En Exilio, memoria personal y memoria histórica, libro que acabamos de mencionar, el historiador Ricardo García Cárcel presenta un ensayo espléndido y esclarecedor. Lo titula El hispanismo francés y las relaciones hispano-francesas. El lingüista francés Alfred Morel-Fatio fue quien en 1879 empleó por vez primera el término ‘hispanista’, aplicado a quien estudia científicamente la cultura española, para distinguirlo del ‘hispanisant’ (simpatizante de lo español). En especial, se da visibilidad a los hispanistas liberales que entendían su oficio con el fin de “liberar a España de sus viejos monstruos, entre los que estaban sus propias incapacidades para estudiar su historia”, en las que seguimos empecinados día tras día, de forma abotargada.
Con el ocaso de la hegemonía española en Europa, decayó la pasión por España, tanto positiva como negativa, y dejó paso libre al interés científico. Para muchos españoles Europa era Francia. Y esta no sólo influyó sobre el pensamiento progresista español, sino también en el reaccionario.
La minoría ilustrada española estaba al corriente de las últimas publicaciones de Francia, Italia o Inglaterra; García Cárcel apunta que si bien la Enciclopedia francesa fue prohibida en 1759, se permitió la segunda: La Enciclopédie méthodique.
El adjetivo afrancesado comenzó a aplicarse a mediados del XVIII a quienes imitaban las modas francesas con afectación. Y hubo más afrancesados en Andalucía que en Catalunya y el País Vasco. El profesor García Cárcel señala que fue el propio nacionalismo español resistente a Napoleón quien asentó en Francia el mito de la España indomable que se niega al progreso en nombre de los valores católicos tradicionales. Superando la imagen de España más allá de los Pirineos como país atrasado y ‘africano’, Victor Hugo -que era hijo de un general de Bonaparte- fue el romántico que más simpatía mostró por España; en 1822, su hermano Abel editó en francés el Romancero español.
García Cárcel distingue varias generaciones de hispanistas, y concluye valorando a los últimos exiliados, que impregnaron con su ideología la impresión que los franceses guardaban de España. Se han ocupado poco de la historia más reciente de España, pero han ayudado a enterrar el mito de la anomalía española y, sobre todo, han propiciado una historiografía desacomplejada y madura que nos abre el futuro.