EL ÚLTIMO ATENTADO

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Algunos pensamos que después de aquel atentado del 11-S del año 2001 contra las torres gemelas de New York no se perpetraría ninguno más  por los fundamentalistas islámicos,

ya que fue tanta su gravedad en cuanto al número de víctimas y destrucción, que llegamos al convencimiento de que era sólo el pago de un tributo por aquella “ Guerra del Golfo” de la Administración Bush, tanto del padre como del hijo; pero no fue así, porque hasta el día de hoy no han parado de sucederse atentados, con más o menos víctimas, pero con el mismo denominador común, la barbarie contra la población civil por fanáticos de la religión y de la guerra.

Todavía recordando el atentado de Atocha en Madrid de 2004, a muchos se nos pone la piel de gallina cuanto menos, puesto que vimos  el terror a muy poca distancia.

Nada justifica que, ni una sola vida, puede ser arrebatada, ni en nombre de Ala, ni tampoco en nombre de un Estado Islámico que ni siquiera existe, pero tampoco nada puede justificar las guerras, en las que muchos países democráticos, como se presume el nuestro (eso dice la Constitución), han participado buscando armas de destrucción masiva que no existían, o para dar el estoque final a la organización terrorista “Al qaeda”, cuando las evidencias e investigaciones de la ONU, pusieron de relieve la inexistencia de aquellas. Sin embargo un presidente español, con pintas de dictador y con ansias de codearse con el gobierno de los Estados Unidos, así como de poner los pies al estilo vaquero de Texas en la mesa de centro del despacho oval de la Casa Blanca, se convirtió en el tercero en discordia, junto a Bush y Anthony Blair, para derribar de su pedestal a Sadam Husein, y desencadenar aquel conflicto armado, que a lo único que nos ha llevado a sido a pagar con la sangre de 192 ciudadanos españoles que fallecieron en aquel atentado de 2004, además de los 1.858 heridos.

No se trata de poner el ventilador y que la mierda salpique a todo el mundo, ni mucho menos. Se trata de que todos hagamos examen de conciencia para reconocer que tan recriminable es un atentando como una guerra, aunque en los primeros se desconozca dónde está el enemigo en cada momento. Y, si algo deberíamos haber aprendido de todo esto, es que la violencia genera más violencia, y que hay muchas formas de atentar contra la integridad de las personas, desde la venta de una pistola a quienes van a apretar el gatillo, hasta apretar uno mismo el gatillo en nombre de una falsa paz y una falsa libertad, porque lo que realmente se busca es el beneficio económico de su oro negro.

Nada, ni nadie, incluidas las deidades de cada uno, justifican la perdida, aunque sea, de una sólo víctima. Nada, ni nadie, justifica que la sociedad civil sea la pagana de los errores de quienes gobiernan. Ni las guerras son necesarias para imponer el orden, ni los atentados para imponer ideas o creencias.

“Nada, ni nadie, incluidas las deidades de cada uno, justifican la perdida, aunque sea, de una sólo víctima. Nada, ni nadie, justifica que la sociedad civil sea la pagana de los errores de quienes gobiernan. Ni las guerras son necesarias para imponer el orden, ni los atentados para imponer ideas o creencias”

La pena de todo esto, de este engranaje de “poder y orden” con disparo en la frente, bombas o vehículos que arrasan con todo lo que pillan por delante, es que nunca llegará a su fin, porque quienes mueven la maquinaria de tal engranaje alimentan con falsos ideales, falsos patriotismos, falsos dioses, y también falsas noticias, la destrucción de todo cuanto le rodea, incluso de uno mismo.

¿Cuándo será el último atentado?.

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