Hubo un tiempo que solía perderme en un estado introspectivo de profunda melancolía con una sensibilidad exacerbada con todo lo que ocurría a mi alrededor, acompañado de un sentimiento de nostalgia de recuerdos de ese pasado irrecuperable que se convirtieron para mí en una constante lucha entre el Eros y el Tánatos, en un profundo abismo de locura de vivir en el recuerdo de lo que fue y nunca volverá a ser, de lo que es por culpa de lo que fue, de mis errores, de mi falta de audacia, y de lo que será, sin la ilusión de alcanzar un sueño, disfrutando del camino sin pensar sólo en la meta.
Que locura de existencia insatisfactoria, de impotencia de no saber encontrar la forma de escapar de ese dolor placentero, de ese sufrimiento constante de vivir en el limbo de sentimientos contrapuestos, de no encontrar ese sosiego existencial que me permitiera vivir en la realidad por dura que pudiera llegar a ser, apreciando la gran cantidad de grises existentes entre el blanco y el negro de esta efimera existencia, y con la introspección en la forma de ver la vida como fuente de aceptación y comprension para el crecimiento personal, sin el desgarro del alma, sin cicatrices en las muñecas en busca de la compasión y comprensión de los demás, o en búsqueda de una dimensión existencial diferente a la que me llevó por callejones sombríos con un hedor insoportable y que me hizo cohabitar en habitaciones llenas de sensualidad y telarañas.
Hoy todo lo recuerdo como un sueño, como fotogramas de un celuloide desgastado lleno de arañazos y marcas por la moviola de esa constante y hasta obsesionada proyeccion en las paredes de un alma herida. Hoy me atrevo a escribir de mi convivencia enfermiza con la melancolía, en la que, a veces, todavía me sumerjo dentro de mi debilidad como fuente de inspiración para discernir entre el pasado y el presente, como forma de sentir lo maravilloso que fue vivir en aquel sin vivir de emociones, para darme cuenta de lo que soy y de lo que fui, pero sobre todo como revulsivo de ese estado patológico de inconformismo y de falta de aceptación de mis errores, de lo que soy y puedo llegar a ser, de continuar disfrutando con agradecimiento del sol que nace cada mañana por el Oriente y se oculta por Occidente y que me permite vivir cada día como un regalo, como único, pero también como una oportunidad de enmienda y de cambio sintiendo la satisfacción de dirigir mi propia vida sin dependencia de la de los demás,
Magnífico y hondo artículo.
Sí, la vida está hecha de benditos contrastes.