Cap.3
¡La inesperada noticia impacta en el seno del partido nazi! Miembros del Gobierno de Baviera van a dar un mitin público en el salón de la cerveza Bürgerbraükeller. Temen que el ministro-presidente, Gustav von Kahr, proclame la independencia de Baviera respecto a Alemania y frustre su estrategia. La inquietud se incrementa entre los nazis, desencadenada por lo acontecido en la sede del periódico del partido, y aceleran el plan preconcebido.

Cuatro semanas antes
Un hombre cruza las puertas de la editorial Voleicher Beobachter. Presenta sus credenciales, un carné a nombre de Arnaldo Mussolini y una carta de recomendación. Ambos documentos son falsos. Su intención es infiltrarse en el partido nazi e investigarlos más de cerca. Explica que el Duce, su “hermano”, recibe agradables noticias del líder alemán, alaba sus cualidades. En la redacción del periódico le conceden credibilidad y le hacen un espacio. El joven no es otro que Leo Lania, periodista, dramaturgo, judío y comunista. Indaga, hasta conseguir aproximarse a Hitler. Transcurre una semana. Un día, de repente, su intérprete de italiano lo sorprende en el hotel, le acompañan dos sospechosos fascistas ucranianos llegados de Italia.

El periodista percibe de inmediato el peligro y busca un pretexto. Dice que está citado con el embajador italiano en el Hofbräuhause, un lugar muy concurrido. Una vez allí consigue escabullirse por la parte trasera del edificio. Regresa al hotel y entonces ve que han registrado su habitación. ¡Le han descubierto! No hay tiempo que perder, su vida está en juego. In extremis consigue subir al tren que sale de la estación de Múnich. Lania logra escapar y llegar a Italia. Posteriormente, en un libro que publica en 1925 transcribe las palabras que, mientras espiaba, escuchó decir a Hitler: – Una cosa te digo, tenemos armas suficientes, muchas más que suficientes … en un par de semanas pondremos orden -. Entonces Lania se preguntó: ¿Es solo grandilocuente o están planeando un golpe de Estado? ¡Un ataque a la Democracia!
La tarde del 8 de noviembre de 1923
Göring moviliza a la Sección de Asalto, él y Hess encabezarán la incursión en la cervecería, interrumpirán el mitin e intentarán poner de su parte a los tres líderes gubernamentales. Las tropas de Röhm ocuparán edificios claves de la ciudad. Göring espera luz verde para entrar en acción. Lleva puesto su impoluto uniforme militar con las condecoraciones de guerra que tanta admiración despiertan, convencido de iniciar la conquista de Alemania. Sus hombres bien entrenados, férreamente disciplinados y correctamente vestidos logran despistar a los policías de la entrada principal. Son soldados de élite, por tanto, capaces de portar armas camufladas bajo la ropa sin levantar sospechas.
Al llegar a la puerta del local la derriban y colocan una ametralladora en un lateral. Despejan un pasillo y Hitler avanza con una pistola en la mano, en un intento por tomar el control dispara al techo, unas esquirlas de madera caen al suelo. El enorme estruendo interrumpe el discurso de Gustav von Kahr, Las casi 3.000 personas que abarrotan el local, políticos, policías, militares y burgueses, escuchan la voz estentórea de Hitler declarando que la revolución nacionalsocialista ya ha empezado.
En un aparte, emplean sus esfuerzos en convencer al triunvirato formado por, Von Kahr, Otto von Lossow y Hans von Seisser. de adherirse a su causa. A Hitler le urge la presencia de Ludendorff y su capacidad de persuasión. Le habían contratado con el propósito de dignificar su revolución, pero éste se retrasa en llegar. En un arrebato, Hitler, apunta con la pistola hacia los representantes del gobierno que siguen sin ceder. La tensión se palpa en el ambiente, y, aun así, sabe que no puede disparar al arbitrio. Hess ordena a los soldados que secuestren a los políticos importantes, mientras Göring dirige a la multitud. Hace ostentación de sus medallas, a la vez que bromea y pide serenidad a la gente.
En el exterior, las tropas de Röhm ocupan el Ministerio de guerra bávaro y Himmler camina en la vanguardia, orgulloso de enarbolar la bandera imperial, era lo más cerca que estaba de ser un soldado. La Sección de Asalto (SA) acaba desplegada por la ciudad. Sin avance en las negociaciones, Hitler, decide dar un discurso y mentir descaradamente a la multitud, les dice que el gobierno ha aceptado respaldarlos. En esos momentos llega Ludendorff y convence a los líderes de unirse a ellos. Algunas fuerzas policiales y militares en las calles también se incorporan. El golpe de Estado empieza a tener auge.
Más relajado, Hitler delega el mando en Göring y Ludendorff, quiere ver a Röhm en las barricadas. Al llegar le abraza excitado, diciéndole: – Está en marcha, se está formando el Gobierno del nuevo Reich -. Göring ve el ambiente tranquilo y da todo por hecho, entre traer y llevar cervezas a sus soldados anda distraído. Es cuando Ludendorff comete un error de cálculo. Von Kahr requiere que le deje marchar, es muy tarde y ya ha tomado una decisión, no va a retroceder. Y bajo su palabra sale del local, dejando tras de sí una estela de soldados embriagados a los que acompaña Göring.
La madrugada del 9 de noviembre de 1923
Mientras tanto, en otra cervecería de la ciudad, un abúlico Dietrich Eckart ahoga su melancolía en la bebida, ajeno por completo a los acontecimientos. De madrugada le informan de lo sucedido y al saber que el ministro-presidente ha sido liberado, exclama: – ¡Nos han traicionado! -. No le engaña su instinto, Von Karl había movilizado de inmediato al ejército. En un instante la situación gira de manera abrumadora. Transcurre la noche y amanece sin que Göring sepa qué hacer. Eckart se dirige a la sede del partido nazi. Las tropas de la Sección de Asalto cantan su himno. – ¡Alemania despierta! – Aparece Hitler y con una fulminante mirada le ordena: – Entra en el coche de detrás y sígueme -. Será la última vez que hablarán.
Ludendorff se niega a admitir el fracaso y enardecido alienta a los nazis: – ¡Marcharemos! -. Y todos juntos se dirigen al centro de Múnich caminando agarrados de los brazos, pero las fuerzas de seguridad les están aguardando. Se produce un enfrentamiento que acaba en derramamiento de sangre. Los nazis huyen derrotados. Algunos son capturados en calles más estrechas. Durante el tiroteo Göring recibe una bala en la pierna y otra en la cadera, se arrastra gravemente herido hasta que varios de sus hombres le ayudan a escapar. Durante el tiroteo mueren cuatro policías, dieciséis nazis y muchos resultan heridos.
El desenlace
Hitler logra esconderse por poco tiempo, dos días después es localizado y detenido. Röhm se entrega y lo encierran con su líder. Hess se dirige a los Alpes bávaros, más tarde será detenido. Himmler es todavía un desconocido y vuelve a casa de sus padres. Göring, malherido, se refugia en Austria; está en busca y captura, exiliado de su país y con sus sueños de conquista desvanecidos. El círculo se rompe y el partido fracturado con su líder en prisión. El NSDAP queda prohibido, confiscan sus bienes, el Volkischer deja de publicar, y Hitler recibe el menosprecio de Mussolini por haber fracasado. ¡Y por inaudito que parezca estos hombres tendrán una nueva oportunidad y la aprovecharán al máximo para obtener sus fines, los cuales llevarán hasta sus últimas consecuencias!
Seis semanas después del fracaso del Putsch, en un hospital, yace moribundo Dietrich Eckart. El inteligente, admirable dramaturgo y ocultista acaudalado, el verdadero hacedor del “mesías nazi”, de aquel que liderará imparable el imperio del mal en la Alemania que aún está por llegar. Eckart ya no lo verá. Fallece prematuramente, víctima de sus excesos con la bebida, pero su ideología pervivirá.

El juicio
Día 26 de febrero de 1924. Prisión de Landsberg. Baviera
Hitler parecía hundido, sin ápice del valor mostrado como soldado en la 1ª G.M., y que le otorgó la Cruz de Hierro. Nada hacía vaticinar un cambio drástico como el que se produjo semanas previas al juicio. Repentinamente, fue consciente de la oportunidad que se le ofrecía; dispondría de una plataforma para exponer sus ideas y sería el centro de atención. Como un prestidigitador desplegó toda su habilidad política en darle la vuelta a lo ocurrido y convertir el fracaso en un triunfo. Manipuló los hechos y se deshizo en arengas, en vez de responder a las preguntas y solicitar benevolencia. Se presentó como un mártir, todo lo había hecho por Alemania. Paradójicamente, la osadía exhibida le granjeó simpatías y aplausos en el propio Tribunal, copó portadas de editoriales de todo el mundo y volvió a movilizar a los suyos. La sentencia fue de culpabilidad, pero el castigo muy leve.
Ludendorff salió absuelto. Aunque Röhm también fue declarado culpable quedó en libertad el mismo día que empezó la condena de su líder. Éste le pidió que se ocupase de las fuerzas de asalto, los Sturmabteilung, “camisas pardas”; pretendía que recuperasen su antiguo “esplendor” y esperasen a que saliera de la cárcel. Hitler consiguió la libertad condicional en nueve meses. Mientras, en el exterior, en Colonia, un joven escéptico había seguido de cerca el juicio. Era inteligente, con grandes dotes, un enorme ego y un disimulado complejo de inferioridad, debido a una discapacidad; se llamaba Joseph Goebbels. Aún no conocía a Hitler y ya había sucumbido a la fascinación de sus soflamas, además, compartía con él un odio infinito a los judíos. Juntos, llevarían a su país y al mundo a un abismo de horror y destrucción.

¡El círculo del mal de Hitler no estaba acabado, renacería y se ampliaría!
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