Es muy recurrente la frase “el tiempo lo cura todo” como bálsamo para encontrar el consuelo en momentos álgidos y prolongados de tristeza que nos desesperan hasta la locura, por cicatrices mal curadas del pasado tanto en el cerebro como en nuestro corazón, o intentando sanar heridas todavía abiertas.
Pero, ¿puede el tiempo curar la devastación de una guerra, relaciones rotas, enfermedades terminales o crónicas, discapacidades, incluso la culpa de nuestras malas acciones, la desilusión, la traición, la falta de perdón propio o ajeno?, en definitiva traumas de la vida que dejan una huella imborrable.
No, el tiempo por si solo no siempre cura todas las heridas o resuelve todos los problemas emocionales, sólo sirve para evitar que la herida sangre o que la cicatriz sea menos profunda, pero no la esperanza que no vuelvan a abrirse.
Es necesario algo más, el propósito de sanar, aprendiendo y aceptando las experiencias de una manera saludable, a través de la reflexión personal, la terapia y el apoyo social; todas ellas herramientas valiosas para enfrentar las dificultades emocionales y encontrar formas suficientemente eficaces de seguir adelante, sin caer en la desesperación, empezando por el deseo real de salir del pozo emocional en el que nos encontramos.
Sería una osadía por mi parte, lego en el mundo de la psicología, como lo es por parte de algunos terapeutas, de recetar para todos agua con limón, o cualquier otro brebaje que nos hayan resultado prácticos, para que otros sanen, porque cada persona tiene su propia herida y su propio camino para sanar, siendo importante ser paciente con uno mismo y con los demás en este proceso.
¿Quién no ha sufrido malas experiencias?, ¿quién no tiene heridas o cicatrices de la vida?. A todos nos ha tocado vivir experiencias no deseadas, pero agarrarnos al pesimismo lo único que provoca es nuestra propia destrucción, porque la mente es tan poderosa que puede enfermar o sanar a las personas. Dicho de otro modo, las malas experiencias pasadas pueden influir en una visión negativa del futuro, pues lleva a quienes padecen de pesimismo a asumir que los eventos adversos volverán a ocurrir.
Es cierto que muchas personas tienen una predisposición genética al pesimismo, del mismo modo que influye el entorno en el que una persona crece cuando se expone o acepta actitudes negativas o malas experiencias difíciles desde temprana edad, lo que hace necesario terapias adecuadas por un buen profesional, pero siempre con una actitud de regeneración personal, con el deseo de sanar, viendo la vida, con sus luces y sus sombras, como no puede ser de otra manera, como una oportunidad de aprender y de mejorar.
Pero también, debemos tener encuenta que cuando acompañamos desde una actitud generosa con el mundo que nos rodea a personas que transitan por un camino existencial tortuoso, podemos hacer algo más que dar un simple consejo, pues la vida es la que a cada cual nos toca vivir y, por desgracia, las bofetadas en la propia cara son más eficaces que en la de otros. Dejémonos de actitudes de generosidad santurrona de palmaditas en la espalda, plantèmonos con la firmeza necesaria para hacerles ver que el pesimismo en el que viven no es real, sino que contiene una gran dosis de predisposición a la resignación de que nada va a cambiar bajo la creencia de ser los más desgraciados del mundo, lo que exige en primer lugar no dejarnos arrastrar por la visión negativa con la que observan el mundo, y a continuación haciendo que perciban nuestro apoyo emocional con el ejemplo de la alegría de vivir, incluso dentro de la adversidad.
Es imprescindible hacer frente a esa tendencia pesimista para que, quienes la padecen, terminen rechazando con firmeza esos patrones de pensamientos negativos que, en muchas ocasiones, tienen un alto componente de llamar la atención del mundo que le rodea, incluso somatizándolos como muestra de debilidad para que, precisamente, les acompañemos en su desgraciada existencia.
No… no nos podemos dejar arrastrar por esos chantajes emocionales y, sino somos capaces de hacerlo, lo prudente es apartarnos lo necesario para dejar que profesionales hagan el trabajo que les corresponde. En caso contrario lo único que conseguiremos será fomentar cada vez más ese pesimismo que les envuelve como un modo de vida para sentirse acompañados, sin darse cuenta que lo que están provocando es un rechazo cada vez mayor, haciendo cada vez más profunda la huella de las malas experiencias.
No, el tiempo no lo cura todo sino reconocemos y desafiamos los pensamientos negativos, esas creencias de falsas expectativas de un futuro negro, tomando conciencia que realmente no son ciertas sino que están distorsionadas y exageradas por el pesimismo.
No, el tiempo no lo cura todo, si no afrontamos el futuro con una actitud de gratitud ante la vida, mediante una reflexión sosegada y proporcionada, estando seguros de nosotros mismos, de qué lo que hagamos en el presente va a repercutir en el futuro, sin empeñarnos en vivir en un pasado que ya no existe o esperando un futuro que no sabemos si llegará. En definitiva, viviendo con ganas el presente, estableciendo objetivos realistas, metas alcanzables, para no caer en la frustración, pero sobre todo practicando el autocuidado con una vida saludable. Así, conseguiremos desarrollar la resiliencia aprendiendo a aceptar y a adaptarse a la vida ante los desafíos que se nos presentan, reduciendo de esta manera el impacto del pesimismo.
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Extraordinario artículo que toca un tema, de forma muy acertada, al que la sociedad debería dar mucha más importancia.
La depresión es la enfermedad más terrible del llamado » primer mundo «. A quienes la padecen y a quienes les rodean los debilita hasta la extenuación.
Muy buen artículo, Feliciano, un tema muy actual y muy preocupante.