Buscando tus abrazos en el exilio, ese abrigo que solamente irradia una cuna y el recuerdo de aquella chimenea donde restallaban pupilas al son de madera seca.
Ahora, en mi lecho de muerte en vida por un día, cada día que me atropella el mediodía con su tren de excesos y lagunas de cubos de hielo, quiero volver a tu piel, al silencio del campo de tu epidermis, ahora, cobarde de mí.
Quizá sea porque me estoy haciendo mayor, más débil, más pequeño. Quizá siga sin aprender la lección. Ya no sé hacer ni chuletas.