EL TRATO

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“Yo te puedo hacer rico y famoso. Nadie lo necesita más que tú”. No se podía quitar esas frases de la cabeza, tampoco al extraño hombre con aspecto turbador que se las había dicho. Inicialmente lo había tomado un por loco y se había alejado rápidamente, pero a medida que pasaban las horas, cada vez pensaba más en él y en su propuesta.

Subió al apartamento despacio, como hacía siempre, queriendo retrasar lo máximo posible el momento de entrar. Mientras subía ya no contaba el número de escalones, ni el de desconchones de las puertas, ni las pintadas de las paredes. Hacía tiempo que se había cansado de ese juego que ya no le servía para dejar de pensar en la miseria que le esperaba dentro de su casa. Abrió despacio la vieja puerta de madera en la que la llave navegaba dentro del gran hueco de la cerradura. Siempre tenía cuidado al girarla con la certeza de que, en cualquier momento, el bombín se quedaría enganchado y saldría con la llave. Entró y volvió a sentir el olor a suciedad y humedad que despedía su apartamento. Recordó que algún vecino se había quejado, pero le dio igual, no le importaba lo que los demás dijeran y menos las críticas de ese grupo al que consideraba caterva de cotillas perdedores.

Se quitó con desgana el abrigo y lo tiró en una silla. Hasta hacía algún tiempo lo dejaba en la mesa, pero ya estaba demasiado sucia para poder poner nada. Abrió la botella de anís y se sentó en el viejo sofá a beber, intentando no pensar en nada, buscando lograr que el sueño le venciera para olvidar el dolor que le provocaba su truncada vida. Quería dejar atrás un día más.

Tuvo una noche febril, con múltiples sueños entrecortados relacionados con el hombre que le había abordado en la calle. Soñaba que estaba en algún sitio, se encontraba con el hombre que le ofrecía fama y dinero, él aceptaba y el hombre se transformaba en un extraño animal. Se despertaba sobresaltado. Inmediatamente se volvía a dormir y soñaba que estaba en otro sitio, que el hombre aparecía, le volvía a ofrecer todo lo que quisiera, él aceptaba y el hombre se transformaba en un monstruo. Para volver a tener otro sueño similar.

A las tres de la mañana no podía aguantar más. Se puso el abrigo y salió a la calle en un estado de letargo provocado por los restos del alcohol, la falta de sueño y las ideas confusas que le provocaban los sueños.

Divagaba perdido en sus pensamientos sin seguir un rumbo fijo. Según pasaban las horas una idea empezó a tomar forma en su alma. Él no era una persona creyente y todos los temas de brujas, diablos, espectros y similares siempre le habían parecido tonterías para asustar a los crédulos. Eran cuentos para amedrentar a las masas. Él estaba por encima de todo eso. Finalmente, la idea se hizo nítida: Todo tenía que ver con un pacto, un pacto con el diablo. No sabía cómo había llegado a esa conclusión tan ajena a su pensamiento racional, pero estaba seguro de que era verdad.

Dudaba si realmente había visto a ese hombre o si era parte de sus sueños y delirios. Pero tenía claro que, si era cierto que el diablo existía, estaba dispuesto a pagar cualquier precio por el dinero y la fama. La posibilidad de salir de su humillante vida era un sueño demasiado bonito.

Levantó la cabeza y lo vio.

Inicialmente dudó si era él, estaba de pie en una zona de penumbra y era difícil distinguirle. El espectro se movió a una zona con algo más de luz y pudo verlo mejor. No destacaba por nada especial, vestía con un abrigo largo y llevaba un sombrero y guantes para protegerse del frío. Se acercó un poco más y pudo observar sus facciones, no eran especialmente llamativas. Cualquiera podría cruzarse con él por la calle y no reparar en él. Salvo por la mirada. La mirada era turbadora, sus ojos grises oscuros tenían un centelleo amarillo poco perceptible si no lo observabas con detenimiento. Y, si lo hacías, te daba miedo.

Y esa mirada se clavó en él. Bajó los ojos instintivamente y estuvo a punto de volver a alejarse de esa presencia maligna. Pero no lo hizo, estaba paralizado, no podía moverse. O quizás no quería moverse. Tampoco sabía qué decir. Simplemente esperaba, aunque no sabía realmente a qué. Fue el espectro el que comenzó a hablar.

—En realidad da igual lo que yo sea, lo importante es lo que te puedo ofrecer.

—No estoy seguro de entender lo que está pasando.

—Yo creo que sí lo entiendes. Pero es difícil asimilarlo.

—Asimilar ¿el qué?

—Que pueda existir una oportunidad de que salgas de la bazofia de vida en la que vives y que esa oportunidad te la de yo.

—Es que no sé quién eres.

—Sí lo sabes, pero no lo quieres reconocer. En todo caso, como ya te he dicho, eso es poco importante. Lo importante es saber si quieres cambiar.

—Que haya un milagro y me vuelva rico y famoso.

—Prefiero que no lo llames milagro. La clave es ¿Quieres coger la oportunidad?

—No lo sé, estoy confundido, necesito tiempo para entenderlo.

—No lo tienes, debes aceptar mi oferta en esta conversación o no me volverás a ver. Sé que estás desesperado así que no me voy a arriesgar a que lo pienses y no decidas que no aceptas.

—¿Por qué es tan importante que acepte?

—Porque te voy a pedir algo a cambio.

—Y, ¿qué es?

—Si aceptas vivirás con fama y dinero el resto te tu vida. Pero los últimos seis meses de ella me obedecerás en todo.

—¿Qué significa eso?

—Que harás todo lo que yo te pida inmediatamente y sin dudarlo. Sin cuestionar nada ni protestar. Simplemente lo harás.

—¿Qué pasará si no lo hago?

—Sufrirás mucho dolor y morirás.

—Las cosas que me vas a pedir ¿Me harán daño a mí?

—Eres una persona inteligente, detallista y rápida, por eso me gustas. No, no te dolerán.

—¿Para qué necesitas que haga cosas? ¿No las puedes hacer tú?

—Ese no es tu problema —el espectro se empezaba a impacientar.

—No te enfades. Tengo otra pregunta. ¿Cuánto tiempo me queda de vida?

—No lo sé, eso no me importa.

—Déjame pensarlo por lo menos un día.

—Creo que no has entendido nada. Conmigo las cosas no se negocian. He venido porque sé que me necesitas y que puedes ayudar. No voy a perder más tiempo contigo. Si quieres cerramos en trato. Si no aceptas me voy, no me vuelves a ver y sigues con la mísera vida que tienes. No le des más vueltas. Comienza a amanecer, yo en un rato me voy.

El hombre estaba turbado. No sabía si lo que estaba viviendo era un sueño o realidad. Aunque quizás eso tampoco importara tanto, en cualquiera de los casos era una gran oferta que daba miedo. Estaba claro que el espectro era el diablo y que deberle algo imponía respeto, pero también era cierto que su vida era insoportable. Sabía que no podía seguir viviendo así mucho tiempo. Incluso recordó momentos no lejanos en el tiempo en los que había jugado con la idea del suicidio. No tenía nada que perder.

—De acuerdo —dijo bajando la mirada.

—Si quieres aceptar tienes que mirarme a los ojos y decírmelo con seguridad.

Levantó los ojos y los fijó en la del espectro.

—Acepto el trato.

El gris de los ojos del espectro desapareció paulatinamente, el color amarillo cada vez era más grande y empezó a tener vetas rojas. Soltó una carcajada que heló la sangre del hombre.

—¡¡¡Te arrepentirás de este trato!!!

Y desapareció.

 

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