Me gusta leer sobre lo que desconozco, es un modo de aprender y de ampliar algo mi horizonte de intereses con un poco de base. Leo ‘Cartas, escritos y testimonios’ (Elba), de Gustav Klimt. Este pintor vienés nació el 14 de julio de 1862 y no llegó a cumplir los 56 años de edad, murió nueve meses antes de que acabara la Primera Guerra Mundial. Antes de concluir el siglo XIX fundó un grupo de pintores contrario al arte academicista y que apostaba por un estilo decorativo de murales, cercano a lo que era el Modernismo o Art Nouveau. Ese grupo se denominó la Secesión de Viena.
Klimt consideraba que la pintura y el dibujo “son lo mío”, y decía que hablar y escribir le costaba: sobre todo en lo referente a sí mismo. Tuvo una breve e intensa relación con Alma Schindler, cuando ésta tenía diecisiete años de edad, tres antes de casarse con el compositor Gustav Mahler. En sus cartas particulares, Gustav Klimt hablaba de su afición por el arte japonés y confesaba dejarse llevar a veces por la holgazanería, pero también de su propósito de “hallar la calma trabajando”, de modo que podía estar trabajando ‘como un burro’. La crítica de arte y coleccionista erta Zuckerkandl-Szeps hizo que Klimt y Rodin se conocieran en 1902; ambos fueron autores de una obra con el mismo título ‘El beso’; en 1907 y en 1885, respectivamente.
Klimt denunciaba que la superficialidad y la patraña fueran protegidas incluso por el Ministerio de Cultura y Educación, que no perdía ocasión -decía en 1905- de atacar al verdadero arte. Se ha destacado su carácter obsesivo, el cual le llevó a escribir siete u ocho cartas al día; con apenas referencias personales o afectuosas.
En octubre de 1909, dos meses después de la Semana Trágica barcelonesa visitó España: “Ayer estuve en el Prado: ¡precioso! ¡Velázquez fue una auténtica decepción!, al menos la mayoría de los cuadros que tenía ganas de ver”. En Toledo escribió: “El Greco también es maravilloso”. Y a los pocos días, ya en París: “De España me llevo muchas cosas bonitas, pero también muchas desilusiones, algunas tremendas”. “Los hombres son más interesantes (que las mujeres), especialmente en el campo; en la ciudad son más impersonales y anodinos. Únicamente el duque de Alba me ha parecido muy agradable”. Curiosas observaciones las del taciturno Gustav Klimt.