⸺Yo tenía veinte años y no permitiré a nadie decir que esa es la mejor edad.
En ese instante decido apagar la grabadora. Él continúa hablando, para sí mismo. Con la mirada fija en la muñeca flamenca que taconea encima de la televisión, como si fuera la primera vez que la ve.
⸺Mi padre insistió en que me alistara, «así tendrás el porvenir resuelto», me dijo.
» Cuando me quise dar cuenta iba montado en un avión por primera vez en mi vida. Con la cara llena de granos y el cuerpo colmado de miedo. Nunca había visto la nieve, ¿te lo puedes creer? Los inviernos en el sur son solo veranos desteñidos, lo de allí era otra cosa, había días que pensaba que los dedos de los pies se iban a quedar pegados dentro de las botas, ¡qué ironía! ¿Verdad?
Sus preguntas quedan colgadas en la lámpara del comedor, sin que nadie las responda.
⸺Lo que más echaba de menos eran las barbacoas de mi padre. Le imaginaba con su camiseta de tirantes y el Ducados haciendo equilibrios entre los labios. Escuchaba a mi madre decirle: «¡Pero hombre, que vas a echar la ceniza en las chuletas». Y a él responderla muerto de risa, con la tripa arriba y abajo: «a la brasa mujer, ya verás qué ricas». Ahora su barriga ya no ríe, la culpa se la ha comido.
» Tampoco recuerdo mi estancia allí como algo terrible, no creas. Monótona sí, cansada también, lo peor de todo la sensación de asfixia.
» Pasaron los meses sin una salida al exterior, hasta que un día, un capitán solicitó que le acompañara en una misión. Por fin iba a tener la oportunidad de conocer Kandahar fuera de la base. Entré en el coche emocionado imitando todos los movimientos de mi superior: casco en la cabeza, fusil cruzado y gesto impasible en la cara.
» El invierno ya se estaba apagando, y en la carretera solo se veía arena, sol, arena, sol… El momento más feliz de toda mi estancia en Afganistán fueron esas dos horas de viaje, mi último recuerdo. Finalizó con una explosión que todavía hoy retumba en mi oído derecho.
» De mí quedó lo que ves, el inventario es breve. Un brazo completo, otro por la mitad y las piernas hasta las rodillas. De mi capitán ni eso, la mina estalló por su lado convirtiéndole en un puzle de cien piezas.
No, definitivamente no fueron buenos los veinte.
Por primera vez durante toda la entrevista el cabo Torres clava sus ojos en mí, dando por finalizado su monólogo. Ahora soy yo quien queda atrapado entre los lunares de la gitana, con la siguiente pregunta estrangulándome la garganta.
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