¿Es posible combatir con éxito la afición corrosiva a despreciar, que hoy corre desbocada por cualquier espacio público? Contestar a esta pregunta ha movido a Arthur C. Brooks a escribir el ensayo ‘Amad a vuestros enemigos’ (editado por Elba en formato electrónico). ¿Se trata de una cuestión meramente moral o es también una cuestión política? Lo cierto es que todo está imbricado.
Brooks se doctoró en Análisis de políticas públicas y dirige Seminarios de Comunicación dados a Miembros del Congreso de los Estados Unidos. Tiene vivencias directas y contundentes del presente deterioro de las formas de respeto hacia los demás; en particular, el producido entre la clase dirigente. Pésimos ejemplos que, por toscos que sean, son muy dañinos; no basta con decirse, parodiando al dramaturgo del siglo XVII Francisco de Rojas Zorrilla: ‘del expresidente Trump abajo, ninguno’, o que ‘entre bobos anda el juego’. Más allá de todo enredo, Brooks no renuncia a establecer jardines en la Tierra.
En un estilo característico del mundo anglosajón, afirma que las opiniones políticas son como la nariz: no hay dos iguales, pero todo el mundo tiene una. Es el reconocimiento previo del respeto debido hacia quienes, con todas sus diferencias, comparten la condición humana. Brooks apuesta por potenciar el capital social puente (el resultado de incluir a quienes no forman parte de nuestro bando concreto). Se trata de abrazar la diversidad y acoplar cerebros. Se trata de sintonizar y conectar como seres humanos, sin afición malsana por desdeñar. Se trata, por tanto, de cultivar la amabilidad y transmitir buena voluntad, muestras de un carácter sólido y seguro; algo que es propio de quien sabe dudar y cuestionarse toda creencia.
Parece ser que hoy la tendencia política se ha convertido en el factor que más divide a la sociedad norteamericana, no es el racial ni el religioso; hay una discordia enconada que va en ambas direcciones. Se ha disparado el número de odiadores automáticos, con un alto grado de adicción y una mayor dedicación al acoso y la destrucción. Se hace preciso desintoxicarse de política. Brown propone algunas reglas para ello: No dejarse manipular por los poderosos; saber desconectar y escapar de la burbuja en que nos hallemos instalados; tratar a los demás con deferencia y sin perder las formas; discrepar, cuando corresponda, con mejores y más esmerados argumentos; y rehuir los debates estériles. Él las resume en una receta elemental que permite discursos constructivos: Más amar y menos despreciar.
Se nos empuja, sin cesar, hacia opiniones binarias extremas, exentas de matices, sin tolerancia ni comprensión; a confinarnos en un silo ideológico. Muchos se niegan a tener la mínima relación respetuosa con quienes sostengan puntos de vista opuestos a los suyos. Al consentir la exigencia de ira y repugnancia hacia el enemigo que algunos medios transmiten, se obedece al criterio ideológico que conduce a enfrentarse a los otros, sin freno, desinhibidos acaso para cruzar líneas antes prohibidas.
Dice Arthur Brooks que, si se quiere mantener una sociedad libre y democrática, se requiere “el cultivo y la práctica de las virtudes de la humildad intelectual, la apertura de miras y, sobre todo, el amor a la verdad”. Es obvio, pero no sólo eso. A pesar de que podamos tener razón en este o aquel asunto, “dialogar seria y respetuosamente con las personas de las que se discrepa nos permitirá comprender más a fondo la verdad y agudizará nuestra capacidad para defenderla”. Por tal motivo, “todos tenemos que intentar dialogar desde el respeto con gente que ponga en tela de juicio nuestras ideas”.
Cuando los republicanos integristas acusan a los progresistas de odiar a Dios y a los Estados Unidos, los valores que esgrimen dejan de ser dones para ser armas; igual que cuando acuden al drama del aborto para denunciar a ‘asesinos de bebés’. Los demócratas progresistas hacen lo propio cuando, por ejemplo, acusan a la Organización Nacional del Rifle (CNRA) de importarles más las armas de fuego que los niños, sin considerar el posible derecho a la autodefensa.
¿Qué propone Brooks? Abordar las cuestiones y los debates sin descalificaciones severas, tender puentes a la comprensión real de los puntos de vista opuestos. A partir de una posición de serenidad, analizar cualquier argumento. Y desde ahí buscar consenso.
Miremos a nuestro país, a los odiadores activos no ya en la política parlamentaria sino en los campus universitarios. En algunos de éstos se permite el matonismo y se vulnera el derecho a expresarse y el deber de razonar; matones y exaltados pueden amenazar y agredir a sus anchas a otros compañeros. Se apropian de los espacios públicos, como una acción patriótica y moral. Así se abre el paso a la sinrazón, el fanatismo y la opresión. Guardar silencio es ser cómplices.
Indudablemente el convencer no imponer , creo sea una de las normas mínimas de la democracia, la cual es una forma de llevar a cabo , como bien expone en su artículo, un diálogo sereno además de enriquecedor, pues no creo en la posesión absoluta , por parte de nadie, , de la verdad. Dicho esto , ¿ dónde dejamos el respeto? ¿se justifica la posverdad ?¿quién práctica la violencia ?.El desaliento hacia nuestra política actual , ¿tendrá que ver, con la manipulación , el afán espurio de poder, el engaño continuado? , en mi caso así lo siento.