«Amo la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular».
Fiódor Dostoyevski
Pero, qué es la humanidad, más que el conjunto de individuos en un medio físico, el mundo, cuya identificación con el planeta tierra como lugar que cobija a todos los seres humanos, me lleva a su definición como el conjunto integrado por la totalidad de la sociedad humana. Así es, el mundo integra a los individuos como seres sociales, como grupo de individuos involucrados en una interacción persistente orientada a la producción y el crecimiento a través de la satisfacción de las necesidades comunes a todos sus miembros.
Dicho así, el templo de la humanidad sería el mundo, esto es, el conjunto de relaciones entre los seres humanos, y entre ellos y las cosas, que dentro de la filosofía de Heidegger adopta un especial significado al identificar al hombre como un «ser en el mundo», en una relación esencial con los otros y con las cosas. Definición con la que más me identifico por su aspecto existencial, más que con otras corrientes filosóficas que hacen un especial hicapié en el aspecto teleológico, como estructura organizada o de poder, como la concepción del Nietzsche del mundo como «voluntad de poder», de las que tampoco se puede prescindir en cuanto a la necesidad en la persecución de objetivos comunes y, en consecuencia, de una estructura organizada.
Pero como la filosofía no es sólo citar a los filósofos, sino analizar conceptos y sus elementos intentando buscar una respuesta al “porqué” de todo, a la eterna duda de la existencia humana…, me lleva a hacerme la gran pregunta: ¿qué le está pasando al mundo?.
No sería justo, decir que el mundo es un desastre en si mismo, porque sería tanto como negar el progreso como una evolución favorable a los intereses comunes, marcado por la propia evolución humana u hominización como proceso de evolución biológica de la especie humana desde nuestros ancestros, los homínidos, hasta la actualidad, lo cual ha llevado a avances positivos del todo innegables, como el desarrollo de la ciencia, la medicina, los derechos humanos que, en definitiva han mejorado las condiciones de las personas, pero no de todas, porque igual de evidente son las desigualdades, la sobreexplotación de los recursos naturales, la destrucción progresiva de nuestra hábitat y, peor aún la autodestrucción.
De manera que, si los logros humanos pueden considerarse mejoras cuando promueven el bienestar, como la erradicación de enfermedades o la creación de conocimiento, sin embargo de manera objetiva, ¿es posible afirmar que la evolución humana ha mejorado en términos absolutos, o por el contrario, se ha perdido la perspectiva de la humanización, en el sentido de ser mejores como individuos?.
Nada se puede defender y negar en términos absolutos, pero si puede hablarse de cierta decadencia del ser humano. Es decir, si bien es cierto que la humanidad ha demostrado una capacidad notable para adaptarse, innovar y superar desafíos, sin embargo los impactos negativos de la evolución citados, entre otros muchos, llevan a plantearme que estamos ante una fase crítica de transformación, generando graves crisis globales con impactos negativos a nivel político, económico, social, sin olvidarnos de la propia conservación y supervivencia del planeta.
Es cierto que la idea de decadencia sugiere un deterioro respecto a un estándar previo, lo cual implica una visión subjetiva del progreso o del estado ideal de la humanidad, que nos lleva a la propia esencia del ser humano que, sin caer en el pesimismo de Hobbes con su locución latina “Homo homini lupus” o lo que es lo mismo ‘el hombre es el lobo del hombre’ o ‘el hombre es un lobo para el hombre’; sin embargo, es cierto que existe una perdida o desconexión con valores trascendentales, como la solidaridad, la compasión, la honestidad, la responsabilidad, la voluntad, la gratitud, el perdón…, en síntesis la desaparición del amor por nuestros semejantes, sustituyéndolo por un amor propio, no en el sentido de progreso personal, sino de un super ego desmedido por el que se pretende que todas las personas den vueltas a nuestro alredor como merecedores de un determindo estatus.
Nos hemos encumbrado tanto como individuos, aferrándonos a aquello que nos hace sentirnos mejores que los demás que, sin negar el mérito de haber alcanzado ciertas metas fruto de nuestro sana ambición, sin embargo nos ha llevado a olvidadarnos del templo que a todos nos cobija que es la humanidad en si misma.
Quizá, no sería un mal propósito para este nuevo año, reflexionar acerca de dónde venimos y a dónde vamos, y adquirir conciencia de que el mundo no cambia per se, sino que los que tenemos que cambiar somos nosotros a nivel individual, porque igual que cualquier templo no se sostendría sin sus columnas el mundo tampoco lo conseguirá si cada uno de nosotros que somos sus columnas no somos lo suficientemente solidos en nuestros principios, valores y bondades, no desde una moralina ciega de santurrón con olor a incienso, sino con la reflexión suficiente basada en la razón y en la conciencia, lo que nos conducirá a tomar decisiones sólidas y fundamentadas, pero también con la intención de hacer un mundo mejor, un templo donde la belleza de las almas unidas bajo una conciencia colectiva sea capaz de generar una energía única de crecimiento y no de destrucción; una gran energía universal que se funda o una con la energía de la creación, de donde procede la sabiduría y el orden natural de las cosas.
Un templo, en defintivia, donde el ser humano está llamado a realizar una conjunción de los opuestos, un acto de alquimia simbólica en el que lo femenino y masculino, la materia y el espíritu, el inconsciente (los arquetipos) y lo consciente (el ego) se integren, pero sobre todo de transmutación interior para hacer aflorar lo mejor de nosotros mismos.
Extraordinaria lectura la de este artículo para comenzar el año.
Sin duda, cada uno de nosotros somos parte del soporte columnario del templo de la humanidad. Es una gran responsabilidad…
Feliz Año Nuevo !!!
Muy interesante tu artículo, Feliciano, sobre la humanidad, esta variopinta caravana en la que todos vamos y de la que nadie podemos ni debemos desligarnos. Nada humano nos es ajeno. Que el año nuevo que acabamos de estrenar sea generoso con nosotros y nos libere de guerras, de hecatombes, de tiranos… Que la paz, la ciencia, la solidaridad y el progreso sean nuestra meta a conseguir y a mantener siempre.