desigualdad económica es cada vez más profunda e infranqueable?
¿O es que vamos a negar…?
¿Pero en què país vivimos? ¿En qué mundo vivimos? Pues, si, efectivamente, en el de los tuertos con poca visión, o con nula voluntad de ver con el otro ojo.