Si el conocimiento nos lleva a la verdad, debemos colegir que para que exista una verdad absoluta sería necesario tener un conocimiento absoluto, lo cual no deja de ser una entelequia, un concepto sobre el que se puede especular, porque ni siquiera es una realidad, como mucho una realidad relativa, dicho de otro modo, es aquella afirmación que parte de un punto de vista subjetivo, de manera que, ninguna idea tiene una validez universal en cuanto que se tiene que enmarcar en un determinado contexto, lo que se conoce como relativismo.
Son muchos los filósofos que han especulado sobre este concepto. Para Platón la verdad es el bien, en este caso la felicidad, donde también cabe la virtud, que es lo que se razona, siendo por ello que el ser humano siempre busca la verdad, tratándose por lo tanto, de una búsqueda continúa.
Aristóteles, la sitúa o asocia a lo discursivo, de manera que algo es verdadero cuando se corresponde con lo expresado en un discurso.
Descartes, recurre a la duda como un método para alcanzar la verdad con la famosa expresión latina «cogito ergo sum», que significa «pienso, entonces existo», lo que le llevo a que sólo existe una verdad indiscutible que es la existencia del individuo.
En definitiva, para todos ellos, la verdad no deja de ser un instrumento del intelecto, en contra de la concepción religiosa que la sitúa en la fe, como creencia o esperanza personal en la existencia de un ser superior que, dentro del cristianismo se vincula a la figura de Jesucristo, al afirmar que «yo soy el camino, la verdad y la vida» que se recoge en el Evangelio de San Juan 14:6, lo que nos lleva finalmente al misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios Verdadero; sucediendo lo mismo con otras religiones monoteístas frente al panteísmo, según el cual, el universo, la naturaleza, y la deidad, son equivalente, así pues, la única verdad, causa, sustancia primaria o materia que constituye al mundo, es Dios, o lo que es lo mismo, la conjugación entre espíritu y materia, entre alma y cuerpo.
Pero, ¿se puede vincular la verdad a la deidad?, puesto que, si Dios es la causa de todo, estaríamos admitiendo una realidad inconmensurable, algo que no se puede medir según nuestra razón, incluso ni siquiera valorar, lo que trasladado al concepto de verdad sería inalcanzable por el contraste de nuestra existencia finita frente a lo infinito, a no ser que nos situemos en el mismo umbral de la deidad, esto es, como partes de un Dios, no concebido, sin principio ni fin, artífice el universo infinito; es decir, como la parte del Todo, o la existencia mancomunada de un todo del que formamos parte.
Pero si somos parte de un todo, el relativismo vuelve a hacer acto de presencia: somos verdades relativas. Entonces la verdad no existe en nuestra existencia material, sólo en el infinito inalcanzable.
Sólo nos acercamos a la verdad, en tanto en cuanto admitamos la trascendencia de nuestro espíritu después de la muerte, o bien como un camino de existencia material que nos sitúa cerca de ella a medida que actuamos correctamente según nuestra conciencia, lo que nos acerca a un camino de búsqueda y de satisfacción personal en el deseo de alcanzarla. Así se puede hablar de una conciencia de la verdad, como un proceso de mejora personal y, porqué no, incluso con una proyección social. La dignidad de la verdad que nos lleva a una dignidad humana que va más allá de una mera aplicación de las normas morales generales.
Como decía Sócrates sientetizando la importancia del conocimiento para neustra evolución “la verdad nos hace libres”, de manera que siendo conscientes de la realidad que vivimos establecemos el camino hacia una libertad tanto individual como colectiva. No se trata de la razón personal sino de la verdad colectiva enraizada como parte del genoma humano conformado desde el orginen de nuestra existencia.