La emoción por encima de la razón. Buscaban la libertad, ella era la musa de cualquier arte, el espíritu romántico que encuentra su lugar en la expresión de su yo más profundo. Para mí es el siglo de platino, ese en el que la exaltación de un sentimiento se lleva desde el pincel, desde el cincel, desde la nota o desde la pluma a su máxima exaltación. El XIX, convulso, germinador, incipiente, genial, idealista, profundo, visionario. Pan y rosas bastaban. Una palabra, un trazo, una melodía…llenaban el estómago.
Ese siglo maravilloso, donde están algunos de los que más admiro, aquellos a los que más he leído o disfrutado a través del arte:
Nietzsche, Schopenhauer, Unamuno, William Blake, Emerson, Thoreau…
Tolstói, Verne, Bécquer, el joven Machado, Galdós, Larra, Espronceda, los Dumas (padre e hijo), Dickens, Campoamor…
Verdi, Beethoven, Strauss, Tchaikovsky, el joven Manuel de Falla…
Sorolla, Goya, van Gogh, Cèzanne…
Bendito siglo de mujeres libertarias: Pardo Bazan, Concepción Arenal, Rosalía de Castro, Olympe de Gouges, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin ¡ESAS SÍ LO ERAN!
Podrían resaltarse a tantos y tantas…pero no los he leído, ni disfrutado como a los que menciono. Seguro que en tinteros ajenos se quedan otros tan buenos o mejores que los que son de mi preferencia, pero mi cultura es limitada, no soy una erudita, ni mucho menos.
Este es un pequeño homenaje a los frutos de ese siglo, según lo que yo “conozco”, que como decía no es mucho, pero para mí suficiente, en el sentido de creerme en el derecho de decir que sólo por ésos con los que me he topado, el siglo XIX merece el adjetivo, de mi cosecha, de “siglo de platino”.
El romanticismo, de entre todas las corrientes de pensamiento, es para mí la más honda, con la que más me identifico. He disfrutado tanto leyendo los hermosos versos de sus poetas, el singular y genial sentimiento de sus filósofos y escritores, me he emocionado tanto con la música del XIX, que a veces me pregunto ¿viví en “los mil ochocientos”…?
No sé si ese siglo albergó mis huesos en otra vida, ni siquiera sé si existen otras vidas y no estoy muy segura de que me gustase ser otra de la que soy. La verdad es que me he acostumbrado tanto a mí, que sufro de “autoapego” y si eso es malo o bueno ¿quién lo sabe…? De lo que sí estoy segura es de que mi siglo preferido es el siglo XIX, él me ha configurado en pensamiento y sentimiento.
Sí, lo confieso, soy una romántica empedernida. Mi espíritu es individualista y libre, aunque defienda lo colectivo. Todo lo que expreso ha pasado previamente por el músculo más importante que contiene este ensamblaje cárnico en el que vivo. Otras obras, otros movimientos, otras formas de vivir, como las del pasado siglo XX, tienen también su encanto.
Ahora en el XXI me siento exiliada, en tierra ajena. Esto no es para mí. Demasiado artificio, frialdad, postura e impostura, desmesura. No, esto no es para mí, a pesar de mi visión optimista de un buen futuro para la humanidad, a pesar de que me encante la gran enciclopedia virtuosa y virtual, a pesar de que disfrute mucho conduciendo por seguras carreteras, a pesar de toda la tecnología que hace mi vida más cómoda; pero esa no es la humanidad a la que yo aspiro. Yo quiero seguir respirando bosques como Thoreau, soñando con Verne en el Nautilus o dando la vuelta al mundo en ochenta días…enarbolando la bandera de esas mujeres sufragistas, en países donde todavía hace falta. Quiero la visión de ese Superhombre Nietzschiano, el mundo como voluntad de Schopenhauer…La música de Verdi…los versos de Bécquer.
Y claro que también quiero, cómo no quererlo: esas benditas obras Teosóficas, de esos grandes: Helena Blavatsky, Henry Steele, Mario Roso de Luna…
El XIX, no sé que tuvo ese siglo del que me enamoré para siempre.