“Son dos hileras largas, que dan la vuelta al fino cuello de una farola, las razones que obligan al condenado a no ver la cara de sus asesinos. Sentiría placer el verdugo si el miedo a la vida no le obligará a tapar su cabeza con la oportunidad negra de los cuervos; la vergüenza y el oprobio queda para la soga, para el filo del hacha compulsado. He aquí el ilegal patrimonio del que se incautó el sucio cilindro de un tubo de escape; un muro que cierra los párpados ante las heridas que no sangran.”