“El simbolismo de libertad, igualdad, fraternidad, o el del comunismo marxista, no es más que un estandarte enarbolado por encima de las guerras de clases y de los grupos sociales.”
Al igual que los símbolos religiosos, los seculares manifiestan elementos enraizados en el comportamiento humano a lo largo del tiempo, elevando ciertas hazañas a mitos y a sus héroes laureados a mesías salvadores, convirtiendo finalmente los motivos de su lucha en dogmas ideológicos, tan peligrosos como los que transcienden de lo humano a lo divino porque igualmente son elementos que confluyen en el fanatismo y consecuencia de éste, en la injerencia en conductas sociales a través de la manipulación.
Poco dista, en el sentido expuesto lo símbolos seculares de los religiosos, en cuanto que, en ambos casos producen el mismo efecto, idiotizar a los individuos que pasionalmente siguen las ideologías que representan, conduciéndolos a comportamientos donde las vísceras vencen a la razón, disfrazando de valor lo que no deja de ser más que los intereses de determinados corpúsculos del poder para mantenerse en su posición privilegiada.
Así frente al símbolo comunista, donde la hoz y el martillo representan la revolución del proletariado y de los campesinos frente al poder hegemónico de los Zares en Rusia, en la actualidad lo es frente al poder opresor del capitalismo, del que nadie se abstrae en una sociedad aburguesada como la nuestra, donde los marginados sólo son utilizados como comodín de propaganda electoral de la izquierda, para después de alcanzar la victoria “si te he visto no me acuerdo”, o en el caso de la derecha, en nuestro país, con la apropiación de símbolos patrios como lo es la propia bandera, en representación de la unidad y fuerza del Estado frente a la actuación fragmentadora, según ellos, de la izquierda que apoya el independentismo, olvidando mencionar a ciertos partidos independentistas de derecha. Juegos de símbolos y mitos dentro de una globalización planetaria, para cuativar a los borregos aburguesados y parias con ganas de quemar la calle.
Y, en medio, la gran parte de la ciudadanía tragando los desatinos de unos y de otros, una gran clase media desprotegida, con una presión fical cada vez menos asumible, encima de ser la que sustenta el país, soportando día tras día la tragicomedia de los políticos en las instituciones, y el proselitismo de sus ciegos seguidores intentándonos convencer en lo que ellos “creen”, no como forma de recabar apoyos para la causa, ya que para eso están los partidos políticos y su propaganda simbólica, sino de imposición de verdades absolutas.
Resulta caricaturesco verlos enarbolar con fervor los símbolos de uno y otro lado, invadidos de la pasión de un patriotismo o un humanismo ficticio, exagerado, histriónico, denostando a quien se mantiene al margen, por atentar contra sus valores ideológicos, como si la ideología fuese sinónimo de perfección humana, cuando la realidad es que bajo esas mismas ideologías en otros tiempos se han cometido genocidios, declarado guerras, destruidos países, aunque también conseguido derechos y libertades, de ahí la necesidad de buscar su valor pragmático, pero nunca como un dogma que haya que seguir a pies juntillas.
Cuando el simbolismo se superpone a la razón deja de ser un vehículo eficaz para el cambio. Sólo unido al pragmatismo del momento puede dar sus frutos y convertirse en un medio útil que nos permita juzgar los valores morales, sociales, religiosos o científicos que puedan representar por sus efectos prácticos, de lo contrario, entiendo que nos moveremos continuamente en un campo abonado de dogmas que eliminan las voluntades humanas.
“En las sociedades anémicas, débiles, no se vive con la realidad; se puede poner la mano en todo menos en los símbolos y en las formas.”